Santiago de Chile.- Hace diez años la Conferencia Episcopal de Chile hacía pública una resolución del Vaticano que evidenció el declive de la institución religiosa como faro moral, político y social del país: la condena contra el influyente sacerdote Fernando Karadima por abusos sexuales a menores.

«La reacción del padre fue de mucha sorpresa y de meditación muy profunda», dijo el entonces arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati en una multitudinaria rueda de prensa el 18 de febrero de 2011.

Karadima, de 90 años y actualmente recluido en un lugar desconocido, fue condenado por la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede a «una vida de oración y penitencia» y se le prohibió tener contacto con antiguos feligreses o realizar cualquier acto eclesiástico de forma pública.

«EL CURA DE LA ÉLITE»

La sanción sacudió no sólo a la Iglesia, sino también a la élite política y económica chilena con la que el religioso forjó sólidos nexos desde la parroquia El Bosque, en el acomodado barrio capitalino de Providencia.

«Karadima representaba al sector más conservador de la Iglesia y de la sociedad, un sector que mantenía para sí un poder que impedía cuestionamientos profundos a distintas instituciones, que fueron intocables por décadas», explicó a Efe el sociólogo José Andrés Murillo, director de la Fundación para la Confianza y víctima del religioso en su adolescencia.

Para Murillo, que denunció los abusos del párroco en 2003 junto al médico James Hamilton y al periodista Juan Carlos Cruz e hizo pública su historia en un reportaje de televisión en 2010, «el abuso sexual y de conciencia es probablemente la manifestación última de ese ejercicio de poder tan abusivo».

Conocido como el «cura de la élite», Karadima lo fue todo en Chile, uno de los países más católicos de la región. Además de formar a numerosos religiosos, entre ellos cinco obispos, fue confesor y consejero de personalidades públicas. Una red que le hizo sentirse seguro e impune por décadas.

En el libro «Los secretos del imperio de Karadima», los periodistas Gustavo Villarrubia, Juan Andrés Guzmán y Mónica González cuentan cómo dos obispos chilenos viajaron hasta Roma, antes de conocerse la condena del Vaticano, para reunirse con Angelo Sodano, uno de los hombres más poderosos de la curia, e impedir que fuese declarado culpable.

«La gestión fue inútil, pero ilustra cuán lejos llegó el círculo del expárroco de El Bosque para protegerlo y cuánto poder acumuló este cura en los cincuenta años en los que enquistó una verdadera secta en la Iglesia chilena», cuenta el libro.

Tal era la venda que se quería poner sobre los abusos que en muchos círculos de poder «se hablaba de faltas o pecados y se omitía la palabra delito», indicó a Efe Luis Bahamondes, doctor en Ciencias de las Religiones y académico de la Universidad de Chile.

El caso Karadima, sin embargo, «es un punto de inflexión y tras su estallido empezaron a aparecer de manera más seguida casos de otros sacerdotes vinculados a la élite, como el de los maristas en 2017 o el de Renato Poblete en 2019», apuntó.

EFE

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