“Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Al terminar su oración, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Les dijo: «Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino. Danos cada día el pan que nos corresponde. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe. Y no nos dejes caer en la tentación”.

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

La Iglesia universal celebra hoy la Fiesta, entre otros santos, en honor a San Juan XXIII, el Papa Bueno. Nació en Sotto il Monte el 25 de noviembre de 1881, y murió en la Ciudad del Vaticano, el 3 de junio de 1963.

Sus encíclicas: “Madre y Maestra”, 1961, y “Paz en la Tierra”, 1963, se convirtieron en documentos señeros que marcaron el papel de la Iglesia Católica en el mundo actual.

Pero el punto culminante de su trabajo Apostólico fue, sin dudas, su iniciativa personal, apenas tres meses después de su elección como Pontífice, de convocar el Concilio Vaticano II, que imprimió una orientación pastoral renovada en la Iglesia Católica del siglo XX.

Fue Beatificado en el año 2000 por Juan Pablo II. Y el 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto que autorizó la canonización de Juan XXIII, que se efectuó conjuntamente con la de Juan Pablo II el 27 de abril de 2014.

En la liturgia del día meditamos los textos: Jon 4,1-11; Sal 85 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Lucas, capítulo 11, del verso 1 al verso 4.

En el que se narra la petición que los discípulos, le hacen a JESÚS, para que les enseñara a orar. Y Él, más que hacer peticiones les enseña que DIOS es Padre y que podemos acudir a Él con sencillez y confianza, sin miedo o temor, por eso es que cada una de las expresiones de esta oración, es una síntesis de la forma como JESÚS comprende a DIOS y del reconocimiento de la finitud humana, que requiere de la Intervención de DIOS.

No es casualidad que ayer viéramos a María de Betania con el oído abierto a la Palabra y a la oración y que a continuación el Maestro enseñe a Sus íntimos, esta singular manera de Relacionarse con el Creador, poniendo en Sus manos, los avatares de cada día, y las amenazas que se les ciernen.

Ellos que le han pedido al Maestro esa enseñanza la acogen con mucho beneplácito, ya que han descubierto al lado de JESÚS una manera nueva de vivir y convivir, por eso sienten la necesidad de hablar al PADRE de manera más íntima.

Muy oportuno es recordar que al hablar de la «Oración del Señor», el Catecismo de la Iglesia nos enseña, «que ella es verdaderamente la única: oración del Señor».

Porque a través de las Palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado. Como Verbo Encarnado, conoce las necesidades humanas y nos Revela, que Él es el Maestro y modelo de nuestra oración «(CIC n. 2765).

También el Catecismo nos dice que «podemos invocar a DIOS como PADRE, porque Él se Reveló a nosotros por su Hijo hecho hombre y porque el Espíritu Santo nos lo hace conocer.

El Espíritu del Hijo nos hace partícipes de la relación personal del Hijo con el Padre «(CIC n. 2780). Por eso es que la oración enseñada por JESÚS establece para nosotros una relación nueva con DIOS, ya que ahora lo podemos llamar ¡PADRE!

Al confrontarnos con el texto vemos que la petición de «Enséñanos a orar» expresa el gran anhelo del corazón humano, de estar en profunda intimidad con DIOS.

Al Maestro respondernos con su oración, aunque breve, genera en nosotros el compromiso de reconocer la Santidad de DIOS, respetando su Nombre y pidiéndole establecer Su Reino, en nuestro corazón y en cada espacio donde nos encontremos, dejando que nuestra vida sea iluminada por Él.

Pues, al llamar a DIOS PADRE nos acercamos a la esencia de Su AMOR, estableciendo con Él una relación filial y una relación fraternal. con nuestros semejantes, ya que todos los que nos consideramos hijos de un mismo PADRE, somos hermanos.

Es que sin lugar a dudas esta debe ser nuestra oración diaria: Pedir que DIOS nos dé su espíritu filial, para escuchar y poner en práctica su voluntad, abriendo nuestro corazón a las necesidades de nuestros hermanos, y dispuestos a vivir el compartir y la solidaridad.

Porque elevar esta oración al PADRE, más que un acto de Fe, es un acto de AMOR. Ya que, si somos seguidores de JESÚS, entenderemos que esta es la manera de hablar de JESÚS, con el PADRE, que se deriva en una relación de AMOR y de obediencia total: Hágase Tu Voluntad, y no la mía, tal como debe de ser nuestra entrega.

Señor JESÚS, ayúdanos a silenciar nuestras angustias y   amenazas con la Luz de Tu Palabra y de esta manera podamos saber que no estamos solos para vencer el mal de cada día, y acrecentemos nuestra esperanza en la transformación de las realidades terrenas. Amén.

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