A línea de mar, ante la playa de Tel Aviv y lejos del horror vivido en sus comunidades cercanas a Gaza que fueron tomadas por Hamás, muchas familias israelíes evacuadas de la zona buscan recuperar cierta calma mientras son acogidas en hoteles donde reciben apoyo de una amplia red de voluntarios de la ciudad.
«Nunca imaginé esto, pensé que estábamos protegidos, que teníamos el Ejército y seguridad, pero entendimos que solo podemos confiar en nosotros mismos», relata Dikla Nafrin, madre de cuatro hijos de la comunidad de Netiv Hasará, uno de los muchos lugares cerca de Gaza donde el sábado entraron milicianos palestinos en su ataque por tierra, mar y aire contra Israel que hizo estallar la actual guerra.
Con el país desprevenido y las fuerzas armadas inoperantes, comenzaron horas de masacres, secuestros y abusos por parte de milicianos palestinos contra israelíes, que en muchos casos tuvieron que defenderse solos contra las milicias de Gaza que de golpe tuvieron a las puertas o incluso al interior de sus casas.
«Pronto nos dimos cuenta de que no era un ataque normal, había miembros de Hamás dentro. Dos casas al lado comenzaron a matar a todas las personas que veían», añade Nafrin, mientras pasea con su hijo en la playa de Tel Aviv, que ha perdido la sensación de seguridad que, como para muchos israelíes, se derrumbó completamente.
Nafrin está con otros desplazados aún traumatizados o que intentan digerir lo sucedido, alojados entre otros puntos en hoteles como el Herods de Tel Aviv, que acoge más de 400 personas evacuadas del sur en unas 120 habitaciones, cuenta a EFE su directora, Racheli Amsalem.
Como muchos otros voluntarios que cargan con cajas de provisiones, llevan bocadillos o juegan con los niños en el hotel, ella opina que es una «emergencia nacional», una sensación que se refuerza cada vez que suenan las sirenas antiaéreas y todos los alojados corren a protegerse a sus escaleras, entre explosiones por detonaciones de cohetes en el cielo de Tel Aviv en el cuarto día de duro conflicto.
En el Hotel Herods, más bien de lujo y con vistas al Mediterráneo, los turistas que ocupaban sus estancias son ahora residentes de dos kibutz (granjas colectivas) como Nir Am o Erez, a apenas un par de kilómetros de Gaza, donde los equipos de seguridad formados por una decena de habitantes se defendieron solos ante los milicianos que les acechaban y pudieron evitar su entrada, cuentan a EFE.
Uno de ellos, un padre de familia de Nir Am que no quiere revelar su identidad por miedo, salió de su domicilio con su arma y durante 15 horas protegió los accesos y el perímetro del kibbutz, donde asegura que él y sus compañeros se enfrentaron cara a cara y mataron a unos 20 milicianos hasta que se les acabaron las balas y llegó el Ejército.
«Nunca antes había pasado algo así», rememora a EFE junto a su vecino, otro padre de familia que estuvo encerrado en el refugio por más de 15 horas con su mujer y sus hijos y dos cuchillos en la mano.
Esto fue hasta tarde por la noche, cuando los combates se habían calmado y los cientos de habitantes del kibutz fueron marchando un coche tras de otro.
«Arrastramos toda la ropa que pudimos, la tiramos al coche y escapamos sin ninguna dirección en concreto», mientras por la carretera se veían «coches quemados y llenos de balas, con cuerpos de gente muerta» en todo el alrededor, agrega.
«El Ejército no nos lo recomendaba, pero no nos sentíamos seguros», comenta, y dice sentirse afortunado en relación a amigos y conocidos de comunidades cercanas que fueron capturados, y están ahora desaparecidos o están muertos.
En aquellas horas, en poco más de un día, más de 900 israelíes murieron en el peor ataque de su historia, un impacto que ha vuelto a unir un país que hasta estaba extremadamente polarizado por la polémica reforma judicial del Gobierno de Benjamin Netanyahu.
«Ahora estamos unidos y hacemos lo que podemos por los soldados y la gente del sur», dice a EFE Shaked Israeli, una trabajadora social de Tel Aviv que ayuda en el Hotel Herods en las tareas necesarias, junto a miles de personas activas en Tel Aviv y otros lugares que apoyan cocinando restaurantes o recaudando ropas y otros productos que se necesiten también en escuelas o centros culturales.
Prueba de este sentido de unidad en Israel es la cola con más de 1.500 personas que hoy se formó en el hospital Ichilov de Tel Aviv para donar sangre, en un estado de guerra que el país no vivía en décadas.
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