En todos los bailes con orquesta se acostumbraba a abrir las ventanas para la gente que pasaba ´pudiera ver y distraerse con el espectáculo y se formaba lo que se llamaron “las barras”, o sea, los espectadores callejeros que se iban agrupando frente a las ventanas.
Aplaudían a los que consideraban buenos bailarines y silbaban a los que mal bailaban. Cuando eran los bailes de “gran tronío” se solicitaba a la autoridad competente, en este caso al Jefe Civil de la parroquia donde se iba a celebrar, la presencia de un agente policial para que se encargara de cuidar a los “mirones” y evitar abusos y malas palabras. Era costumbre que de vez en cuando le enviaran “el palito a la barra”, ron, cerveza o un anís. Aplaudían y se disputaban el obsequio.
En algunas ocasiones o en muchas de ellas, algún amigo de una de las invitadas o un disimulado pretendiente iba a pararse a la barra por no haber sido invitado, por no ser amigo de la casa, y la muchacha, ya de acuerdo con él, se acercaba a la ventana y se ponia a hablar, esto, naturalmente, cuando el dueño de la casa estaba por ahí, se acercaba, la muchacha se lo presentaba y el señor lo hacía pasar adelante.
En la barra como es de esperarse, se hacían diversos comentarios cuando esto sucedía: “Ese es un invitado de segunda mano” “Ella y que no lo hizo a propósito”, “Eso es lo que se llama colearse con decencia”, y alguno le preguntaba a otro: “¿oye mi vale, y a ti no te invitan?”, a lo que el aludido respondía: “Eso me queda como pumpá con resorte” (pumpá, tipo de sombrero, elegante, usado en la época, con el cual los hombres se distinguían).
Y así se pasaban hasta más de la media noche, aplaudiendo, criticando, silbando, chuleando, haciendo chistes y tomándose sus roncitos y cervezas , obsequio de la casa.
En los bailecitos con pianola no se abrían las ventanas, sino solamente los postigos, por los que se asomaban algunos muchachos que se coleaban moneando por lo balaustres. No era un gran espectáculo como para la exhibición al público. Era algo íntimo.
Los aparatos electrónicos reproductores de sonido desplazaron la pianola, luego los discos y cintas magnetofónicas, con grabaciones de grandes orquestas bailables, de todas partes del mundo y en la actualidad las computadoras ocupan ese lugar, hasta el punto que hoy nos encontramos con salones de baile que solo utilizan un pent drive o youtube, sistema de reproducción excelente.
Los progresos de la ciencia y de la técnica han ido cambiando nuestros hábitos y nuestro comportamiento. Entre la linterna mágica de nuestros abuelos y la televisión, el paso es inmensamente grande y entre la caja de música del siglo pasado y los aparatos estereofónicos, la diferencia es asombrosa.
Volviendo la cara y los ojos al pasado, a principio de siglo o finales del pasado, es que podemos darnos cuenta que nuestros abuelos nada tenían para la distracción cotidiana.
Todas estas conquistas de la ciencia han deshumanizado al hombre y sobre todo al de las grandes ciudades. Tiene tantas cosas buenas al alcance de sus manos que no hay tiempo para el diálogo, para el intercambio de ideas y costumbres. Hoy. Solo tienen la soledad como resultado de tenerlo todo a mano.
Somos solos en medio de ciudades de millones de habitantes.
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