La lucha contra los incendios forestales en la región de la Chiquitania de Bolivia se extiende hasta por 72 horas seguidas para algunos comunarios, bomberos y trabajadores de propiedades rurales que sin dormir o por turnos y con sus propios recursos intentan controlar las llamas que ya han arrasado con millones de hectáreas de bosques en el país andino.
Los fuegos «están en todo lado», se suele escuchar en las calles de San Javier de Chiquitos, una población a 228 kilómetros de la oriental Santa Cruz, la mayor región del país andino, que desde hace varias semanas está cubierta con una capa espesa de humo y que deja un olor a ceniza en el ambiente proveniente de las quemas descontroladas en los alrededores.
«Ya tuvimos la lucha final y logramos contener el fuego», dijo a EFE Carlos Justiniano, el dueño de una propiedad dedicada a la ganadería y lechería a unos 45 kilómetros al norte de San Javier.
Justiniano encabezó un operativo por su cuenta, con la ayuda de los bomberos voluntarios de San Javier, empleados y algunos comunarios para contener un fuego que duró cinco días y que en su peor momento alcanzó unos 3 kilómetros.
«El miedo era que el fuego entre a los potreros (…) si el fuego entra se quema todo, en el potrero es muy difícil contenerlo, porque todo arde como con gasolina», mencionó.
Una fundación privada indicó que los incendios en Bolivia afectaron 4 millones de hectáreas, incluidas más de un millón en áreas protegidas, y que las zonas más dañadas por los fuegos son en Santa Cruz, con 2,6 millones de hectáreas; la amazónica Beni con 1,3 millones y La Paz con 18.990 hectáreas.
Y es que basta una chispa para que todo empiece a arder. El bosque humea mientras el fuego se extiende, luego los árboles grandes comienzan a desplomarse o a quemarse como si se tratara de pirotecnia, como en el caso de algunas palmeras están recubiertas de fibra y generan chispas que encienden otras plantas.
El fuego también destruye las especies nativas de porte alto en el bosque de San Javier, como el bibosi, cuchi, momoqui o jichicuriqui, porque el incendio está en la base, en donde hay plantas y a arbustos secos que arden fácilmente.
El combate contra el fuego
«Cuando el fuego está fuerte no hay descanso, o sea, hemos tenido que trabajar 72 horas seguidas, durmiendo una o dos horas para luego volver a trabajar», mencionó a EFE Pablo Rodríguez, un agrónomo que trabaja en una de las estancias.
El combate a los incendios necesita de varias estrategias, como el trabajo de brechas que se hacen con herramientas manuales en zonas de difícil acceso para evitar que las llamas salten de un árbol a otro o la poda de algunas ramas a base de machete.
Cuando el fuego está contenido y no tiene adónde avanzar, se debe humedecer el lugar para después mantener una vigilancia o monitoreo de la zona entre 48 y 72 horas, para tener la certeza de que fue aplacado o dar la alerta si se reactiva.
«El mayor miedo es que venga el viento o cambie. Que haga un remolino o algo así y el fuego se prenda de nuevo, o llegue hasta la casa y podamos perderlo todo», indicó Rodríguez.
Otra de las prioridades, es evitar que el fuego llegue a algunas montañas boscosas de las que salen manantiales, porque eso causaría la contaminación del agua que consumen los animales silvestres y de las granjas.
Por otro lado, está el daño irreversible a los árboles más grandes que tienen más de 200 años y que jamás se recuperarán en el caso de un incendio de gran magnitud, señaló Rodríguez.
La región de San Javier es una zona de transición entre el ‘Bosque Seco Chiquitano’ y la Amazonía, en donde habitan aves tropicales, reptiles o mamíferos como el jaguar y el tapir, las especies más afectadas por esta emergencia.
Una buena parte de estos fuegos se deben por el descontrol de las quemas autorizadas o ‘chaqueos’, que sirven para habilitar los terrenos para la siembra o la crianza de ganado.
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