La Paz, Bolivia.  La familia de Helen lleva más de 2.500 kilómetros a sus espaldas desde que dejó Venezuela y ahora enfrenta no solo la altura y el frío de La Paz, sino el choque con el carácter boliviano.

Helen cuenta a Efe que al llegar a Bolivia «golpean mucho las costumbres», pues muchas de las formas de trato de los bolivianos «están un poquito a la antigua», incluso la manera de expresarse.

MILES DE KILÓMETROS PARA UN CHOQUE CULTURAL

Bolivia solo es destino cuando se ha vencido la extensión de territorios como los de Colombia, Ecuador y Perú o se atraviesa la enormidad de Brasil únicamente a pie o mediante la súplica insistente para lograr un autostop en las carreteras.

Así fue como Helen atravesó al menos 2.500 kilómetros hasta llegar a los 3.600 metros de altitud de La Paz, junto a sus cuatro hijos, su esposo, un hermano y su madre.

«Aquí estamos guerreando», confiesa esta mujer de menos de 40 años, que llegó a Bolivia en febrero pasado, justo unos días antes de que el Gobierno interino del país decretara el cierre de fronteras y una cuarentena por la COVID-19 que se extendió por más de cinco meses.

Pasa que los venezolanos «somos de mente muy abierta», menciona, en tanto que los bolivianos son reservados, hablan con un tono bajo a diferencia de ese estilo extrovertido y elevado de voz que para muchos de los del país hasta parece un modo agresivo de ser.

Esta mujer cuenta que a estas diferencias se suma el frío típico de los Andes y las temperaturas que en La Paz no suelen pasar los 20 grados, a diferencia de la tierra caliente en la que nació.

Ella relata que en Bolivia encontró de todo, desde «gente mala» que le ha recriminado por estar en el país hasta aquella «gente buena» que les ha dado ánimo y fortaleza hasta que se den las condiciones de regresar a Venezuela, donde su mayor miedo «es la inseguridad».

Helen y su familia forman parte de un pequeño grupo de treinta familias venezolanas apostadas en un hostal en el centro de La Paz, donde reciben apoyo de la fundación Munasim Kullakita, que focaliza su labor en la protección de mujeres, adolescentes y niños inmigrantes, pero que igual que muchos deben buscar en la calle su sustento.

SUBSISTIR EN LA CALLE

Un puente en el límite de La Paz y su vecina de El Alto se ha vuelto un sitio en el que varios inmigrantes venezolanos se asientan para pedir algunas monedas a los acelerados transeúntes que esquivan decenas de puestos callejeros.

En un cuadro dramático, un varón de unos 30 años descalzo y en pantalones cortos pide limosna suplicante en un día nublado en el que la temperatura apenas supera los 9 grados, mientras que en el piso está recostada una niña.

«Eligen la ciudad de El Alto por el movimiento económico» de sus mercados y ferias, además de la dinámica de algunas zonas «rosa», explica a Efe el secretario municipal de Seguridad Ciudadana, Dorian Ulloa.

Este funcionario cuenta que lo más duro fue ver en un operativo a una pareja de venezolanos con sus dos hijos en el cuarto de un alojamiento alteño de no más de cuatro metros cuadrados, en el que preparaban sus alimentos y donde había un par de mascotas.

Los inmigrantes pagan entre 8 a 10 dólares diarios por una pieza en los alojamientos de El Alto, los más baratos que hay, en tratos informales con los administradores y dueños en los que no se les pide nada, ni siquiera aquellas fotocopias gastadas del documento de identidad, que ya ni llevan con ellos.

MUJERES Y NIÑOS, LOS VULNERABLES

Las mujeres «son el blanco para ser víctimas de trata para insertarlas al comercio sexual», mientras que los niños venezolanos quedan expuestos a la mendicidad, manifiesta a Efe Ana Llanco de la fundación Munasim Kullakita.

Inclusive hay quienes, desde el ámbito de los negocios de la prostitución, tratan de convencer a las mujeres de ingresar a esa actividad con la promesa de ayudarlas a tramitar sus documentos de residencia, señala.

Por otro lado, «la mayoría de los niños no está dentro del sistema de educación regular», por lo que es necesario habilitar espacios en los que se realicen sesiones de educación «no formal», asegura Llanco.

Esta funcionaria menciona que no existe un registro exacto de venezolanos inmigrantes en Bolivia, ya que muchos de ellos atraviesan los pasos fronterizos sin registrarse.

Otra adversidad que atraviesan es la falta de un consulado, pues dejó de trabajar en La Paz a raíz de las tensiones entre el Gobierno interino de Bolivia y el de Venezuela.

Estas diferencias hacen que Bolivia sea receptiva a la permanencia de venezolanos, aunque carezcan de documentos para una estancia regular, e incluso ha emitido resoluciones para facilitar que estén en el país.

EFE noticias

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