“En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó por los confines entre Samaría y Galilea, y al entrar en un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos. Se detuvieron a cierta distancia y gritaban: «Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.»

Jesús les dijo: «Vayan y preséntense a los sacerdotes.» Mientras iban quedaron sanos. Uno de ellos, al verse sano, volvió de inmediato alabando a Dios en alta voz, y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole las gracias. Era un samaritano. Jesús entonces preguntó: «¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero?» Y Jesús le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»  

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

En este Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario la Iglesia Universal celebra la fiesta, entre otros santos, en honor a San Luis Beltrán, presbítero, santo español de la orden de los dominicos. Nació en Valencia, España, el 1 de enero de 1526, y fue bautizado en la misma pila bautismal en la que habían bautizado 175 años antes a San Vicente Ferrer, el cual era familiar de su padre. Tuvo el honor de que la ordenación sacerdotal se la confirió santo Tomás de Villanueva. Y a estos grandes hombres de DIOS los imitó siendo extremadamente humilde, y practicando la obediencia en grado heroico. Murió el 9 de octubre de 1581, canonizado por el Papa Clemente X en 1671. Es el patrono de Colombia.  

Y la liturgia de hoy nos presenta al Evangelio de JESUCRISTO, según San Lucas capítulo 17, versos del 11 al 19. En el que se relata la parábola de los diez leprosos, que fueron sanados, pero a uno sólo se le dijo: Tu Fe te ha salvado. Porque solamente éste fue capaz de dar una respuesta que saliera realmente del corazón. Mientras los otros se preocupaban por cumplir los trámites legales, él no pensó más que en dar gracias a DIOS, ahí mismo donde la Gracia de DIOS lo había encontrado. Y es ésta la Fe que lo salva y lo transforma.

Recordemos que la Sanación y la Salvación son presentados frecuentemente en el Evangelio según San Lucas, como sinónimas, o incluso como la misma realidad.  Y quizás esa narrativa se hace para de alguna manera contrarrestar los prejuicios existentes en las sociedades antiguas, frente a los enfermos, minusválidos y menesterosos, ya que tanto los judíos, como los griegos tenían una gran devoción por la salud y la belleza, y el poseerlas era sinónimo de bienestar y el bienestar a su vez era sinónimo de bendición o de ser favorecido por DIOS.

Sin embargo, JESÚS, como siempre rompe con estos prejuicios y hace un gesto sublime al encontrarse con este grupo de leprosos, que por su enfermedad y fealdad eran extremadamente despreciados. Es tan evidente el rechazo de estos enfermos, que los propios discípulos de JESÚS, están ausentes de la escena. Por eso es que la Sanación que JESÚS hace sobre este grupo de enfermos, les restaura la salud, pero según la Ley, son las autoridades del Templo los que tienen que certificar su sanación por medio de una ofrenda.

El samaritano tratado como extranjero por sus propios compañeros de infortunio es el único que regresa porque se siente en deuda con JESÚS, y no con el Templo que nunca lo ha reconocido como persona o como hijo de DIOS. Con esta acción no solo reconoce que ha sanado su cuerpo, sino que ha restaurado su espíritu, es decir, ha entrado en el nuevo orden de Relación con DIOS, que es su propia Salvación.

Al confrontarnos con el texto, vemos que un extranjero, que no forma parte del pueblo de DIOS, despreciado por propios y extraños, es el único que sabe reconocer el Don recibido por DIOS, dando una lección a quienes, al igual que él, habían sufrido el desprecio de la gente, y que a pesar de haber sido sanados, no supieron entender que la verdadera sanación comienza con la salud física, pero tiene su plenitud espiritual en el seguimiento a JESÚS, que SANA Y SALVA a quienes se acerca a Él.

De allí que, el texto meditado nos invite al agradecimiento con DIOS, por tantos dones recibidos, y nos genera confianza y esperanza, ya que a pesar de las exclusiones que se viven en nuestra sociedad, JESÚS viene al encuentro de nosotros para que nos juntemos y aprendamos que a pesar de que no somos indispensables, si somos necesarios para transformar la maldad, la indiferencia y el egoísmo, en puntos de encuentros donde todos nos estimemos y respetemos como criaturas de DIOS.

Señor JESÚS, Tú Misericordia nos alcanza a todos y de ella nos brota la vida, permítenos recibirla con ánimo agradecido, para ser sanados de todas las enfermedades corporales y espirituales, y vayamos al encuentro de nuestros semejantes sin ningún tipo de prejuicios. Amén.

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