Pekín, China.  China llega a la próxima Cumbre del Clima de Naciones Unidas, la COP25, con la intención de establecer un nuevo eje que lidere la lucha contra el cambio climático después de que Estados Unidos haya dado señales de no apoyar las iniciativas mundiales al respecto.

Washington ya ha iniciado el proceso formal para retirarse del Acuerdo de París de 2015, el mayor pacto vinculante -tan solo no suscrito por Nicaragua y Siria- frente a la crisis climática y que establece un plan de acción para limitar el calentamiento global, al considerar que imponía cargas económicas «injustas

Y Pekín, que en los últimos años ha tratado de tejer una red de influencia a nivel global, ve la oportunidad de llenar ese hueco en uno de los asuntos más candentes para la comunidad internacional.

Pero, por buena que sea la voluntad, el gigante asiático sigue enfrentándose a un dilema ineludible: ¿cómo liderar la lucha mundial contra el cambio climático siendo uno de los países más contaminantes del mundo?

UNA ENTENTE CON MACRON

El compromiso de China con la lucha climática fue escenificado por enésima vez a principios de noviembre con la reunión en Pekín entre el presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, en la que ambos reafirmaron su «firme apoyo» al Acuerdo de París, que calificaron de «proceso irreversible».

Xi y Macron se comprometieron a «intensificar los esfuerzos internacionales» y exigieron a los países desarrollados la inversión de 100.000 millones de dólares anuales hasta 2025 para financiar esas acciones.

Y es que, en opinión de Li Shuo, asesor sobre políticas globales de clima, biodiversidad y océanos de Greenpeace Asia Oriental, «no hay solución para la crisis climática mundial sin la ambiciosa participación de China», país que, asegura a Efe, «ha pasado de ser el ‘chico malo’ climático a un fuerte colaborador de la acción internacional».

El director del Instituto de Asuntos Públicos y Medioambientales de China (IPE), Ma Jun, recuerda que en la COP15, celebrada en 2009, China reclamó el derecho de los países en vías de desarrollo a usar fuentes de energía como el carbón al igual que hicieron las hoy naciones desarrolladas.

Pero desde 2013, indica, el país ha cambiado su punto de vista y ahora es consciente de la necesidad de controlar su consumo.

«DOS PASOS ADELANTE, UNO ATRÁS»

A mediados del siglo XX, China era un país tremendamente pobre que no remontaba el vuelo, pero las políticas reformistas y la apertura al exterior aprovecharon el enorme capital demográfico para disparar la economía nacional.

Eso sí, al convertirse en la «fábrica del mundo», China pagó el alto precio de sacrificar su medioambiente.

Durante décadas, el entorno se fue degradando: las fuentes de agua potable se contaminaron, la tierra empezó a estar más llena de desechos que de nutrientes para los cultivos, y el aire, especialmente en las zonas más industrializadas, tomó un nada saludable tono grisáceo y un olor a carbón.

Todo esto, explica a Efe Ma, cambió hace seis años, cuando «la gente levantó la voz porque quería respirar aire limpio»: «Las emisiones de carbono se habían triplicado en once años, y desde 2013 se han dejado básicamente en los mismos niveles».

Y es que China consume la mitad del carbón mundial: «No es exagerado decir que el carbón es el origen de todo el mal», apunta Li, que reclama una reforma del ‘mix’ energético, el fin de las subvenciones a este mineral y que la salud pública sea tenida en cuenta en la toma de decisiones.

No obstante, el activista de Greenpeace reconoce que el país ha hecho progresos gracias a que la sociedad y las élites políticas están «muy concienciadas» sobre el medioambiente, pero lamenta que hayan sido «dos pasos adelante, y uno atrás» y que el progreso sea «demasiado lento»: «Necesitamos apretar la marcha».

Ma pone el ejemplo de la calidad del aire: en Pekín los niveles medios de partículas PM 2,5 (las más perjudiciales) han bajado de 89,5 microgramos por metro cúbico a los 42 actuales, pero siguen estando por encima del objetivo oficial de 35 y más aún del estándar de la Organización Mundial de la Salud, de 10.

«El agua de la superficie ha mejorado mucho, pero la del subsuelo todavía está gravemente contaminada», agrega.

¿SE PUEDE LIMPIAR EL FUTURO?

Li indica que, pese a que la calidad del aire ha mejorado «significativamente» en partes del país, «muchas ciudades están a años, o incluso a una década, de rebajar el PM 2,5 a niveles razonables para la salud humana».

No es tan fácil como cerrar las centrales de carbón, y la transición llevará tiempo: según previsiones de la Agencia Internacional de Energía, hacia 2040 se habrá invertido el peso del carbón y las renovables sobre la producción energética.

En 2017 el 58 % de la energía producida en China provenía del carbón, y el 35 %, de renovables; en 2040, el carbón representará el 32 % y las energías limpias, el 57,1 %.

China también ha decidido dejar de ser el vertedero del mundo y ha prohibido la importación de basura de otros países, al tiempo que empieza a introducir tímidamente regulaciones sobre el reciclaje en grandes ciudades.

Eso sí, no todo viene ya de cara, y combinar la descarbonización y otras políticas verdes con un crecimiento económico cada vez más modesto será un reto para las autoridades, que pueden verse tentadas a volver a dar manga ancha a las contaminantes fábricas para sostener el empleo y las exportaciones.

Y Ma recuerda que no son solo las autoridades chinas quienes deben tratar de reducir emisiones, sino que también las empresas extranjeras que fabrican sus productos en China -cita a Nike o Apple como ejemplos- deben colaborar.

«Se necesitan objetivos más ambiciosos, castigos más duros contra los contaminadores y que se obligue de forma más estricta a cumplir las leyes sobre el terreno. Solo necesitamos valentía política para enfrentarnos a nuestro sucio pasado», sentencia Li.

EFE

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