Evangelio del Día. Lucas 24,35-48

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  Lucas 24,35-48 “En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado.

Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia Universal celebra en este Tercer Domingo de Pascua, la fiesta entre otros santos, en honor a San Francisco Solano, llamado «el Taumaturgo del nuevo mundo», por la cantidad de prodigios y milagros que obtuvo en Sudamérica. Fue un fraile y sacerdote franciscano español, que misionó por el Perú, donde residió por 20 años hasta su muerte, predicando el cristianismo a los aborígenes. Nació en Montilla, Córdoba, España y murió el 10 de marzo de 1549, en Lima, Virreinato del Perú, 14 de julio de 1610.

 Y la liturgia diaria nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, Según San Lucas capítulo 24, verso 35 al verso 48, donde se relata el encuentro del Resucitado con el cenáculo de los Apóstoles, que estaban encerrados por temor a las represalias de los judíos. El relato se inicia con el compartir de la experiencia que habían vivido los discípulos de Emaús, y de repente es el Mismo SEÑOR, que se hace presente en medio de su comunidad, y comunica a los suyos la paz que exorciza el temor y comunica el gozo de la Nueva Vida.

  Por lo que hay que tener presente que el Resucitado no es un fantasma. Es el mismo JESÚS crucificado; lleva las señales en Su Cuerpo; “soy yo en persona”. Desde esa necesidad de afirmar la identidad entre el Crucificado y el Resucitado se explica la insistencia del evangelio de hoy en el carácter material del Resucitado. Tiene manos y pies, se le puede tocar, come pez asado delante de ellos. Teniendo en cuenta la opinión de los expertos bíblicos, estas expresiones quieren decir simplemente que no es un fantasma, que es el mismo JESÚS Encarnado. No se pueden interpretar como afirmación directa sobre el carácter material, histórico y mortal del cuerpo Resucitado de JESÚS.

 Y es que, la novedad de la Resurrección no cabe en el lenguaje corriente; no se puede ver con la mirada habitual y con la lógica de lo sensible, es un misterio de fe, que no es verificable con los medios humanos u objetos construidos por el hombre, pero es real. Ya que JESÚS tiene cuerpo es decir existencia, pero distinta a la terrenal. Ahora vive Glorificado, sin estar sujeto a las limitaciones del espacio y del tiempo, pero no es un fantasma, ni vive separado de la comunidad, sino que, es la Cabeza del Cuerpo Místico que es la Iglesia, y esa es la Común-unión para Vivir su Nueva Realidad.

  Porque la Resurrección de JESÚS es un acontecimiento inédito, desborda hacia delante y hacia la vida anterior del Mesías. Pero no es un milagro aislado; está dentro de la lógica de la Escritura: “Resucitará de entre los muertos al tercer día”. Por eso es que, a su comunidad la hace capaz de comprender las Escrituras, para que pueda acoger con Fe el Plan de DIOS y le encarga la Misión de Anunciar el Evangelio a todas las naciones.

 Al confrontarnos con el texto, y retratarnos con esa comunidad temerosa e incrédula, nos damos cuenta que no hemos cambiado nada. Porque también nosotros al igual que las primeras comunidades seguimos con los mismos temores frente a los acontecimientos humano y con la misma incredulidad frente al Mensaje de Vida que nos trae el Resucitado.

 Por eso hoy es día para entender, con cada una de nuestras limitaciones, que nuestra identidad cristiana está fundamentada, en JESÚS RESUCITADO, que tuvo que padecer y morir para darle plenitud a Su Misión. Y que es con ese ejemplo de vida, la de sufrir, morir y Resucitar, con la que, se coloca en medio de la comunidad, reanimando su esperanza, reorientando su vida, que nos envía a dar Testimonio de Él, haciendo lo que nuestro Maestro ha hecho: Servir y Morir, aun por los que no creen en Él.

 Señor JESÚS, con Tu muerte terrenal, le das plenitud a Tu enseñanza de que “no hay Amor más grande que Aquel que da su vida por sus amigos”, ayúdanos a entender plenamente Tu Sacrificio, para entregar todo nuestro tiempo y nuestros recursos en favor de un mundo justo y solidario. Amén.

Luis Perdomo

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