Nancy Muro recorre un sembradío en una parroquia de Caracas. Foto: EFE/ Rayner Pena R

Sentadas frente a uno de los huertos de su comunidad, en un barrio de Caracas, un grupo de mujeres venezolanas comparten un té y conversan sobre el empoderamiento, una palabra que muchas conocieron hace poco más de cuatro años, pero de la que ahora se saben protagonistas gracias al apoyo de una ONG que les permitió encontrar el poder de cambiar su propia realidad.

«Mujeres Constructoras de Paz» es el nombre con el que se le conoce a este colectivo -formado por unas 600 mujeres- que nació en una parroquia caraqueña, y que sirvió para que cada una se volviera protagonista de cambios personales y de su entorno, que van desde la mejora de fachadas y muros hasta el desarrollo de oficios.

Así fue como Libia Domínguez, de 62 años, descubrió que es hábil en la siembra y entendió que, con sus propias manos, puede hacer lo que se proponga para mejorar su situación y la de los suyos.

«La gente se queda mirando y me preguntan, ¿pero tú siembras?, porque la mayoría de las mujeres no siembran, y yo les digo: ‘sí, porque yo soy una mujer empoderada, con el favor de Dios, y si no tengo para más nada me meto en el campo a sembrar'», relató a EFE esta mujer, que asegura haber pasado de «no hablar» a reconocerse útil y valiosa en su familia y en su comunidad.

Sembrando sororidad

Mientras toman la bebida caliente, comparten sus experiencias y se corrigen unas a otras cuando alguna asoma algún comentario que muestre menosprecio o debilidad por el género femenino.

Constructoras de paz
Lilian Blanco posa para EFE en un barrio de Caracas. Foto: EFE/ Rayner Pena R

Cuentan cómo han aprendido a sembrar y usan lo cosechado para alimentar a sus familias, relatan las formas en las que lograron resolver la falta de dinero para comprar toallas sanitarias enseñando a otras a usar las copas menstruales que les donaron, señalan su nuevo amor por la lectura o narran el momento en el que acompañaron a una vecina a denunciar a su esposo violento.

Mientras tanto, sus mentoras del Centro de Justicia y Paz (Cepaz), la organización que ha fortalecido y acompañado a este grupo con programas que atienden las temáticas que las ocupan, las miran desde un discreto segundo plano y sonríen al escuchar afirmaciones como la de Libia: “sé que soy útil. Soy útil. Me siento útil, me siento empoderada”.

La coordinadora de defensa de Cepaz y encargada de este programa en la comunidad de La Dolorita, Jany Joplin González, explicó a EFE que el mérito es de las ya 600 mujeres beneficiadas por este proyecto, que toman sus vulnerabilidades, las afrontan y deciden “salir adelante” con las herramientas que les proporcionan.

“A pesar de su situación, tan miserable a veces, todavía tienen esas ganas de reírse, esas ganas de compartir y de apoyarse (…) Yo creo que ver a estas mujeres echando hacia adelante con esa carga tan pesada que tienen ha sido motivador”, dijo.

Detalló que, además de talleres de derechos humanos, formación en contra de la violencia hacia la mujer y construcción de paz, les dan semillas para que creen sus propios huertos y fomentan en las beneficiadas la sororidad.

A contracorriente

Durante 2022, al menos 236 mujeres murieron a manos de feminicidas en Venezuela, según el registro de casos que lleva la ONG Utopix.

Pero, aún con este número en contra, y pese a las dificultades que implica vivir en sociedades polarizadas y en las que la crianza y la responsabilidad de la familia recae en la mujer, el género femenino que vive en la comunidad de La Dolorita se sobrepone y avanza.

Es el caso de Lilian Blanco, que hace dos años consiguió vencer las adversidades y estigmas en torno a las mujeres en la política, y ahora es concejal de esta comunidad ante la Alcaldía.

“A mi nadie me opaca, mi brillo no me lo quita nadie”, dijo a EFE esta mujer que, con la autoridad de quien lo ha vivido de cerca, habla de la violencia de género y del silencio que ha cobrado víctimas entre sus conocidas.

Por eso, sale cada mañana, no solo a “hacer política” sino a hablarle a sus vecinas de todas las edades y a intentar fomentar el interés por su desarrollo personal.

Se refiere a sí misma como “un despertador”, y admite que, tanto ella como sus compañeras en el programa “Constructoras de Paz”, se han convertido en un apoyo y un impulso para que otras crezcan y entiendan el papel activo de las mujeres en cualquier cambio que se quiera gestar en la sociedad.

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