San José.- La urbanización no planificada, los procesos de inequidad y la degradación ambiental en Centroamérica elevan la vulnerabilidad de la región frente a los desastres naturales, un desafío que se debe trabajar de forma integral.
Así lo aseguró en una entrevista la directora del Banco Mundial para Centroamérica, Seynabou Sakho, quien indicó que la región debe comprender mejor el manejo de los riesgos y la importancia de la resiliencia ante los desastres que pueden llegar a frenar el desarrollo de los países.
«Sabemos que Centroamérica es la segunda región más vulnerable del mundo a riesgos climatológicos (…) pero con el aumento, en términos de frecuencia y amplitud, de los desastres, ya no son solo riesgos climáticos, sino riesgos de desarrollo, entonces hay una necesidad de realizar estándares de construcción y actuar a todos lo niveles», afirmó Sakho.
Centroamérica, un territorio de 522.760 kilómetros cuadrados que concentra entre un 7 % y un 10 % de la biodiversidad mundial, es una región geográfica con marcados contrastes entre el Caribe y el Pacífico, y se caracteriza por su alta diversidad biológica y cultural.
Sin embargo, según el informe del Banco Mundial «Hacia una América más resiliente» del año 2019, esas mismas características se traducen en una gran variedad de climas, donde confluyen cuatro placas tectónicas y elementos que la hacen una región altamente expuesta a los fenómenos como terremotos, erupciones volcánicas, deslizamientos de tierras, huracanes tropicales, inundaciones, sequías y olas de calor.
El informe señala que el costo económico los desastres climáticos e hidrometeorológicos (sequías, inundaciones, entre otros) registrados en Centroamérica en los últimos 20 años es de alrededor de 37.338 millones de dólares.
«Una cosa clara es que se trata de un problema multidimensional, y desde el Banco Mundial trabajamos con expertos, organizaciones, instituciones y Gobierno para impulsar el diálogo, alianzas, hallazgos, pensar cómo avanzar y cuáles son las necesidades del futuro», dijo Sakho.
En este contexto centroamericano, según la experta habría que sumar la mala planificación urbana, el inadecuado aprovechamiento territorial y la inequidad social, en donde se ven afectados principalmente aquellos más vulnerables como indígenas, afrodescendientes y las mujeres.
Por ejemplo, estadísticas de las Naciones Unidas, indican que en las situaciones de desastre, las mujeres son las más severamente afectadas, estando hasta 14 veces más expuestas que los hombres, mientras que durante catástrofes las muertes de mujeres se han duplicado durante los últimos años.
Además, la pobreza obliga a las personas a asentarse cerca de ríos, precipicios o espacios inadecuados por su condición económica, mientras que la falta de cultura ecológica provoca que las personas tiren la basura a los ríos, que trae como consecuencia inundaciones.
«El futuro de las personas de Centroamérica está en la ciudades y cómo preparamos las ciudades para hacerlas más resilientes. Las crisis hacen evidente los retos, y el cambio climático es una oportunidad para ver que muchas veces no se manejaron con un abordaje integral, y es hora de trabajar pensando en la inclusión, patrimonio cultural y la prevención», destacó Sakho.
El Índice de Riesgo Climático Global del Germanwatch (2018) indica que de ocho países miembros del Sistema de la Integración Centroamericana, cuatro (Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador) se ubican entre de los 15 primeros en el mundo con un mayor riesgo climático a largo plazo.
Entre los retos de la región, se encuentran gestionar el riesgo desde una perspectiva de la prevención, sustentada en información y en herramientas analíticas, así como el financiamiento, la inclusión, la coordinación interinstitucional y la planificación urbana.
La directora del Banco Mundial para Centroamérica, se encuentra en Costa Rica en el marco del evento de dos días «Comprendiendo el riesgo», que desarrolla conjuntamente con el Sistema de Integración Centroamericana y la NASA.
La actividad explora una variedad de temas que van desde tecnologías disruptivas hasta participación comunitaria, que puedan utilizarse para mejorar la gestión del riesgo de desastres en la región.
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