“En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?» Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»

Reflexión hecha por Luis Perdomo,  Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana. Venezuela

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta entre otros santos, en honor a San Roberto Belarmino, quien fue un miembro de la Compañía de Jesús, sacerdote, arzobispo, cardenal de la Iglesia, e inquisidor en la época de la contrarreforma, que defendió la fe y la doctrina católica. Nació en Montepulciano, el 4 de octubre de 1542 y murió en Roma, el 17 de septiembre de 1621. Pío XI lo beatificó en 1923 y lo canonizó en 1930. El 17 de septiembre de 1931 fue declarado doctor de la Iglesia.

Y la liturgia diaria, nos presenta al Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO según San Lucas, capítulo 8, del verso 4 al verso 15. En el que JESÚS, les comparte a sus seguidores la parábola del sembrador que salió a sembrar la semilla. Y tal como lo clarifica el Maestro, DIOS es el sembrador, la semilla es Su Palabra y la tierra es el corazón del hombre, que puede tener distintas tipologías: pedregoso, arenoso, con espinos o fértil. La Palabra produce un fruto incalculable cuando encuentra un buen terreno que la recibe y la conserva. Pero en muchos casos no produce nada porque es rechazada o descuidada por sus destinatarios.

Tristemente la mayoría de los interlocutores de JESÚS no entendieron lo que les quería decir, inclusive los mismos discípulos tampoco logran captar el mensaje y por eso el Maestro se ve en la obligación de decirles lo que significa, porque en definitiva ellos serán los encargados de continuar la Misión de la siembra y por eso les dice que los que tienen la plena disposición para escuchar la Palabra y ponerla en práctica, esos son la tierra fértil que produce el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno, de la siembra.

Al confrontarnos con el texto y ubicarnos en el momento histórico que estamos viviendo, en el que hay que tener mucho temple para poder hacerle frente a tantos factores y antivalores que amenazan nuestra existencia. A lo que se ha agregado un bombardeo excesivo de mensajes positivos y negativos que muchas veces lo que hace es aumentar la incertidumbre. Y por eso es que la Palabra de DIOS, es percibida por muchos como un mensaje más, por lo que no la escuchamos y mucho menos la ponemos en práctica, lo que obviamente hace que no haya un cambio de vida ni personal, ni comunitariamente.

Los resultados parecen confirmar, que tal como nos pasa hoy, también en el tiempo de JESÚS, eran muchos los oyentes, pero pocos los que “Conservaban la Palabra en su corazón” (Lc 2,51) y la ponían en práctica. Por eso es que JESÚS y los evangelizadores de todos los tiempos soñamos con que la Palabra transforme la vida de todos aquellos que la escuchemos. Lamentablemente por el libre albedrío que DIOS nos ha dado, unos se abren generosamente a la Palabra, mientras otros se cierran con sus egoísmos e indiferencias a Su Proceso Transformador.

Por lo que hay que tener claro que el Proceso Evangelizador junta lo extraordinario de la Acción de DIOS, con lo ordinario de nuestra condición humana. Y para que ese Proceso se logre engranar perfectamente tenemos que despejar de nuestros corazones las aves agoreras, las cizañas y pedregales, que son nuestras perezas, egoísmos, ambiciones, y durezas de corazón, para ofrecer un buen terreno a esa Palabra que JESÚS siembra a diario en nuestro corazón. Ya que, si tenemos oído para escuchar Su Palabra, tendremos el discernimiento necesario para entenderla y las palabras y el testimonio adecuado para comunicarla.

Señor JESÚS, ayúdanos a despejar de nuestros corazones las aves agoreras, las cizañas y pedregales, que son nuestras perezas, egoísmos, ambiciones, y durezas de corazón, para ofrecer un buen terreno a Tu Palabra que Transforma y Sana. Amén.

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