Madrid.- El Equipo Olímpico de Refugiados del COI, distinguido este miércoles con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, es una iniciativa única en la historia del deporte, uno de esos extraños puntos de intersección entre el humanismo y la alta competición.
Creado en los meses previos a los Juegos de Río 2016, el equipo pasará a la historia olímpica como uno de los grandes legados del actual presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el alemán Thomas Bach.
Aunque nació con vocación de desaparecer, los avatares de la política internacional prolongaron su existencia hasta los Juegos de Tokio 2020 y el COI ya ha anunciado que habrá un equipo de refugiados en París 2024 y también en los Juegos de la Juventud de Dakar 2026.
Diez deportistas de Etiopía, Sudán del Sur, Siria y la República Democrática del Congo que tuvieron que huir de sus países y buscar refugio en otras geografías formaron la primera selección, la que acudió a los Juegos de Río.
Estos son los nombres de aquellos pioneros: los atletas Yiech Pur Biel, que corrió los 800 metros, James Nyang Chiengjiek (400), Paolo Amotun Lokoro (1.500), Anjelina Nada Lohalith (1.500) y Rose Nathike Lokonyen (800), todo ellos huidos de Sudán del Sur y residentes en Kenia; los nadadores sirios Rami Anis, que huyó a Bélgica para evitar ser llamado al ejército, y Yusra Mardini, que llegó a Berlín tras dejar Damasco y cruzar el Mediterráneo en patera; el maratonista etíope Yonas Kinde, residente en Luxemburgo; y los refugiados en Brasil, ambos judocas, Yolande Bukasa Mabika y Popole Misenga, de la República Democrática del Congo.
Thomas Bach dijo que con su participación en los Juegos este grupo enviaba un mensaje de esperanza a todos los refugiados del mundo y, entre ellos, a los deportistas «que no tienen país, ni equipo, ni bandera».
La historia de Yusra Mardini conmocionó al mundo de manera particular. En 2012 ya participó en los campeonatos del mundo de piscina corta, pero su carrera deportiva, su casa, su centro de entrenamiento y su su vida quedaron destruidos por la guerra en Siria.
En 2015 huyó junto con su hermana Sara al Líbano, y luego a Turquía, donde se subió a un embarcación con otros 18 emigrantes, rumbo a las costas de Grecia. La barca, pensada para transportar a seis personas, comenzó a hacer agua. El motor se paró en mitad del Egeo. Entre los ocupantes, solo Yusra, su hermana y otros dos ocupantes sabían nadar.
Se lanzaron al mar y desde allí estuvieron achicando agua durante tres horas hasta que el motor volvió a funcionar. Lograron llegar a la isla de Lesbos con vida.
La huida de las hermanas Mardini no terminó ahí, sino que continuó a través del continente europeo hasta que ambas se instalaron en Berlín en septiembre de 2015. Yusra reanudó pronto sus entrenamientos en la piscina.
En Tokio 2020 el equipo se amplió hasta las 29 personas. El programa de becas del COI, Solidaridad Olímpica, creó un programa específico de ayudas que ayudó a 56 potenciales deportistas olímpicos de 13 países, de los que salió la selección final. Yusra Mardini estuvo de nuevo en el grupo.
Refugiados de Eritrea, Venezuela, Afganistán e Irán, entre otros países, se unieron al equipo, que compite bajo bandera olímpica y en la ceremonia inaugural de los Juegos desfila en segundo lugar, solo después de Grecia, el país cuna de la competición.
El equipo es resultado de la colaboración de múltiples instituciones. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados valida ante el COI que los deportistas tienen ese estatus y las federaciones se encargan de asegurar que su nivel deportivo sea el adecuado para competir en los Juegos. Las becas se encargan de que acudan a los Juegos apoyados por una delegación de entrenadores y asistentes: 35 personas les acompañaron en Tokio 2020.
Para que todas las piezas encajen, tanto en Río como en Tokio el COI nombró como jefa de misión del equipo a una histórica del atletismo africano, la keniana Tegla Loroupe, explusmarquista mundial de maratón.
Natalia Arriaga EFE
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