Panamá, Panamá. La invasión de EE.UU. a Panamá el 20 de diciembre de 1989 dejó anonadados a la mayoría de los panameños, que nunca esperaron esta acción, mientras que los militares del régimen del general Manuel Antonio Noriega experimentaron el abandono de sus mandos y la traición de la población, contaron a Efe los protagonistas de este oscuro capítulo de la historia del país.
Documentos desclasificados publicados por primera vez esta semana reiteran las cifras de muertos conocidas desde entonces como oficiales: «202 civiles y 314 militares», publicó Panama Files. Extraoficialmente se habla de entre 500 y 4.000 civiles fallecidos.
El barrio de El Chorrillo, donde estaba el cuartel central de las Fuerzas de Defensa panameña, fue arrasado durante el combate, y en los días posteriores a la invasión hubo saqueos a comercios de la capital y la ciudad caribeña de Colón con pérdidas millonarias.
LA IMPOTENCIA DE NO PODER HACER NADA PORQUE NO HABÍA JEFE
El subteniente José Ortega, miembro de la Primera Compañía de Infantería Tigres, cuenta que en la mañana del 20 de diciembre de 1989 lo asignaron como escolta de Noriega, quien se trasladaba desde Colón hacia la capital, pero que no supo más de este.
A Ortega, ahora de 70 años, lo enviaron entonces al Cuartel de Panamá Viejo, sede de la Unidad Especial de Servicio Antiterror (Uesat, fuerza élite de Noriega), y allí el capitán Omar Garrido le alertó de que en el canal de televisión del Comando Sur del Pentágono «Southern Command Network (SCN) «los gringos nos declararon la guerra».
Recuerda que en Panamá Viejo vio paracaidistas estadounidenses atrapados en la lama de la playa, que se encontró a boca jarro con soldados camuflados que evadió y que en sus recorridos por la ciudad en un automóvil en el que llevaba un lanzacohetes «vio muertos, pero más eran civiles, no de las fuerzas de defensa».
Su impotencia fue querer combatir y no poder hacerlo. «Prácticamente me abandonaron. Yo solo no sabía qué iba a hacer. ¿Qué decisión podía tomar yo solo?. Ese mismo día cumplía yo años, el 20 de diciembre», relata Ortega.
«El día 22 apareció mi hermano (que estuvo detenido), le dije que fuera a su casa (…) él se fue, me quedé en la casa y no me metí en más nada de esto porque no había un jefe, nosotros no teníamos jefe en ese momento que nos instruyera ‘hagan esto, no hagan esto, vamos a hacer esto’. No tenía jefe, no había jefe», expresó
LA TRAICIÓN: «LOS PANAMEÑOS ESTABAN CON LOS GRINGOS»
Carlos Marcelino, teniente reservista del Destacamento Los Tigres de Tinajitas, estaba en su casa cuando la invasión, y aunque reconoce la «antipatía» que generaban los militares del régimen entre los panameños, reprocha que algunos vecinos dijeran a los gringos dónde vivían los miembros de las Fuerza de Defensa. «O sea, donde yo vivía. Mal, mal, antipatriótico, fue un mal gesto de los vecinos», dijo.
«Pero los ciudadanos panameños sí señalaban, no estaban con las Fuerzas de Defensa, estaban con los gringos, porque señalaban dónde vivía cada unidad, lo señalaban, claro eso facilitó a los gringos arrestar un poco de policías que estaban por ahí», afirmó.
Este hombre, ahora con 79 años de edad, aseguró que a raíz de eso llegó a su casa «un capitán puertorriqueño, gringo». «Me preguntó el nombre y dijo ¿’usted es norieguista’?, dije no, yo no soy norieguista, yo soy torrijista (en alusión al general Omar Torrijos). Él dijo que estaba buscando a todos los norieguistas», añadió.
LOS «CAMPOS DE CONCENTRACIÓN»
Herminio Villarreal, ahora de 82 años, era subteniente del extinto Departamento Nacional de Investigaciones (DENI, policía secreta). Fue capturado por las tropas estadounidense y estuvo detenido por cerca de 15 días en dos campamentos, que describe como «campos de concentración», junto a más de 300 militares panameños.
Recuerda que cayó el día 23 en la noche y fue llevado «al campo de concentración en (Nuevo) Emperador. Nos metieron en un chiquero a bajo el sol y los aguaceros, entre el barro teníamos que dormir pegados unos a los otros para podernos cubrir del frío».
«Nunca creí que a mí me iba a tocar pasar un trance igual, con la diferencia que acá en estos campos de concentración no hubo ejecuciones, pero sí abuso de autoridad contra los derechos humanos», afirmó Efe.
NADIE PODÍA CREER QUE EE.UU. HABÍA INVADIDO A PANAMÁ
Mirta Guevara era fiscal del Ministerio Público y estaba en su casa en Chanis, muy cerca de Panamá Viejo, con sus cuatro hijos, entre ellos Giselle Buendía, de 10 años, y su esposo, el día de la invasión.
Estudiaba unos expedientes el 19 de diciembre en la noche cuando su esposo, que sirvió en el Ejército estadounidense, le dijo «‘ya cierra esos expedientes, van a invadirnos».
«Sí, EE.UU. viene a invadirnos, ya eso está encima», le explicó su esposo luego de ver un cintillo en el canal SCN con claves de inteligencia militar sobre la acción bélica.
«Yo me quedé impactada, porque eso uno lo ve en las películas, pero yo jamás pensé, y creo que ningún panameño, nadie en ese entonces, se imaginó que nosotros alguna vez íbamos a tener una invasión, con todo y el régimen militar que había», afirmó Guevara.
También temió por la voz que se corrió de que paramilitares entrenados por las Fuerzas de Defensa entrarían a las casas «a robar, saquear y violar a las mujeres», de lo que no se tuvo noticia.
Su hija, que cumplía 10 años el 22 de diciembre de 1989, manifestó que su preocupación era por ir a la escuela el día 20, pero que su papá la interpeló: «Hoy no hay escuela, estamos invadidos», recuerda esa mujer de ahora 40 años.
Después de 30 años de aquella acción militar, Guevara sostuvo a Efe que no lo justifica.
«Murió mucha gente. Los muertos que dicen ellos … para mí fue mucho más», mientras que para Buendía la invasión «nos resolvió un problema que teníamos en Panamá, yo no lo voy a negar, pero contextualmente fue un problema que ellos mismos (los estadounidenses) nos pusieron».
EFE
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