El doctor Baricomo Karambé, médico clínico, se encuentra en medio de una consulta con un niño desplazado.EFE/ Mohamed Dayfour Diawara Médicos Sin Fronteras***SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)***

Las oenegés que siguen operando en Mali, un país azotado por la violencia y el hambre, se enfrentan a la difícil tarea de hacer llegar la ayuda a las poblaciones asediadas o controladas por los grupos yihadistas y separatistas, en una «negociación constante» con las partes del conflicto.

Médicos Sin Fronteras (MSF) España y CC ONG son dos de las organizaciones que asisten a la población de este país del Sahel, gobernado por una junta militar y con alta presencia del Estado Islámico y Al Qaeda, así como con un conflicto armado abierto entre los independentistas del norte y el Gobierno central.

Esta situación provoca muertes, hambre, desplazamientos y enfermedades que las oenegés tratan de paliar, en un trabajo en el que no participan occidentales, por miedo al secuestro, y que requiere de una continua adaptación.

Minimizar los incidentes

MSF España tiene cuatro proyectos en el centro y norte de Mali -Kidal, Ansongo, Douentza y Koro-, zonas amenazadas por los yihadistas. En 2023, trabajaron allí 636 personas y atendieron 233.800 consultas médicas, 6.900 partos y 24.500 hospitalizados.

Según Daniel Remartínez, coordinador de MSF en África Occidental, consiguen llegar a la población negociando con las diferentes partes, incluido el Gobierno maliense.

«Es Un trabajo muy complicado de negociación, de aceptación», dice en conversación con EFE desde Dakar, y añade que el objetivo es que sean las propias comunidades las que les protejan.

Como el resto de organizaciones internacionales, MSF no cuenta con personal occidental en Mali, una medida que la organización tomó «desde el momento en que los grupos armados empezaron a utilizar en secuestro como una herramienta de financiación».

Aún así, sus trabajadores sufren percances como retenciones de vehículos, arrestos o incursiones de grupos beligerantes en un hospital. «Tenemos que minimizarlos y asegurarnos de que nuestro equipo trabaja con la mayor seguridad posible», dice Remartínez.

La llegada al poder de la junta militar en 2021 -distanciada de occidente y cercana a Rusia- les dificultó la tarea. «Empezaron con una maquinaria de control sobre todo lo occidental, eso nos supuso mucho trabajo de darnos a conocer y volver a ganar la confianza. Nos sigue pasando», confiesa.

«El desierto se lo traga todo»

La cooperación pública internacional se ha reducido mucho y las oenegés van adaptando sus proyectos en Mali, un país con un 32 % de población que necesita ayuda humanitaria, 330.000 desplazados internos y a la cola del Índice de Desarrollo Humano de la ONU.

Rafael Jariod, fundador de CC ONG, recuerda cómo hace 24 años visitó la localidad e Hombori para construir una escuela y vio una situación tan «dramática» de pobreza que decidió seguir ayudando.

En 2012, indica al teléfono desde España, empezó la primera guerra entre los secesionistas del norte y el Gobierno -que se ha reactivado hace unos meses- y la cosa fue a peor. Mali, dice, fue el primer paso de su organización, que ahora trabaja en 50 países.

«Hemos vivido los islamistas, los milicianos de Gadafi, los golpes de Estado», apunta Jariod. Su organización está en Douentza, Boni, Gao y Hombori, puntos del centro de Mali con presión yihadista. Allí tienen 20 personas trabajando para ellos, todos locales.

En 2023, CC ONG ayudó en un hospital, alfabetizó a 1.200 niños y adultos, alimentó a 250 niños en comedores escolares, repartió 120 toneladas de arroz y siguió con su original proyecto de «siembra» de peces en lagos estacionales.

«Por ahora, enviamos regularmente dinero y llega», dice Jariod, quien se muestra convencido de que «a los islamistas el desierto se los comerá». «La paciencia hace que los malienses ganen las guerras. El desierto se lo traga todo. No es lo mismo estar en Siria que en el Sáhara».

Escuelas cerradas

Djiguiba Yakoudjê Guindo, concejala en la comuna (municipio) de Loukombo, a pocos kilómetros de Bandiagara, en el centro del país, y presidenta de la oenegé Asociación Desarrollo Sin Fronteras, vive la violencia yihadista constantemente.

Desde Mali, recuerda a EFE una reciente matanza de 25 personas y el goteo incesante de desplazados. «En la comuna hay 24 aldeas y solo quedan 9 habitadas», resume.

«Vivimos en el desastre. Las escuelas están cerradas. Es una catástrofe. ¿Qué futuro tiene la comuna si la educación es la base del desarrollo?», se pregunta.

De Bandiagara es tamién Mouhamoud Sagara, miembro de la Comisión de Buenos Oficios para el Retorno de la Paz, que reconoce que algunas oenegés se han ido. El pasado julio, explica, muchas aldeas fueron atacadas en una sola comuna, en un intento de los yihadistas de «someter» a sus habitantes «matando, quemando y persiguiéndoles».

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