San Salvador.- Alejandro y Juan tienen tan presente aquel 13 de enero de 2001, el día en que un terremoto de magnitud 7,6 sacudió el territorio de El Salvador y segó la vida de al menos 600 habitantes de una colonia de la localidad de Santa Tecla (oeste). A 20 años de la tragedia los afectados han sobrellevado su situación, pero su calvario continúa.

Eran las 11.33 hora local (17.33 GMT) de un sábado y 45 segundos después la vida de millones de salvadoreños cambio por completo, en particular la de los habitantes de la colonia La Colina, a 15 kilómetros de San Salvador, una de las zonas más afectadas.

El terremoto del 13 de enero de 2001, de 7,6 en la escala de Richter, dejó como resultado unos 1.500 muertos, un millón y medio de damnificados y pérdidas económicas por más de 2.000 millones de dólares.

Alejandro Flores, de 65 años, salió esa mañana con su familia a hacer una diligencia y solo quedaron en su casa, que resultó parcialmente dañada, dos empleadas domésticas que sobrevivieron.

Mientras, Juan Hernández, de 70 años, perdió a su esposa María Teresa de Hernández.

«Es un calvario el que hemos vivido a lo largo de estos 20 años porque las respuesta a nuestras gestiones las encontramos casi 14 años después (del terremoto), no hemos tenido una respuesta positiva para tratar de resarcir la situación que estamos viviendo», comentó a Efe Flores.

HUYENDO POR OTRO TERREMOTO

Flores y Hernández llegaron a vivir a La Colina en 1986 y curiosamente los dos con sus familias iban huyendo de San Salvador, ya que en ese año, el de 10 de octubre, ocurrió un terremoto que afectó principalmente la Zona Metropolitana de la ciudad, causó 1.500 muertes y dejó más de 200.000 damnificados.

«Ese terremoto prácticamente hizo que esta colonia se habitara con prontitud, se estaban finalizando las últimas viviendas y pues la gente buscó, en aquel momento, venirse para acá por seguridad, porque creyeron que aquí la cosa era más segura que estar en San Salvador por el evento que se dio el 10 de octubre de 1986», comentó Flores.

Sin embargo, unos años después (allá por 1998-99) una empresa constructora comenzó a levantar unas residencias en las faldas de la Cordillera del Bálsamo, lo que alertó a los habitantes de La Colina.

Flores señaló que la comunidad se manifestó en contra de la construcción de dichas viviendas por el peligro que representaba, ya que en septiembre de 2000 «hubo en temporal y empezó a salir lodo del muro de contención, vimos que había un problema serio, el agua no se estaba drenando por la tubería correspondiente y se estaba acumulando».

«Se estaba haciendo como gelatina, un tipo de fenómeno de licuefacción (…) cuando el terremoto se da, se activa, se desprende eso y se suelta. Por eso el comportamiento (del alud) fue como una avalancha de lodo que recorrió más de 600 metros. El detonante fue el sismo, pero el riesgo ya estaba ahí», apuntó Flores.

EL DÍA DEL TERREMOTO

«Me subí encima del volcán de tierra, me quedé viendo todo aquello, silencio, y vi un pedazo de lámina, con eso escarbé y dije: aquí estaba mi casa (…) me reía y todo silencio, al rato empezaron a oír gritos y comencé a reaccionar», comentó a Efe Hernández.

Él salió ese día a reparar un asiento de su coche, al volver al lugar de su residencia, unos 15 minutos después del terremoto, su casa estaba soterrada y su esposa había muerto.

Flores, por su parte, rememoró que al llegar al lugar de la tragedia «no alcanzaba a dimensionar (lo sucedido), comencé a oír gritos y comenzamos a sacar a las personas».

«Cuando yo entré, vine a los cinco minutos que sucedió la tragedia, comenzamos (él y otros vecinos) a sacar a las primeras personas. Unos niños ya fallecidos y a una persona que iba viva pero sin una pierna, fueron las primeras personas que sacamos», apuntó.

LUCRARSE TRAS LA TRAGEDIA

Flores adquirió su casa, de unos 84 metros cuadrados, a través del Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP) con un valor de 45.000 colones salvadoreños (más de 5.100 dólares).

Mientras, Hernández tramitó su casa, de 200 metros cuadrados y con un valor de 75.000 colones (más de 8.500 dólares), a través de un banco, que al final no se hizo responsable de la pérdida, a pesar de que su propietario pagaba un seguro de riesgo de vivienda.

A los días del terremoto, personas que se identificaron como miembros de la Fundación Tecleña Pro Medio Ambiente (Futecma) llegaron a la zona para ofrecer «donaciones» a los afectados, pero en realidad, según comentó Flores, lo que hicieron es «engañar a la gente para quitarles sus terrenos».

El objetivo de lo anterior, de acuerdo con Flores, era «apropiarse de los terrenos, ya que meses después del terremoto nos dijeron que aquí (en el lugar) se iba a construir un parque memorial», «era un negocio», aseguró.

Flores explicó que de las 600 viviendas en la colonia, 260 resultaron dañadas -entre destruidas y parcialmente destruidas-, de las que 134 inmuebles pasaron a poder de Futecma y de esas se han podido recuperar, a la fecha, 105.

SE NIEGAN A IRSE

Hernández reconstruyó su vivienda en el mismo lugar bajo su propio riesgo, ya que hasta el momento ninguna autoridad le ha dado permiso para volver a habitar la zona, que es catalogada como de riesgo, aunque ya se realizaron obras de mitigación.

Señaló que «nadie se quiere hacer cargo de nuestra situación porque lo que buscan es apropiarse de la zona para sacarle lucro, pero este es nuestro espacio, pagamos por vivir aquí».

«Hasta el momento no nos han dado ninguna solución, acá cada uno como ha podido ha ido reconstruyendo», agregó.

Hernández y Flores continuarán viviendo en La Colina, aunque ahora el peligro es que sean desalojados.

 

Sara Acosta EFE

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