Jesucristo Rey del universo

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 Cada comunidad social, religiosa, o política, tienen su manera particular de organizarse para el cumplimiento de sus fines. Por eso es que la iglesia católica, ese hermoso instrumento de transformación espiritual y social que el mismo Dios, ha dado a la humanidad, tiene sus tiempos litúrgicos que son etapas para vivir de manera personal y comunitaria la plenitud de las Buenas Nuevas de Nuestro Señor Jesucristo, que quiere que “todos seamos uno en Él” (Jn 17,22).

  Así que las etapas para vivir nuestro tiempo se inician con el adviento, sigue la navidad y la epifanía del Señor y luego el tiempo ordinario, después viene la cuaresma, le sigue el Triduo Pascual, que es la etapa máxima para vivir nuestra identidad cristiana, con la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor. Seguidamente vivimos el tiempo de la pascua, para recibir al Espíritu en Pentecostés y luego volvemos al tiempo ordinario, donde celebramos distintas festividades hasta llegar a la culminación del año litúrgico, con la celebración de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el último domingo del mes de noviembre.

 Y es que el centrar nuestra mirada en Jesús como Rey del Universo nos ayuda a ver nuestra historia como un proceso del reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos. Y que la encarnación de Jesucristo, es un hecho necesario, para que cada uno de nosotros pudiéramos ser partícipes de la gloria de Dios al entrar en comunión con Dios hijo, que siendo uno como nosotros, podemos sentir la presencia de su amor infinito, de su misericordia excelsa y saborear los valores del reino aquí en la tierra.

 Por eso es que las primeras comunidades cristianas, gracias al testimonio y a la predicación de los apóstoles sobre la obra, muerte y resurrección de Cristo, situaron a Cristo en el interior de la identidad divina y atribuyó a Jesucristo acciones exclusivas de DIOS, con dominio perenne sobre Su Creación. Y entendieron el gesto supremo de amor del creador de encarnarse, para que desde “la limitación de la carne” pudiésemos aspirar a la perfección de su Ser, y decir algún día como Pablo: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20).

 Y esa capacidad de discernimiento otorgada por el Espíritu Santo fue la que le reveló, a las primeras comunidades cristianas, o le hizo entender la ubicación de la majestuosidad de Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre, entrando en comunión con Él, quisieron hacer partícipes de su nuevo estatus a todos a sus semejantes. Aunque en el inicio del cristianismo y en algunos momentos del desarrollo de la historia, hubo individualidades que no compartieron estos criterios, para la gloria de Dios y para la gracia nuestra, la inmensa mayoría por no decir la totalidad del pueblo cristiano, expresamos con júbilo: «Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap. 1,8; Misal Romano).

Luis Ramón Perdomo Torres

([email protected])

Twitter: @lurapeto

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