Sao Paulo.-El COVID-19 ha frustrado el despegue de la economía brasileña, con la «inmunidad baja» tras la profunda recesión que atravesó entre 2015 y 2016, y ha enterrado la agenda liberal del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, uno de los más escépticos sobre la gravedad de la COVID-19.
Bolsonaro llegó al poder el 1 de enero de 2019 con la promesa de hacer despegar la economía brasileña después de dos años de débil crecimiento, en los que el producto interior bruto avanzó apenas un 1,3% tanto en 2017 y 2018, pero en su primer año de mandato apenas creció un 1,1%.
La pandemia del COVID-19 supone otra piedra más en el camino y ha borrado de un plumazo el optimismo sobre la mayor economía de Sudamérica.
El Gobierno ya ha reducido el crecimiento del 2,10% al 0,02% para 2020, mientras que el Banco Central ha recortado la estimativa del 2,2%, calculado en diciembre, al 0,0%.
Preocupado con los números, el líder de la ultraderecha brasileña ha menospreciado la gravedad de la COVID-19 -la cual llama de «gripecita» o «resfriadito»-, ha exigido el fin del confinamiento masivo y ha pedido a los brasileños que vuelvan a trabajar.
Según el mandatario, hay que evitar medidas radicales porque es necesario mantener a flote la economía brasileña y frenar el desempleo, que en febrero afectaba a cerca de 12 millones de personas.
«La crisis del COVID-19 encontró a la economía brasileña en una situación de inmunidad baja y de fragilidad prácticamente estructural», lamentó a Efe el economista Bruno Carazza, quien se refirió a los efectos que todavía siente el país de la recesión económica sufrida entre 2015 y 2016, cuando el PIB perdió cerca de siete puntos porcentuales.
UNA RESPUESTA ECONÓMICA «LENTA»
Bolsonaro ha adoptado una serie de medidas para mitigar los efectos del COVID-19, pero, según algunos economistas, la respuesta económica del Gobierno está siendo «lenta» en comparación al resto de potencias internacionales.
El Ejecutivo anunció este viernes una línea de crédito de emergencia para pequeñas y medianas empresas destinada al pago de salarios durante un periodo de dos meses, con un valor total de 40.000 millones de reales (unos 8.000 millones de dólares), así como una reducción de intereses en todas las líneas de crédito.
La propuesta se suma a otras iniciativas, como una ayuda económica de 600 reales mensuales (120 dólares) para trabajadores informales, además de la inyección de 55.000 millones de reales (11.000 millones de dólares) para ayudar a las empresas a reducir los impactos de la crisis.
Para el economista Henrique Castro, profesor de la Escuela de Economía de la Fundación Getulio Vargas (FGV), las propuestas de momento son «insuficientes» y la falta de un «programa consistente de apoyo» a las personas más vulnerables podría llevar a «grandes conflictos sociales» en un país de «mucha desigualdad social» y con el 40 % de su población económicamente activa dedicada a trabajos informales.
Carazza, por su parte, estimó que si el Gobierno no presenta medidas económicas «más concretas, el sentimiento de falta de confianza y de desespero va a continuar en Brasil».
De hecho, el índice de confianza del empresario industrial se situó en 60,3 puntos este mes de marzo, lo que representa 4,4 puntos menos que febrero y la mayor caída desde junio de 2018, según el último informe elaborado por la Confederación Nacional de la Industria (CNI).
En la misma línea se expresó esta semana el expresidente del Banco Central brasileño Arminio Fraga, quien subrayó la necesidad económica de «actuar rápidamente», lo que, a su juicio, «no está sucediendo».
En una entrevista al diario O Globo, Fraga alertó que si no se produce el aislamiento social en Brasil, como defiende la Organización Mundial de la Salud (OMS), la economía brasileña puede sufrir un segundo «golpe».
«El Gobierno no se ha dado cuenta de la gravedad de la situación o, si se ha dado cuenta, está colocando objetivos políticos por encima de esta misión, que es económica y social», señaló Carazza, también profesor del Instituto Brasileño de Mercado de Capitales (Ibmec).
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