Casabe
Torre de casabe. Foto referencial

Antes de ingresar a la exclusiva lista de patrimonios culturales de la humanidad, previo a ser un salvavidas de la nutrición del venezolano en medio de la guerra económica y las medidas unilaterales impuestas por EEUU; incluso antes de ser el postre favorito del Libertador Simón Bolívar a quien homenajeaban con la “torta melosa” confeccionada a partir de harina de casabe y dátiles caraqueños, fue un poderoso veneno que nuestros pueblos ancestrales utilizaron para la caza y hasta los suicidios frente al proceso de exterminio de pueblos enteros que trajo consigo la conquista.

Todavía lo es. La yuca amarga no es lo mismo que la dulce, y su altísimo contenido de ácido cianhídrico puede matar a un humano. La pregunta es: ¿cuántos mártires de la antigüedad hicieron falta para dar con la fórmula que permitió domesticar el tubérculo y transformarlo en una tortilla comestible y nutritiva?

Benito Yrady, quien bien podría ser llamado “el hombre de los patrimonios”, pues ha encabezado la cruzada que nos ha permitido conquistar diez veces ese podio (y amenaza con cinco más antes de que comience la próxima década), afirma que el alimento estuvo entre nosotros, acariciado por las corrientes del Orinoco, hace más de 3.000 años, y se expandió al resto del continente. Pero ya antes, narran otros cronistas, estuvo entre las apetencias del Caribe insular, donde aprendieron más temprano que tarde a desenmarañar el secreto: la temperatura, pues con una cocción superior a los 80 grados la yuca amarga va perdiendo los cianuros que son su ente activo.

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