«En aquel tiempo, después de que la gente lo había aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania. Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!».

Y sus discípulos oían esto. Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.

Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca». Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

La Iglesia universal celebra hoy la fiesta entre otros santos, en honor a los Santos Marcelino y Pedro, martirizados durante la persecución de Diocleciano, hacia el año 304. Fueron llevados a un campo lleno de asperezas y zarzales, llamado selva negra. Ellos mismos aclararon el lugar en el que iban a morir degollados. Ese lugar se llamaría después selva blanca.

En la liturgia del día meditamos los textos: Eco 44,1.9-13; Sal 149 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO según San Marcos, capítulo 11, del verso 11 al verso 26. En el que se nos presentan dos acciones bien humanas de JESÚS, que es verdadero DIOS y verdadero hombre. Por eso vemos que, por un lado, maldice una higuera, y seguidamente echa a los vendedores y compradores del Templo, lo que nos hace suponer a un JESÚS, cargado de ira y frustración sentimientos profundamente humanos.

Acciones que también son interpretadas de manera alegórica. La maldición de la higuera es interpretada como el pueblo de Israel, a este pueblo se dirige el Mesías para descubrir los frutos de Amor y conocimiento de DIOS, pero lo que encuentra es un Templo en el que reina es la codicia y los interese humanos, «lleno de hojas y sin frutos». Israel es pura apariencia, ya que ha convertido al Templo «en una cueva de ladrones», certificando lo que había dicho el Profeta Jeremías, antes de la primera destrucción del Templo en el año 587 a.C.

Con esta acción profética JESÚS demuestra que nada ha cambiado en Israel, ya que las mismas incoherencias de vida del pueblo, que criticaba Jeremías, es decir, la falta de discernimiento, la búsqueda de falsas seguridades y la práctica del comercio en la Casa de DIOS, siguen presentes. Y por eso no hay cabida para la Fe, la oración confiada y el perdón sincero. «Su culto es inútil», y al igual que la higuera, que inútilmente ocupaba la tierra, por lo que será cortada de raíz ese árbol infecundo.

Al confrontarnos con el texto, y ponernos en el lugar del pueblo de Israel, ya que muchos de nosotros decimos que somos cristianos y que adoramos a un DIOS Justo y Misericordioso, la mayoría de las veces no nos conectamos con Él, porque no practicamos Su Justicia y Su Misericordia, y por eso tenemos un mundo donde reina la codicia, la indiferencia, el egoísmo y la exclusión. Y esas son las consecuencias de no entender que cada uno de nosotros somos Templos donde habita El Espíritu Santo.

Porque si entendemos que Somos Templo de DIOS y nos dejamos guiar por Él, entonces daremos frutos de Santidad y Amor al prójimo. Entendimiento que sólo podemos obtenerlo si abrimos nuestro corazón con la oración constante, y la escucha de Su Palabra presente en la Sagrada Escritura, ya que sin esta escucha siempre tendremos el peligro de llenar nuestras vidas de «hojas» o de «frutos podridos» (Jr 2,17), por lo que también seremos cortados y echados de la Presencia de DIOS.

Señor JESÚS, ayúdanos con la Fuerza de Tu Espíritu a Construir una Iglesia que sea Comunidad Solidaria, servidora de los necesitados, de puertas abiertas y corazón Misionero, y de esta manera hacer realidad a toda hora y lugar Tu Reino en medio de nosotros. Amén.

 

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