Evangelio del Día.Juan 4,43-5

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«En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues ellos también habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún.

Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, no creen». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él le preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea».

  Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Castor, quien fue un sacerdote y ermitaño del siglo IV. Fue ordenado como sacerdote por Maximino. Después de su ordenación, se asentó en Karden sobre el río Mosela como ermitaño con varios compañeros, donde se dedicaron a la vida contemplativa y establecieron una pequeña comunidad religiosa.

Y la liturgia diaria, nos presenta al Evangelio de Jesucristo según San Juan, capítulo 4, del verso 43 al 54. En el que se narra el encuentro de JESÚS, con un funcionario real, que le ruega ir a su casa, porque su hijo estaba enfermo y necesitaba ser curado. El Maestro acepta su invitación, pero en tono de reclamo lo invita a ir más allá, diciéndole: «si no ven signos y prodigios, no creen». No es un rechazo al funcionario, sino más bien, una invitación a entrar por el camino de la Fe, en el descubrimiento de la Persona de JESÚS de Nazaret.

  El hecho ocurrió en Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. En la tierra, donde los israelitas decían: «que no podía salir nada bueno», y por lo que JESÚS, había expresado al inicio del texto, que: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Por eso ocurre este otro hecho excepcional, donde una vez más la eficacia y el poder sanador de la Fe, logra sobreponerse al escepticismo de muchos. Ante la evidencia aquel funcionario, descubre en JESÚS, a aquel que tiene el poder de dar la vida y desde aquel momento él y toda su familia llenos de gozo, creen y se convierten, y contagian a otros de ese hecho tan Trascendental en sus vidas.

 Sin lugar a dudas, que fueron los sentimientos de alegría y regocijo los que invadieron al funcionario real, cuando su hijo fue librado de la muerte segura gracias a la curación de JESÚS, con solo decir: «Anda tu hijo vive». Fe Gozosa, que permite la curación, ya que como nos cuenta el evangelista San Juan, «el padre del niño creyó en la Palabra del Señor«, expresión que es unida a otra que es crucial en la Teología Joánica para el cumplimiento de la Misión de JESÚS: «La HORA», a la que se hacen tres referencias en este relato: «¿a qué hora?»; «la hora séptima»; «justo en la hora en la que aceptó la Palabra de JESÚS, su hijo fue sanado de la fiebre mortal»,

 Al confrontarnos con el texto, y ver estos momentos de gran incertidumbre que vivimos los venezolanos, por la prolongada crisis económica, política y social, junto a la pandemia con sus distintas mutaciones, y a la agregada amenaza de una tercera guerra mundial por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, lo que nos hace pensar que hemos llegado al límite, que los problemas que nos agobian, como que han sobrepasado nuestra Fe y Esperanza para la mejoría de esta situación. Pero he aquí, que el Maestro con gran dulzura me dice: «si no ven signos y prodigios, no creen». «Anda ten Fe, espera la HORA Séptima», que es la HORA de la Fe y de la Confianza, Que después de la tempestad viene la calma»

Y yo, con suma pena quiero pedirte perdón, Divino Maestro, por mis dudas, porque Tú me has demostrado a través de Tú accionar en la historia de la humanidad, que nada, ni nadie. puede apagar la grandeza de Tu AMOR por la raza humana. Y con un corazón arrepentido, quiero pedirte que me concedas experimentar la alegría del funcionario al ver sanado a su hijo. La alegría de sentirte cerca porque sé que caminas a mi lado; la alegría de que contigo lo tengo todo, de que Tú eres mi mayor Tesoro. Por eso me atrevo a agregar a mi petitorio que, no permitas Señor, que la tristeza y el pesimismo se apoderen de mi corazón, ante la amenaza de la pandemia, de las guerras, ni de las otras calamidades que se han cernido sobre nosotros. Y ayúdame a transformar mi luto en danza, mi melancolía en alegría que brota de Tú Presencia Vivificante, y que es «Gozo en el Espíritu».

 Señor JESÚS, ábreme los ojos y el corazón, para descubrir Tu Presencia vivificante en toda las circunstancias y momentos de mi vida, sin andar obsesionado por manifestaciones espectaculares del poder de DIOS, sino más bien confiado en que Él hará su parte si yo hago lo que me corresponde. Amén.

Luis Perdomo

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