Javier Albisu

Bruselas, 22 may (EFE).- La desinformación no es nueva, ni es infalible, ni tampoco es el arma definitiva. Pero al calor del vertiginoso desarrollo de las nuevas tecnologías, esta herramienta de guerra híbrida con sello ruso se ha demostrado mucho más barata y eficaz que otras formas tradicionales de conflicto.

«Busca generar ausencia de fe en las instituciones políticas y crear caos y disrupción. Evoluciona constantemente y es muy barata. Es un juego al que vamos a seguir jugando en el futuro», comenta a Efe la analista del centro de pensamiento The German Marsall Fund of the United States Kristine Berzina, en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo que se celebran entre el miércoles y el domingo.

Según ese «think-tank» transatlántico con oficinas en Bélgica y otros siete países, la manipulación informativa es una de las cinco nuevas amenazas para las sociedades democráticas, junto con las finanzas y las inversiones maliciosas, la colusión política y los ciberataques.

¿Qué es la desinformación?

También conocida como posverdad o manipulación informativa, la desinformación puede definirse como aquella información deliberadamente falsa y generalmente emotiva creada para ser difundida como arma política con el objetivo de generar narrativas que creen discordia y fragmenten las sociedades democráticas.

«El concepto de desinformación, al menos en lo relacionado con el Kremlin, no busca tanto convencer sino crear caos», explica a Efe una fuente europea familiarizada con este tipo de injerencias políticas, que coincide con otros analistas y expertos en ciberseguridad consultados.

Historia

Se considera que el padre de la desinformación como «doctrina militar» moderna es Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia desde 2012, quien en 2013 señalaba en un artículo sobre los desafíos de las nuevas formas de guerra que «el espacio de la información abre amplias posibilidades asimétricas para reducir el potencial de combate del enemigo».

«Las acciones asimétricas se han generalizado, permitiendo la eliminación de las ventajas de un enemigo en los conflictos armados», sostenía el estratega ruso, sancionado por la Unión Europea (UE) en 2014 por como responsable del despliegue masivo de tropas rusas en Ucrania.

La fábrica de trolls

En 2015, la activista rusa Lyudmila Savchuk pasó dos meses trabajando de incógnito y por el equivalente en rublos a unos 700 euros mensuales en el número 55 de la calle Savushkina de San Petersburgo, un edificio de cemento gris y cuatro alturas con las ventanas condenadas y cámaras de seguridad en las paredes.

En su interior se encuentra la Agencia de Investigación de Internet (IRA, por sus siglas en inglés), una empresa del oligarca Yevgeny Prigozhin, apodado el «chef» de Vladimir Putin, al que Estados Unidos sancionó por haber lanzado campañas en redes sociales como Facebook para alterar el resultado de las elecciones presidenciales de 2016 que ganó Donald Trump.

Ese centro, popularmente denominado «la fábrica de trolls», dispone de un presupuesto de 1,25 millones de dólares mensuales y una plantilla de unos 80 empleados, según estimaciones de Bruselas, que se organizan en turnos y se dedican a generar desinformación, inicialmente con mensajes sobre raza, LGTB, religión y armas.

La «fábrica de trolls», en cualquier caso, es sólo uno de los brazos de la desinformación de Moscú que, según la Comisión Europea, destina unos 1.000 millones de euros anuales a medios de comunicación propagandísticos como la cadena de televisión RT (antes Russia Today, fundada en 2005) y la agencia de noticias Sputnik (creada en 2014).

Primeros pasos

Según un estudio del Instituto de Investigación sobre Crimen y Seguridad de la Universidad de Cardiff publicado este mes de mayo, la injerencia de esa industria de noticias falsas (fake news) en la política europea arrancó en las elecciones a la Eurocámara de 2014 y utilizó como banco de pruebas Grecia, que se veía entonces como el eslabón más débil de la UE por sus problemas financieros.

El objetivo de aquel «experimento» propagandístico consistía en sembrar dudas sobre posibles fraudes electorales a través de comentarios con fotografías que mostraban una supuesta falta de seguridad en los comicios.

Los expertos sospechan que la intensidad de aquella primera manipulación informativa rusa fue limitada debido al estallido simultáneo del conflicto de Ucrania, que centró los esfuerzos del Kremlin en ese país.

Desarrollo

«El 2016 fue el año del ‘despertar’ de las noticias falsas, aunque habían empezado antes», señala una alta fuente europea en referencia la filtración de datos personales de millones de sus usuarios de Facebook a la consultora Cambridge Analytica, a la que se atribuye un papel decisivo en las elecciones de EEUU y en el referéndum británico del «brexit».

Desde entonces, se han registrado intentos de injerencias en distintos procesos electorales en Francia, Alemania, Italia, Holanda, Ucrania, Suecia y en el referéndum ilegal de independencia de Cataluña del 1 de octubre de 2017.

La desinformación ha aprendido idiomas y, más allá del inglés y el ruso iniciales, actualmente se difunde deliberadamente también en alemán, árabe, el búlgaro, estonio, rumano, moldavo, español, ucraniano y francés.

«Ahora es más borrosa», por ejemplo, a la hora de establecer quién está propagando la información ya que hay «actores domésticos» europeos que «copian» las tácticas rusas, indica Kristine Berzina.

Los imitadores han surgido no sólo en Europa, sino también en China, Venezuela, Irán, India o Brasil en lo que parece se está convirtiendo en una táctica de guerra híbrida globalizada, coinciden los expertos.

¿Cómo funciona?

La desinformación muta y se adapta a las vulnerabilidades y especificidades de cada sociedad en la que pretende influir, en un mundo en el que unos 4.000 millones de personas tienen acceso a internet y el 75 % de la población mundial utiliza teléfono móvil.

A partir del análisis de casi 3,5 millones de comentarios en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube entre noviembre de 2018 y marzo de 2019, la empresa estadounidense SafeGuard Cyber distingue entre tres tipos de «malos actores»: los bots (sistemas automáticos), los trolls (personas reales) y los híbridos (personas reales que utilizan bots y similares).

«El volumen de desinformación se dirige a los Estados miembros de la UE para explotar y exacerbar fisuras sociales en desarrollo y problemas contenciosos casi en tiempo real», indica SafeGuard Cyber en su informe.

En español

Un responsable de esa firma de seguridad digital explicó a Efe que en el período analizado se detectaron 281.382 mensajes con patrones de desinformación en lengua española, pero sólo 40.859 trataban sobre asuntos relacionados con España, y provenían de 40 autores únicos, mientras que el grueso de esa actividad se refería a las tensiones entre Venezuela y Estados Unidos.

Al contrario de campañas anteriores, existen «suministradores» de desinformación, generalmente perfiles con pocos seguidores que difunden contenidos de webs del Kremlin como RT o Sputnik, y «amplificadores», es decir, cuentas desde las que se multiplicaba el impacto y la frecuencia de esos comentarios.

Los analistas de SafeGuard Cyber encontraron mensajes relacionados con el nuevo partido de ultraderecha VOX, pero también «otros comentarios alineados con la izquierda y temas no relacionados per se con la política».

«No hubo interferencias rusas en las elecciones» celebradas en España el pasado 28 de abril, conforma a Efe una fuente comunitaria competente en la materia, que también apunta «ha habido un incremento enorme de los mensajes sobre Venezuela» en el último mes.

Elecciones europeas

«Algunos funcionarios estadounidenses han mostrado su preocupación sobre que Rusia pueda utilizar las elecciones al Parlamento Europeo para probar nuevas tácticas que pueden desplegarse contra los Estados Unidos en 2020», señala un análisis del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.

Por ahora, en Bruselas no se han detectado signos de injerencias rusas, pero «puede pasar cualquier cosa» hasta el escrutinio, explica una fuente comunitaria.

«Normalmente, la desinformación se intensifica durante las elecciones, pero ni empieza ni acaba con ellas», comenta a Efe otra fuente europea que trabaja con la hipótesis de dos tipos de narrativas malintencionadas en esos comicios.

La primera buscaría desincentivar la participación electoral a través de un relato que deslegitime el poder del Parlamento Europeo, fomentando el mensaje de que la Eurocámara no pinta nada porque las decisiones las toman en secreto la Comisión Europea y los Estados miembros, a espaldas de los ciudadanos.

La segunda pasa por abundar en que la Unión Europea urde una conspiración para culpar a Rusia de todos sus problemas, desde el «brexit» hasta el avance de los partidos antieuropeos, en los que Rusia no tendría nada que ver.

El extraño caso de Austria

«No podemos valorar de ninguna manera la aparición de ese vídeo, porque no tiene que ver nada con Rusia, ni con el presidente, ni con el Gobierno», reaccionaba este lunes el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, ante la grabación que ha hecho caer al Gobierno austríaco.

El vídeo fue registrado en 2017 en una finca de Ibiza y lo han difundido este fin de semana los medios alemanes Der Spiegel y Süddeutsche Zeitung.

La grabación muestra cómo el líder del partido ultranacionalista austríaco FPÖ, Heinz Christian-Strache, antes de llegar a vicecanciller, le aconseja a la supuesta sobrina de un oligarca ruso cómo donar dinero de forma ilegal a su partido y le sugiere que se haga con el control del diario más influyente de Austria, el Kronen Zeitung.

Sin especular sobre un escándalo reciente y confuso, la analista de The German Marsall Fund of the United States Kristine Berzina señala que es interesante utilizar el episodio como «una lente» para ver «de qué manera podrían funcionar las interferencias rusas», ya que en una sola conversación se habla de corrupción y control de medios de comunicación para alterar un proceso democrático.

La respuesta de Bruselas

La Comisión Europea dispone, entre otras herramientas, de una unidad con 16 personas dedicadas a controlar y exponer la propaganda rusa a través (www.euvsdisinfo.eu) en ruso, inglés y, como incorporación reciente, en español.

 

Además, las grandes plataformas de internet Google, Twitter y Facebook (y su filial Instagram) suscribieron el pasado octubre un código de conducta voluntario elaborado por la CE para frenar las «fake news» que busca, por ejemplo, aportar transparencia sobre quién paga las campañas políticas en las redes sociales.

El Ejecutivo comunitario informa mensualmente de los progresos con una tónica que se repite: hay avances pero hace falta más. Y a final de año decidirá si basta con la buena fe de esas firmas tecnológicas estadounidenses o es necesario una regulación obligatoria, aunque reconocen que la estrategia no es suficiente.

Mensajería encriptada

No solo las redes públicas sirven de autopistas para la desinformación y, de hecho, uno de los grandes desafíos son las aplicaciones de mensajería como WhatsApp, Telegram, Viber o Line.

Un informe de la ONG estadounidense Avaaz publicado justo antes de las Elecciones Generales en España muestra que 9,6 millones de votantes, el 26,1 % del censo, recibieron distintos tipos de desinformación a través la aplicación de mensajería telefónica WhatsApp, que utilizan más del 89 % de los españoles con teléfono inteligente.

Ese volumen, según el informe, supera la combinación de Twitter (10,1 %), YouTube (5,2 %) e Instagram (5,2 %) y roza el nivel (27,7 %) de Facebook, su empresa matriz, y los bulos más frecuentes tenían como objetivo la izquierda (43 %), la inmigración (14 %), los colectivos LGTB y feministas y distintas formas de discurso de odio o contra la derecha (25 %).

Para contrarrestar el efecto de la desinformación distribuida a través de esa aplicación, Avaaz sugiere, entre otras medidas, que se establezca un límite a los mensajes que se pueden enviar cada hora o que la aplicación integre un botón que le sirva al usuario para pedir que se verifique el contenido del mensaje.

Soluciones

«No es un asunto al que se pueda hacer frente sólo desde Bruselas», dicen fuentes europeas, que coinciden con académicos y expertos en que no hay una fórmula mágica para contrarrestar esta nueva amenaza, a menudo entrelazada con ciberataques.

El grueso de las fuentes consultadas señalan varios caminos a seguir: coordinar esfuerzos entre distintos países, instituciones internacionales como la UE o la OTAN y el sector privado, investigar los ataques y atribuirlos públicamente aunque tenga un coste diplomático y fomentar el pensamiento crítico y la alfabetización digital.

«Hay que generar un segundo de duda antes de compartir» ya que los bulos «se difunden sobre todo a través de individuos», apunta un analista.

Los expertos abogan también por dotarse de herramientas de verificación de hechos y datos, cada vez más frecuentes en el paisaje de los medios de comunicación, si bien reconocen que no son infalibles pues su alcance suele ser notablemente menor que las mentiras que desmontan.

Libertad de expresión

Otro de los desafíos de la desinformación es el riesgo que el silenciar mensajes plantea en términos de libertad de expresión, uno de los valores fundamentales de la Unión Europea.

Los expertos recomiendan apostar por soluciones tecnológicas que permitan detectar patrones de comportamiento en redes sociales únicamente atribuibles a sistemas de inteligencia artificial o a acciones coordinadas de desinformación para defenderse ante nuevas formas de combate estrechamente ligadas a la ciberseguiridad.

En ese sentido, el concepto de desinformación entronca con el de «guerra irrestricta», cuyo penúltimo episodio sacude estos días los mercados bursátiles por enfrentamiento con tintes de «guerra fría» digital y comercial que libran las dos grandes potencias mundiales, Estados Unidos y China, a través del veto que Washington quiere imponer al gigante chino Huawei, a la vanguardia en la nueva generación de tecnología móvil 5G.

El término, acuñado por los coroneles del Ejército chino Qiao Liang y Wang Xiangsui, implica una «redefinición de la violencia y una forma novedosa de incorporar los elementos no-militares en el esfuerzo de lucha» con «cambios en tres elementos clásicos de la guerra: arma, campo de batalla y soldado».

 

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