Redacción Internacional.- El pasado 21 de noviembre, en medio de la incertidumbre generada por las manifestaciones en Colombia, las calles de este país suramericano oyeron por primera vez en muchos años un ruido que por su característica es imposible de ignorar y retumba en el oído de a quien se dirige: el de la cacerola.
El «tla tla tla tla» persistente de este muy común y barato utensilio de cocina impactado por una cuchara es, desde hace más de 180 años, una herramienta de expresión pacífica de cualquier clase de reclamos, casi siempre de orden político.
Muy poco ha cambiado en sí la cacerola (un recipiente semihondo con un mango largo, casi siempre del mismo material), pero sí las sociedades que, de tiempo en tiempo, la han utilizado como voz de cambio.
LA «CASSEROLE»
Hace 189 años, en una Francia empobrecida por las Guerras Napoleónicas y las malas medidas económicas que precedieron a la Monarquía de Julio (la de Luis Felipe I, «El Rey Ciudadano»), los manifestantes comenzaron a usar las cacerolas como método de protesta ante pronunciamientos de políticos cercanos al oficialismo.
La Revolución de 1830 llevó a la corona francesa a Luis Felipe I tras la abdicación de Carlos X, pero apenas dos años después el descontento popular se vio manifestado de nuevo en intentos de asonadas por todas las calles del país.
Es en esta época que están ambientadas dos grandes obras de la cultura francesa: Los Miserables, novela de Víctor Hugo, y el cuadro «La libertad guiando al pueblo», de Eugène Delacroix, en el que, si las pinturas emitieran sonidos, se oirían balazos, gritos y unos cuantos cacerolazos.
«LA DERECHA TIENE DOS OLLITAS, UNA CHIQUITITA, OTRA GRANDECITA»
Así comenzaba una canción con la que el grupo Quilapayún se burlaba de las amas de casa chilenas militantes de derecha que convocaron el 1 de diciembre de 1971 a «La Marcha de las Cacerolas Vacías» en protesta contra las políticas del Gobierno socialista de Salvador Allende, que fue derrocado a sangre y fuego en septiembre de 1973 por Augusto Pinochet, quien también oyó el aturdidor ruido del perol en 1983.
El 11 de mayo de ese año, las centrales obreras apelaron al toque de las ollas ante la amenaza de una brutal represión de la dictadura luego del llamado al primer gran paro durante el gobierno de facto de Pinochet.
La presión combinada tanto de actores nacionales como internacionales obligaron al general a convocar un plebiscito sobre su continuidad, que se llevó a cabo el 5 de octubre de 1988 y en el que se impuso la opción «No», resultado que lo obligó a entregar el poder a los civiles en 1990.
A casi 30 años de la vuelta a la democracia, un descontento popular cuya mecha fue el aumento del precio del pasaje del metro en Santiago hizo que la cacerola volviera a ser protagonista de la calle.
Desde octubre de este año, en todas las ciudades chilenas se ha evidenciado una ola de manifestaciones, centradas en el impulso a medidas políticas y sociales, como el cambio de la Constitución de 1980, promulgada durante la dictadura.
EL «CARA… CACEROLAZO»
Mientras América Latina se encontraba haciendo un viraje hacia el neoliberalismo económico a finales de la década de los 80, el reflejo de este en Venezuela desembocó en una serie de protestas que tuvieron su clímax el 8 de marzo de 1989, con el conocido como «Caracazo».
En las barriadas más pobres de la capital venezolana se hicieron sentir las cacerolas ante unas muy impopulares medidas económicas del Gobierno de Carlos Andrés Pérez, concertadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Después Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro se enfrentaron al sonido de las cacerolas al ritmo de una economía declinante.
«ME DESAHOGO CON LA CACEROLA»
Microcentro de Buenos Aires, diciembre de 2001. Una señora atiende a los micrófonos de la prensa mientras toca su cacerola al frente de la sede de una entidad bancaria.
«Mi dinero lo puse todo en bancos privados, porque desconfiaba de los bancos nuestros, porque ya me agarraron en el 89. Pero evidentemente soy una estúpida (…). ¿Qué necesitan? ¿Una bomba? Yo no soy de poner bombas, pero al menos me desahogo con la cacerola», aseguró en una declaración recogida en el documental «Memoria del Saqueo», de Fernando «Pino» Solanas.
Horas antes, el Gobierno presidido por Fernando de la Rúa había decretado el congelamiento de todas las cuentas bancarias con depósitos en dólares. Comenzaba la era del «Corralito» financiero.
Y, como aquella señora en el centro porteño, miles de argentinos usaron sus ollas la noche del 19 de diciembre de 2001, en la que De la Rúa decretó un Estado de Sitio al que nadie hizo caso. La cacerola y la protesta fueron las reinas de la noche bonaerense.
De la Rúa terminó renunciando dos días después.
El 13 de septiembre de 2012, una buena parte de la población argentina inconforme por las medidas económicas restrictivas de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se volcó a las calles convocada por redes sociales para un cacerolazo.
El gran número de manifestantes en la Plaza de Mayo llamó la atención de los medios, que atinaron a llamar la jornada como el «13S». Desde ese «13S», los militantes kirchneristas comenzaron a calificar a sus oponentes de «cacerolos».
Como antecedente argentino, hay remontarse a la percusión con cacerola que en 1982 marcó el final de la dictadura que asoló durante siete años el país de la plata.
Luis Amaya EFE
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