Buenos Aires.- La dos veces presidenta argentina Cristina Fernández regresa al poder, pero esta vez no como jefa de la Casa Rosada sino como vicepresidenta del Gobierno del peronista Alberto Fernández y titular del Senado, una tribuna que aprovechará para mantenerse como protagonista de la escena política y asegurarse sus objetivos personales.

El de vicepresidente es un cargo electivo en Argentina y sus funciones están establecidas por la Constitución del país: ejerce el Ejecutivo en caso de enfermedad, ausencia, muerte, renuncia o destitución del presidente y preside el Senado, aunque sin derecho a voto, salvo en caso de que haya empate en una votación en la Cámara Alta.

Eso en lo formal, pero en el caso de Cristina ejercerá además un poder político innegable en el siempre complejo entramado de fuerzas puertas adentro del peronismo.

UNA ESTRATEGA CON NOMBRE PROPIO

En una Argentina acostumbrada a vicepresidentes sin brillo o relegados a un rol secundario, este no será el caso de Cristina Fernández, dueña de una fuerte personalidad y de una trayectoria política que la hacen sobresalir de sus antecesores en este cargo.

A sus 66 años, puede afirmar que es la única dirigente política argentina que llega a la Vicepresidencia tras haber conducido durante dos mandatos consecutivos la Casa Rosada (2007-2015), y haber sido senadora y diputada nacional, convencional constituyente y diputada provincial, una carrera política brillante que por estos días cumple tres décadas y que supo construir a la par de la de su esposo, el fallecido expresidente Néstor Kirchner (2003-2007).

Es, además, líder de un espacio político surgido dentro del peronismo pero que lo trasciende: el kirchnerismo, en el poder durante doce años y medio, responde sólo a su jefa.

Cristina cuenta con ese caudal propio de apoyo y es lo que ha aportado a la construcción del Frente Todos, la coalición integrada por diversas corrientes peronistas que llevó a Alberto Fernández a un triunfo en los comicios presidenciales del 27 de octubre.

Si no apostó por buscar un tercer mandato y, en cambio, ofrecer en mayo pasado a Alberto Fernández que liderara él la fórmula presidencial, ha sido, según señaló a Efe el analista político Esteban Regueira, de la consultora Clivajes, porque Cristina reconoció que tenía un «techo» en su caudal electoral.

Tras haber logrado el 54 % de los votos para su reelección en 2011, hace dos años compitió por una banca en el Senado y solo obtuvo un 36 %.

«Se dio cuenta ahí de que ese era su límite, que con ella sola no alcanzaba, y es por eso que, de cara a 2019, buscó formar un gran acuerdo y propuso a Alberto Fernández como candidato presidencial. Fue una jugada estratégica de Cristina Fernández porque colocó a un cuadro político importante, de un tono más moderado», señaló Regueira.

Una jugada magistral por la que los Fernández ganaron en primera vuelta, con el 48,24 %, sellando el regreso del peronismo a la Casa Rosada.

UNA VICEPRESIDENCIA DISTINTA

Salvo contadas excepciones, los vicepresidentes en Argentina quedan relegados a un segundo plano, el de mero moderador de las sesiones en el Senado. Es el presidente el que cuenta.

No será así con Cristina y esto es una novedad. Por su fuerte personalidad, pero también por su trayectoria política y el poder que supo amasar, la nueva vicepresidenta no pasará desapercibida.

Cuenta con sobrada experiencia en el Congreso: cuatro años como diputada y seis como senadora. Siempre sobresalió como oradora y ahora, como titular del Senado, volverá a tener un estrado desde donde hacerse escuchar.

«Va a usar ese atril para manifestar sus ideas, sus posiciones, independientemente de lo que se debata en el Senado», dijo a Efe el analista Patricio Giusto, de la consultora Diagnóstico Político.

En el Senado, Cristina tendrá una posición cómoda, con 39 senadores del futuro bloque oficialista.

Con todo, Regueira cree que la exmandataria tendrá que dejar de ser aquella «figura de confrontación constante» que fue durante su gobierno y ser ahora «más dialoguista y negociadora» porque el nuevo Gobierno deberá alcanzar consensos con aliados y opositores para sacar adelante proyectos de ley clave.

Giusto tampoco cree, a diferencia de lo que algunos aún temen, que Cristina termine rivalizando con Alberto por quién tiene el poder.

«Me parece que ella ya no tiene un proyecto político de querer llegar a la Presidencia nuevamente. Creo que el principal objetivo de Cristina es que su hijo Máximo Kirchner sea presidente en 2023», sostuvo.

TRANQUILIDAD JUDICIAL

El otro gran objetivo de Cristina es, según Giusto, lograr «tranquilidad judicial» para ella y para su hija Florencia, de 29 años, en Cuba desde marzo pasado para someterse a un tratamiento médico y procesada, como su madre, en dos causas por presunto lavado de activos y asociación ilícita.

También su hijo Máximo, de 42, está procesado, pero cuenta con fueros como diputado desde hace cuatro años.

La propia Cristina Fernández acumula una decena de procesamientos por presuntas irregularidades mientras gobernó el país.

Será vicepresidente con un juicio en curso, aguardando el inicio de otros cuatro y figurando como procesada en otras cinco causas en instrucción.

Giusto cree que las investigaciones no se van a cerrar, pero sí que se van a «ralentizar» en vistas a los antecedentes en Argentina de una Justicia que, por lo general, «se alinea con el poder».

Regueira coincide: «Las investigaciones van a seguir. Pero en Argentina la Justicia federal es muy particular, siempre termina acomodándose del lado de poder».

Y advierte que, aun si se comprobara su culpabilidad en alguna de las causas, tampoco será fácil impulsar un juicio político con fines de destitución.

 
Natalia Kidd EFE

 

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