Buenos Aires.- Tras una vida dedicada a su empresa de construcción, las clases como profesor universitario y el cuidado de sus tres hijos, a los 50 y después de un largo proceso de dudas, «empezaron a pasar cosas» para Áyax. Pasó a ser Canela, y ahora, sexagenaria y con dos nietas, lleva su vida al cine, donde plantea el debate sobre las operaciones de cambio de sexo en la madurez.

«Pasaron años de dudas y cavilaciones, donde probablemente se estaba preparando esta nueva persona», cuenta con mascarilla y por videollamada, esta arquitecta que nació y sigue viviendo en la ciudad argentina de Rosario, de donde también es Cecilia del Valle, la cineasta que decidió trasladar su historia a un documental.

«Canela», nombre de la película, se ha adaptado a los tiempos que corren. Aunque todo estaba listo para su estreno en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, el coronavirus obligó a cambiar de planes y presentarlo en una plataforma virtual de pago: por cada entrada vendida, 50 pesos (0,73 dólares) son donados a acciones en favor de transexuales de toda Argentina.

La clientela «desapareció»

A sus 62 años, Canela Grandi quiere aprovechar el «gran alcance» del cine para contar cómo llegó a ser la mujer que es y así poner su grano de arena en la evolución de la sociedad. La película se sumerge en su mundo laboral y familiar y aborda su proceso de hormonización, así como el dilema de si es necesario someterse a una cirugía de reasignación de sexo.

Arquitecta y propietaria de una constructora que le llegaba de tradición familiar, al aproximarse a los 50 años dio un golpe de timón: «alrededor de esa edad me empezaron a pasar cosas que desembocaron en una conciencia de identidad sexual que apenas supe asumir y traté de desarrollarla», relata.

Es así que, cuando le quedó clara su nueva identidad, decidió visibilizarse ante el mundo de la manera «más amable posible», y aunque asegura que no sufrió una «hostilidad formal» a su alrededor «a lo mejor se cuidaban de tener una discusión conmigo», bromea, por medir «1,80», su entorno laboral se desmoronó.

Empezar de nuevo

Mientras Áyax tenía una «clientela relativamente importante» como constructor, Canela no corrió la misma suerte.

«La clientela desapareció. Se asustaron, muchos probablemente conmovidos o incómodos. Y es natural probablemente que sea así. Eso me generó un descalabro económico importante y hubo que empezar de nuevo», subraya.

Y todo llegó sin que hubiera podido recuperarse del golpe que supuso en su empresa la crisis de 2001, la del famoso corralito.

Con esfuerzo, en 2003 pudo retomar cierto volumen de negocio, pero se volvió a esfumar al tomar la determinación de dejarse el pelo largo, hormonarse y vestirse como mujer.

«Nuestro país tiene avatares tan inesperados, como esto que nos esta pasando, el coronavirus, que es mundial, que a veces se te agota el tiempo de vida, te queda poco tiempo para realizar tus sueños», asume con un rictus propio de quien no se deja vencer, para quien seguir adelante es la única opción.

Y eso es lo que muestra «Canela», un presente que ha conseguido sacar a flote.

Sus visitas en su peculiar camioneta naranja a las obras encargadas a su empresa y el contacto con los obreros; las clases que desde hace 30 años imparte en la universidad; las conversaciones con otras mujeres trans en las calles de Rosario ciudad que define como ‘gay friendly’… Todo está en la película dirigida por Del Valle, que dura 77 minutos.

Pero también el contacto con su anciana madre, que la sigue llamando Áyax aunque acepta su identidad, y con sus hijos, a los que en un determinado momento les cuenta su planteamiento de pasar por el quirófano.

La sexualidad, ¿En un segundo plano?

«A mi edad… ¿es posible pensar ya en una operación de reasignación de género… no sé como se llama… vaginal?», pregunta Canela, según se ve en el documental, al médico al que acude para informarse, quien le contesta que días antes pasó por el quirófano una mujer de 54 años.

Los temores de pasar por esa intervención, por los riesgos que puede conllevar para su salud y porque debería ausentarse del trabajo, transitan a lo largo de toda la película, como también las dudas de si ese paso es necesario para sentir que su identidad está completa.

«Esas posibilidades (de operarse) con el paso del tiempo se alejan. En este momento las cirugías programadas están suspendidas (por la cuarentena del coronavirus). El paso del tiempo juega en mi contra, tampoco es algo tan importante en mi vida, honestamente», expresa.

Para la arquitecta, en este momento de su vida «la sexualidad desde lo genital pasa a un segundo plano»: «Es muy importante a los 30 años, a los 20, a los 15, a los 40 quizá.. a los 50… ya después es menos importante, o por lo menos me pasa a mí», enfatiza.

La mirada de la directora

Cecilia del Valle, cuyo filme plasma la historia desde una mirada tierna y positiva, conoció a la protagonista porque ambas militaban en el mismo partido político, vinculado al peronismo kirchnerista.

«Yo la escuchaba hablar de arquitectura, de urbanismo, escuchaba sus ideas como una forma de ser en el mundo, me parecía interesante. Me encanta cuando las cosas que amamos nos atraviesan», señala la realizadora, también por videollamada, junto a Canela.

Consultada por qué es lo que quiere dejar en el espectador con su película, que desde el 14 de mayo se puede ver en la plataforma puentesdecine.com, Del Valle se muestra tajante: «Muchas veces la crudeza de la realidad hay que mostrarla. Esta es solamente una historia de tantas otras historias».

«Lo que a mi me gustaría es que acerque desde un lugar familiar y empático», añade.

Destaca de Canela su compromiso social, como el proyecto que en su día presentó para construir en Rosario casas para el colectivo trans, pero que «no fue escuchado» por las autoridades.

En mayo de 2012, dos años después de que el Congreso aprobara el matrimonio igualitario, Argentina sancionó la Ley de Identidad de Género, que permitió que personas travestis y trans sean tratadas de acuerdo a su identidad de género e inscritas en sus documentos y registros personales con su nombre propio.

Desde entonces, ya son alrededor de 9.000 las personas que han podido cambiar su DNI para adecuarlo a su identidad, aunque sigue habiendo reclamos para lograr una mayor integración en el ámbito laboral y social.

Como deseo personal, la directora de cine rosarina se sincera: «Nuestra ilusión es que la vea Alberto», señala en referencia al presidente argentino Fernández, en quien pone sus esperanzas para que el país siga avanzando en derechos para toda la sociedad.

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