El derecho de veto, que tiene paralizado al Consejo de Seguridad y que es cada vez más cuestionado, se convirtió este miércoles en el protagonista de la enésima sesión dedicada a la guerra de Ucrania, y que hoy tuvo como invitado estrella al propio presidente ucraniano, Volodímir Zelenski.
Antes de arrancar la sesión, los diez miembros no permanentes del Consejo hicieron una inusual comparecencia en la puerta misma del organismo para pedir que se restrinja al máximo el uso del veto «y especialmente en acciones que tiendan a evitar las atrocidades».
Fue significativo que en esa comparecencia faltaran las cinco grandes potencias -EE.UU., Rusia, China, Francia y el Reino Unido- que como miembros permanentes gozan de ese derecho, aunque el país que más ha utilizado el veto en los últimos años es, con gran diferencia, Rusia.
De hecho, Rusia ha evitado que el Consejo de Seguridad condene su invasión de Ucrania o que le ordene retirar sus tropas precisamente usando el derecho de veto, lo que ha obligado a los demás países a llevar el tema a la Asamblea General, órgano sin poder resolutivo.
ZELENSKI PROPONE LA EXPULSIÓN TEMPORAL
Consciente de que el Consejo ha entrado en una dinámica reiterada de discursos contrapuestos de una parte y otra sin terreno común, el presidente ucraniano -que no se quitó el uniforme caqui para la ocasión- trajo esta vez bajo el brazo dos propuestas claramente dirigidas contra Rusia.
Primero, expulsar temporalmente a un miembro que viola la carta fundacional de la ONU; segundo, llevar cada resolución vetada en el Consejo a la Asamblea y darle poder a ésta para levantar el veto.
De ser aprobadas, la perjudicada sería Rusia, pero el propio sistema de funcionamiento de la ONU -y precisamente el derecho de veto- hace que esta propuesta quede de nuevo como un saludo a la bandera, del mismo modo que los llamamientos a reforma en la estructura del consejo llevan años siendo papel mojado.
APARECE SERGUÉI LAVROV
La sesión transcurría por sus cauces habituales: primero, el embajador ruso Vasili Nebenzia trató de torpedear su celebración alegando que se había violado el procedimiento al invitar a Zelenski, y la aclaración de este detalle retrasó sus trabajos durante veinte minutos.
Tras sendos discursos del secretario general António Guterres y de Zelenski, tomó la palabra el secretario de Estado Antony Blinken, y en mitad de su discurso irrumpió en la sala el gran ausente, Serguéi Lavrov, el que ha sido arquitecto de la diplomacia rusa durante los últimos 19 años.
Lavrov no se anduvo por las ramas: tras recordar las razones por las que su país ha invadido partes de Ucrania -según Moscú, para defender a la población rusohablante-, el diplomático agarró el toro por las astas y defendió abiertamente su derecho al veto como la mejor garantía de que se respete un cierto equilibrio de poderes dentro de la ONU.
«El derecho de veto es un instrumento absolutamente legítimo, estipulado en la carta de las Naciones Unidas para evitar la adopción de decisiones que pueden dividir a la organización», y añadió que sirve para contrarrestar un supuesto intento occidental de hacerse con el control de la ONU.
Afirmó además que Estados Unidos y sus aliados «abiertamente y sin subterfugios tratan de privatizar el Secretariado (General) de la ONU (porque creen) tener el derecho de acusar a los que por una u otra razón son inconvenientes para Washington».
Lavrov terminó su discurso lanzando un guiño a los países del tercer mundo -muchos de ellos surgidos de golpes de Estado- que son objeto de sanciones pronunciadas por el Consejo de Seguridad.
«Hay que considerar limitaciones humanitarias a las sanciones, pues deberían ir acompañadas de consideraciones de las agencias de la ONU sobre sus consecuencias humanitarias, en lugar de venir acompañadas de exhortaciones demagógicas de los colegas de Occidente. Tan simple como esto: que la gente común no sufra».
Aunque no citó a ninguno en concreto, gran parte de los países sometidos a sanciones son aliados de Rusia, como Siria, Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y Mali.
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