Pekín.- Oficinas vacías, restaurantes cerrados, escuelas sin fecha de regreso a las clases, gimnasios con las actividades suspendidas hasta nuevo aviso. Y millones de chinos enclaustrados en sus casas para evitar contagiarse del coronavirus, recurriendo para ello a un poderoso aliado: internet.
Los despachos desiertos se han trasladado a los hogares de los chinos, que desde hace semanas teletrabajan aquellos cuya empresa y ocupación se lo permite, mientras que las aulas han pasado de ser un espacio físico a convertirse en aquello que abarca la pantalla del ordenador, del teléfono móvil o de la tableta.
Así, la única profesora que aún acude a trabajar a la escuela de chino Culture Yard, en los callejones del centro de Pekín, es Xia Jing, mientras que el resto prefieren hacerlo desde sus viviendas.
Clases a distancia
Varias veces por semana, Xia entra en un aula sin alumnos donde solo aguarda un ordenador portátil a través del cual imparte las clases a un estudiante extranjero, quien por precaución contra la epidemia prefiere no acercarse a la escuela.
«Al principio era un poco raro hablar a un portátil en vez de a estudiantes de carne y hueso», cuenta la maestra. «Pero creo que, cuanto más lo hago, más fácil me resulta. Hay diferencias: no puedes hacer lo mismo por internet que en persona, como lenguaje corporal o interacción con los alumnos».
«Si fuera por mí, preferiría hacerlo en persona», asegura Xia.
Con el mismo problema se topa a diario Erica Tai, profesora de Yoga en la academia Yoga Town, a pocas manzanas de Culture Yard, y que da clases sobre la única esterilla extendida en una espaciosa sala… vacía.
Una cámara operada por una compañera graba los ejercicios que se emitirán a través de la aplicación móvil All Yoga, que, dice Tai, «ha aumentado los seguidores en unos diez mil desde que empezó la epidemia».
La yogui añade que hay quien se apunta a sus clases para mantener activo su sistema inmunológico y, de paso, estirar las piernas mediante rutinas de esta disciplina, muy popular en China.
Leticia Chen, una trabajadora del sector terciario que vive en Shanghái, es una de las usuarias asiduas de este tipo de aplicaciones para hacer deporte desde casa desde que comenzó la epidemia, que también la ha obligado a trabajar desde su hogar.
«Antes jugaba al pimpón, pero ahora está todo cerrado», relata por teléfono, al tiempo que destaca las ganas que tiene de poder trabajar desde su oficina y poder quedar con amigos.
Las escuelas, sin fecha de reapertura
Muy a su pesar, la vida será más virtual que analógica al menos hasta finales de abril, si se tienen en cuenta las previsiones de los expertos chinos, que pronostican que la epidemia estaría totalmente bajo control para entonces.
Es un cálculo que cuadra con el que se había hecho Chao Ke, un joven profesor de secundaria residente en Pekín, en base a su experiencia de 2003 con el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS).
Aunque en aquel caso lo vio desde el otro lado de la barrera, con 12 años («¡Yupi! ¡No tengo que ir a clase!»), y ahora asume que igual le toca enseñar desde su ordenador durante dos meses más.
«Creo que la situación va a durar más para niños y ancianos, ya que son más vulnerables, así que eso significa que mi escuela tardará más tiempo en reabrir, pero el Gobierno no ha anunciado aún ninguna fecha de vuelta a las clases», explica, en el salón de su casa.
Esta nueva situación es un reto que le resulta estimulante: «Me gusta la idea de que las limitaciones lleven a la creatividad. Ahora que no tengo un aula, busco maneras más creativas para enseñar», agrega Chao, quien toma todas las precauciones y desinfecta religiosamente a quien entra en su casa, incluso si se trata de su propia compañera de piso.
Pesadilla en la cocina
El coronavirus ha tumbado además una extendida costumbre china: comer en cantinas. Rápidas, ubicuas, baratas y sabrosas, pero ahora vacías por la precaución ciudadana y recomendación gubernamental de evitar el contacto humano en la medida de lo posible. Se ven más repartidores a domicilio que clientes entrando y saliendo de ellas.
Al igual que Chen, el propio Chao admite que no solía cocinar antes de la epidemia: en su escuela, lo hace en el comedor público, mientras que salir a comer o cenar se ha complicado, con la mayoría de los restaurantes cerrados. Casi los únicos recursos restantes son las ollas y las sartenes.
También es así para Sun Yao, dueño de un bar, que trabajó de chef hace años pero al que la pereza derrotaba de manera cotidiana, por lo que optaba o bien por comer fuera o por pedir comida a domicilio.
Ahora, el coronavirus le ha ‘arrinconado’ en la cocina.
Sin embargo, el manejo de los fogones tiene también una vertiente virtual. «Como las calles están cerradas para que no accedan a ellas más que los residentes, no podemos ir al mercado donde compramos… así que hacemos la compra por internet», explica Chao.
Las estadísticas muestran que la tendencia es nacional: según la plataforma virtual de reparto de comida a domicilio Meituan, las ventas de levadura durante el Año Nuevo chino finales de enero, coincidiendo con el inicio de la epidemia, se multiplicaron por cuarenta en enero, mientras que las de masa de empanadillas lo hicieron siete veces y las de especias, ocho.
En ese mismo período, la compra de productos frescos por internet aumentó un 200 por cien respecto al mes anterior, a los que se suman las decenas de millones de bolsas aperitivos o de paquetes de fideos instantáneos vendidos.
El aburrimiento del encierro, otro obstáculo
La vida casera también ha hecho que otra amenaza si bien mucho menos letal que el coronavirus se cierna sobre los chinos: el tedio.
«He empezado a jugar a videojuegos en mi móvil, la última vez que jugué sería cuando estaba en el instituto… y de eso hará doce años», reconoce Chao, a quien a veces y como a otras muchas víctimas del encierro causado por el virus le asoman brotes de locura.
«El otro día estaba escuchando música en casa y no había nadie más, y me puse a bailar. Pensé: ‘¡No quiero seguir en el sofá!’ Y empecé a bailar».
Con todo, hasta para matar el aburrimiento las cosas han cambiado desde la epidemia del SARS, que también puso a China en jaque.
Ahora las posibilidades de entretenimiento son menos finitas: «Entonces -recuerda Chen- no teníamos teléfonos inteligentes».
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