En aquel tiempo había una profetisa muy anciana, llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser. No había conocido a otro hombre que, a su primer marido, muerto después de siete años de matrimonio.

Permaneció viuda, y tenía ya ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo día y noche al Señor con ayunos y oraciones. Llegó en aquel momento y también comenzó a alabar a Dios hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía con él.

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

 La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Fulgencio de Ruspe, Obispo. Nace en Cartago, África, hacia el año 468. Murió a los 66 años, en enero del año 533. Se había propuesto imitar en todo lo posible a San Agustín y lo consiguió admirablemente.

En la liturgia del día meditamos los textos: 1Jn 2,12-17; Sal 95; y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Lucas capítulo 2, del verso 36 al 40.

Se relata el encuentro de la Profetisa Ana, con la Sagrada Familia de Nazaret, el lugar del encuentro es el Templo de Jerusalén, exactamente en el atrio de las mujeres, allí está Ana, porque de acuerdo a la Ley, no podía estar en otro lugar.

Ella es una mujer con una triple exclusión: es mujer, es viuda y es anciana; y al igual que Simeón, otro anciano del que hablan los versículos precedentes, perseveró muchos años esperando al Salvador.

Ana llena del Espíritu Santo, Don que ha recibido por sus ayuno y oración constante, sabe leer los signos de los tiempos y descubre la mano de DIOS, en la historia y en la cotidianidad de los que visitan al Templo. Ana abre sus ojos cansados y viejos, para descubrir en el pequeño niño JESÚS, al Mesías esperado al que muchos excluidos como ella, esperaban para que impusiera un nuevo orden social.

Tanto Ana, como Simeón tienen claro que, el pueblo de Israel no ha hecho ningún mérito, sino que más bien ha ido en contra de los designios de DIOS, más, sin embargo, ellos saben que DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PROMESA. Y en el tiempo propicio se Hace presente en medio de la humanidad, hecho que no es reconocido por los poderosos, sino por el «pequeño resto de Israel», es decir por los sencillos y excluidos, como lo son Ana y Simeón.

El texto termina con el retorno de la Sagrada Familia de Nazaret, a su casa, donde en un hogar sencillo, y pobre, pero lleno de calor humano y de respeto a los designios de DIOS, cumplen con la Misión que DIOS Les Ha Asignado.

Ese es el hogar donde JESÚS va a desarrollarse como un ser humano normal y fortalecerse en Sabiduría y bajo la Presencia del Altísimo, que lo acompañará, para el cumplimiento de Su Misión de Ser la Luz del Mundo.

Es que, Cristo es, sin duda, la Luz que ilumina a los hombres, pero también, en otros momentos, la que los ciega y los deja desconcertados. Es señal que divide a los hombres, pero los que se ponen en contra no siempre son los malos.

Pues hay malos que se ponen del lado de Cristo porque reconocen sus maldades y sus pecados y finalmente hacen una enmienda de vida. Y hay buenos que su autosuficiencia de creerse impolutos y predestinados, no los dejan hacer nada por sus semejantes, y solo se dedican a juzgar y a mirar con indiferencia lo que a su modo de ver están perdidos y condenados.

Al confrontarnos con el texto vemos que La Palabra se ha Hecho Carne, para fortalecer la Esperanza de un pueblo oprimido por todas las plagas surgidas desde los distintos ámbitos del quehacer humano, tanto social, político, económico, y religioso.

Y lo Hace por el AMOR Supremo que DIOS, le tiene al Hombre, que lo Ha Creado para que sea feliz y para que disfrute en igualdad de condiciones de toda la maravilla que lo rodea, Gesto que lamentablemente es roto por la violencia del hombre contra el hombre.

 Y es esa situación generada por nuestros propios actos, es la que nos ha sumergido en esta profunda crisis de valores en la que nos encontramos, que nos ha distanciado de DIOS, y nos hace oscurecer el horizonte de nuestra existencia.

Por eso es que necesitamos tener un corazón como el de José, María, Zacarías, Isabel, Ana y Simeón, personas del pueblo llano, como tú y como yo, que solo tuvieron la Fe y la Esperanza de que DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PROMESA, y es esa nuestra mayor fortaleza, para seguir perseverando.

Señor JESÚS, fortalece nuestra fe y capacidad de discernimiento, para reconocer en cada momento de nuestras vidas Tu Presencia Amorosa que nos permita seguir luchando por un nuevo orden social, en nuestro mundo terrenal. Amén.

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