En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla.

Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron.

Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano.

El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.» Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga».

Sentido de las parábolas

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.

Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.»

Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.

Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben.

Existen otros que reciben la simiente entre zarzas; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril.

Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.

Reflexión del Evangelio

 La Iglesia universal celebra hoy la fiesta entre otros santos en honor a San Francisco de Sales. Nació en Saboya, el 21 de agosto de 1567 y murió en Lyon, 28 de diciembre de 1622, fue Obispo de Ginebra.

Tiene el título de Doctor de la Iglesia, es titular y patrono de la Familia Salesiana, fundada por Don Bosco, y también patrono de los escritores y periodistas.

En la liturgia del día meditamos los textos: 1Sam 7,4-17; Sal 88; y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Marcos, capítulo 4, del verso 1 al verso 20.

¿Qué va el escrito?

El escrito narra la parábola del sembrador, símil muy conocido por toda la comunidad cristiana, en el que JESÚS, vierte la novedad de su pedagogía, utilizando el ejemplo de una actividad muy conocida por sus interlocutores, para que todos, de manera fácil pudieran entender, el empeño de DIOS, por llegar al corazón del hombre para transformarlo y convertirlo en mensajero de su AMOR.

Tenemos que tener en cuenta que, en la Palestina del siglo I, había una manera muy particular de sembrar, ya que se preparaba el terreno, se esparcía la semilla y luego se araba, por lo que era muy importante tener en cuenta la calidad y la preparación del terreno. Por eso es que JESÚS, aprovecha esta experiencia de los campesinos, y de la eficacia de la Semilla, que es la Palabra de DIOS, por lo que dependerá del terreno, si germina o no y si posteriormente da frutos o no da.

El Sembrador es DIOS

Él está empeñado en que su Palabra dé vida a nuestro mundo, porque es nuestro Creador, que quiso que surgiera la vida para colmarla de su Vida. Por eso, como el sembrador que cada mañana sale a sembrar, nuestro DIOS acompaña su obra y quiere hacer llegar su Palabra hasta los confines del mundo.

La semilla es la Palabra. Una Palabra que nos muestra el querer de DIOS: que cada persona se comprenda como fruto de un Amor infinito, y, por tanto, capaz de amar y ser amada, dejando una huella de amor en nuestro mundo.

Llegando a vivir como hijos y hermanos. Por eso es que, esa semilla, con todo su valor, no quiere guardarse en una urna de cristal, sino llegar hasta la tierra y mezclarse con ella, para llegar a producir todo su fruto.

«La tierra somos nosotros»

Al confrontarnos con el texto y entender que la tierra somos nosotros. Tu corazón y el mío.

El corazón que puede estar desconcentrado, al borde del camino, de manera que le entra la Palabra por un oído y le sale por otro.

Un corazón que puede estar endurecido, como el terreno pedregoso, de forma que la Palabra no puede echar raíces.

El corazón que puede estar distraído, entre zarzas, tanto así que la Palabra queda ahogada por otros asuntos que se consideran más urgentes o más importantes.

Un corazón, por fin, que puede estar abierto, como el de María, que acoge la Palabra, la acepta y da una cosecha generosa.

Debemos tener en cuenta que, JESÚS quiso explicar esta Acción de DIOS de manera sencilla, para que las gentes de su tiempo lo comprendieran. Hoy quizá nos podría dar otros ejemplos, según el contexto, para hacernos comprender esta misma verdad.

Pero el mensaje sería el mismo: DIOS quiere que Su Palabra dé fruto en el corazón de cada uno de nosotros. Por eso es que hoy es el día para preguntarnos: ¿Cómo anda mi terreno interior, para recibir la semilla del Reino? ¿Estoy dando frutos de fraternidad, solidaridad y justicia en nuestra comunidad, en esta hora de gran incertidumbre por la que estamos atravesando?

Señor JESÚS, ayúdanos a vencer nuestras superficiales banales y comodidades circunstanciales, para darle paso a la acción transformadora de Tu Espíritu, y convertirnos en mensajeros de Tu AMOR.

Amén.

Luis Perdomo
Animador bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

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