Cabimas, Venezuela.  En el Lago de Maracaibo, el más extenso de Venezuela, el agua no siempre es dulce y la vida en general casi nunca es fácil. En este ecosistema, afectado por incesantes derrames de petróleo, numerosos pescadores y peces se baten en un duelo a muerte en el que los seres acuáticos tienen una amenaza doble.

Según sus cuentas, el petróleo derramado en esta zona comenzó a afectar su actividad económica y al sustento familiar hace siete años, pero se ha agravado en los últimos meses cuando las fugas de crudo se multiplicaron y, además, se volvieron comunes las tuberías rotas y con ello las efervescencias de gases en este mar cerrado.

Ernesto, como sus siete millones de paisanos en el estado Zulia (oeste, limítrofe con Colombia), sufre la escasez de combustible en esa región que tiene miles de pozos petroleros perforados y que hasta la década pasada era el máximo referente de la riqueza de la nación con las mayores reservas de crudo del planeta.

En su caso, necesita la gasolina para su rudimentaria embarcación y para asearse al final de cada faena, cuando sus ropas son tan negras como el petróleo en que se sumerge en búsqueda peces que al menos parezcan comestibles. Solo el combustible logra arrancar el crudo pegado a cada parte de su cuerpo.

«El pescado viene lleno de petróleo», lamenta, con la misma fatiga que le causa deshacerse de esta capa grasienta que solo sale con gasolina, un líquido que le quema de a poco la piel.

DOS HORAS DE VIAJE

Con menos suerte incluso, Amado Hueres debe hacerse camino con sus brazos mientras flota desde la orilla hasta la zona de pesca. El trayecto le toma dos horas, 120 minutos en los que brazada tras brazada impulsa el salvavidas que lo separa por centímetros de las aguas contaminadas.

Aunque las extremidades son las partes de su cuerpo que se ensucian más rápido, al final de la jornada no hay un trozo de sus vestimentas que esté libre de manchas. Una vez que toca tierra, luego de siete horas en el lago, este hombre de 43 años es todo negrura, especialmente en el botín.

«Ahora no hay nada, pescado no hay (…) esto está feo», dice y culpa por ello a la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa), que pocas veces informa sobre los derrames de crudo en esta o en cualquier otra entidad federal en las que frecuentemente ocurren.

Amado madruga, pero no consigue el final feliz que promete el proverbio popular a quienes despiertan temprano.

No parece que se trate de una maldición, pues su desdicha y dificultad para acceder a los alimentos es solo un caso más dentro de los 7 millones de venezolanos que requieren asistencia humanitaria urgente según Naciones Unidas.

Con necedad repite su rutina porque debe buscar «algo para sobrevivir», una meta que casi a diario se traduce en 2 o 3 dólares de «ganancias» por las ventas de pescado negruzco que puede comercializar pese a las características de la camada.

CONSECUENCIAS BAJO EL AGUA

Como una sentencia unánime, los habitantes de las zonas aledañas al Lago de Maracaibo aseguran que esta bahía es el basurero del Zulia, a donde van a parar toneladas de desechos líquidos y sólidos que se han ido asentando en el fondo a lo largo de los años.

Este mito ha encontrado respaldo empírico cada vez que la superficie del lago se torna verde -producto de la lemna- u oscuro con los derrames de crudo.

Con cada alarma que se prende cuando la contaminación se hace visible e innegable, otra alerta pasa a segundo plano: la de la pérdida de especies acuáticas y el riesgo que suponen estos desastres para la rica biodiversidad presente en la zona.

Caimanes, garzas, cangrejos, pelícanos, delfines y otra larga lista de animales también sufren en silencio la devastación de su hábitat sin que hasta ahora se vislumbren mejoras para ellos o para sus cohabitantes humanos.

EFE

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