Buenos Aires.- La recesión que vive Argentina ha impactado en el día a día de sus habitantes a muchos niveles, entre ellos en la capacidad de saciar su apetito carnívoro, ya que el precio de la carne se ha convertido en un obstáculo para llevar a cabo uno de los rituales más sagrados del país: el asado.
La carne vacuna argentina, que goza de gran fama internacional por su calidad, tiene un coste cada vez más restrictivo para los habitantes del país austral debido a la enorme inflación que arrastra su economía, principalmente desde abril de 2018.
En este sentido, las reuniones alrededor de la parrilla en una comida familiar o en el ático de un amigo para charlar y degustar los cortes típicos del asado no han podido escapar al terremoto económico.
Según la encuesta de supermercados de mayo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) de Argentina, el coste de la carne respecto al mismo período del año anterior aumentó un 67,1 %, lo que lo convierte en el grupo alimenticio más encarecido.
Para entender la magnitud de esta cifra, en ese mismo intervalo de tiempo el salario de la población solo creció un 38,5 %, una pérdida de poder adquisitivo que les aleja de una experiencia que va más allá de su valor nutricional.
«Es una comida que implica una reunión social casi esencialmente. De hecho, me acuerdo que una vez me hice un asado para mí solo y me sentía como culpable», explica a Efe Diego Díaz, antropólogo especializado en alimentación.
Para Díaz, existe una necesidad de estar con gente y compartir «no solo una porción de carne, sino compartir experiencias, sentimientos, ideas, discusiones, debates, risas y chistes».
«Se ha incorporado al acervo cultural. Es de algún modo como el tango, el mate o el fútbol», describe.
El informe de junio de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (Ciccra) muestra que en un año, el consumo interno de carne vacuna pasó de 58,2 kilos al año per cápita a 52,9 kilos, un 9,2 % menos.
Con esta coyuntura, los argentinos están empezando a ampliar sus miras y a saciar sus instintos carnívoros con otro tipo de animales.
«Hoy en la Argentina ya no hay exclusivamente carne vacuna en una parrilla. Normalmente hay carne vacuna, porcina e incluso hay pollo, no es más un asado de una sola carne», detalla Miguel Schiaritti, presidente del Ciccra.
Williams apunta que otra estrategia que sus clientes siguen para no privarse del asado es optar por los cortes más económicos y los que «más rinden», mientras que se lo piensan dos veces a la hora de escoger piezas tradicionales que tienen más grasa o hueso, como la tira de asado.
Para escapar a esta caída del consumo, la industria cárnica se apoya en las ventas internacionales y, en concreto, en el mercado chino, receptor de 7,2 de cada 10 kilos de producto exportado.
Desde que el Ciccra tiene registros (1996), la balanza comercial del primer semestre del año nunca había estado tan decantada hacia la exportación, con un 22,9 % de la producción vacuna total destinada al consumo exterior.
«Si las exportaciones continúan aumentando de manera significativa y en lugar de ser del 20, son del 40 %, seguramente habrá algún efecto sobre el mercado interno», advierte el presidente de la cámara industrial.
Un posible escollo más para que los argentinos disfruten de uno de sus rituales más definitorios mientras el país vive su particular época de vacas flacas.
«Desde el punto de vista nutricional ni siquiera es demasiado grave el asunto. No pasa por ahí, pasa más por una cuestión de orgullo cultural, es casi como quedar en octavos de final afuera de un Mundial», asegura Diego Díaz. EFE
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