Gisele Pelicot. Foto: AFP

En el Palacio de Justicia de Avignon, la serenidad de Gisèle Pélicot contrastaba con la brutalidad de los crímenes que relataba, según la percepción de las agencias de noticias AFP y AP. Con voz clara, aunque impregnada de dolor, Pélicot reveló una década de horrores que vivió en su propia casa, a manos de su esposo y decenas de hombres.

En un juicio sin precedentes, que ha sacudido a Francia, ella relató cómo fue drogada por su marido durante diez años para ser violada repetidamente por extraños que contactaba en internet.

«Los policías me salvaron la vida», declaró Gisèle ante la justicia francesa, mientras las autoridades mostraban las imágenes que destrozaron su realidad. Fotografías y videos revelaron la magnitud de los abusos, perpetrados por hombres que acudían a su hogar mientras ella permanecía inconsciente, drogada sin saberlo por quién creía su compañero de vida.

El proceso judicial, que ha acaparado la atención mediática y social del país europeo, reúne a 51 acusados, entre ellos Dominique Pélicot, de 71 años, esposo de Gisèle durante cinco décadas. Este caso, que se prevé que dure hasta diciembre, representa uno de los mayores escándalos de violencia doméstica en Francia, exponiendo los riesgos ocultos del uso de medicamentos para la violación.

Durante el juicio, la víctima reveló con dolor que el hombre que amó durante 50 años la había sacrificado «en el altar del vicio». Describió cómo, inconsciente y vulnerable, era utilizada por los hombres como un objeto, sin poder defenderse ni siquiera ser consciente de los crímenes cometidos en su contra. «Fui una muñeca de trapo, una bolsa de basura», expresó.

El proceso judicial

El juicio, que ha generado un intenso debate en Francia sobre el uso de medicamentos en las violaciones, busca justicia para una mujer cuyo sufrimiento ha dejado cicatrices irreparables. Gisèle rechazó la idea de que el juicio se celebrara a puerta cerrada, insistiendo en que su caso sirviera de ejemplo para otras mujeres que podrían estar sufriendo en silencio sin saberlo. «Hablo por todas esas mujeres que son drogadas y no lo saben», afirmó enérgicamente al inicio del proceso.

El caso ha puesto en el centro de la discusión pública la vulnerabilidad de las mujeres ante el sometimiento químico, y la necesidad urgente de establecer medidas legales más estrictas y efectivas contra este tipo de crímenes.

A pesar de las pruebas presentadas, varios de los acusados niegan haber sabido que Gisèle estaba siendo drogada, alegando que creían que se trataba de una pareja consentida en prácticas libertinas. Sin embargo, la víctima fue clara al rechazar esta versión. «Nunca he sido cómplice ni he fingido que dormía», reiteró enfáticamente.

En relación con los hombres que la violaron -sin contar a su exmarido-, sólo reconoce a uno, que acudió a su domicilio para hablar de ciclismo con su marido. «Me lo cruzaba a veces en la panadería y lo saludaba. No se me pasó por la cabeza que me había violado», explicó.

Dirigiéndose a los acusados, dijo tener «un sentimiento de asco». «Asuman la responsabilidad de sus actos al menos una vez en la vida».

Gisèle, quien ahora enfrenta la tarea de reconstruir su vida, se ha convertido en un símbolo de resistencia ante la violencia machista. Este juicio, que seguirá en los próximos meses, será un paso importante en el camino hacia la justicia, tanto para Gisèle como para las muchas mujeres cuyas voces aún no han sido escuchadas.

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