Suena inverosímil pero no lo es. Una palestina, excombatiente en la Segunda Intifada, persigue exactamente el mismo objetivo que un profesor israelí de la Universidad Hebrea: fomentar la paz incluso en plena guerra en Gaza y alcanzar la -hasta ahora utópica- solución al conflicto palestino-israelí.
Mai Shahin se crió en la región de Jerusalén durante los años 80, mientras se gestaba la Primera Intifada. Cuando era niña, tuvo que pasar por puestos militares para poder asistir a su escuela, y cuando llegó a la adolescencia, en 2003, vio cómo Israel elevó el colosal muro de separación, aislando su casa, en el Monte de los Olivos, del lado de lo que ahora es Cisjordania ocupada.
Cuando estalló la Segunda Intifada (2000-2005), la joven Shahin, hija de padres combatientes, decidió unirse a la resistencia palestina.
«Elegí la violencia», cuenta a EFE en su casa de Al Eizariya, sin detallar su participación en la revuelta «por motivos de seguridad».
Desde entonces, su vida ha dado un giro de 180 grados: Ahora integra la organización Combatientes por la Paz, un movimiento fundado por exmilicianos palestinos y exsoldados israelíes que depusieron las armas, y trabajan juntos para abolir la ocupación y promover una solución al conflicto que otorgue a ambos pueblos «libertad, seguridad, democracia y dignidad en su patria».
«Este es mi onceavo año aprendiendo comunicación no violenta y ahora la estoy enseñando. Lidero a jóvenes palestinos para que, ‘inshala’ (si dios quiere), se unan a este movimiento», comenta.
Pero, ¿son estos ideales compatibles con una realidad en la que Israel acaba de sufrir el peor ataque de su historia a manos del grupo islamista Hamás, y su contraataque militar ha dejado casi 23.000 muertos en la Franja de Gaza, la mayoría niños y mujeres?
«Ahora más que nunca”, responde Shahin, envuelta en su kufiya.
En su organización, nominada dos veces al Premio Nobel de la Paz, busca desarticular el conflicto desde el reconocimiento del Holocausto y de la Nakba, el violento desplazamiento de más de 700.000 palestinos al crearse el Estado de Israel en 1948.
«La lucha por la libertad es antisionista, no antisemita», aclara, y las víctimas de la ocupación israelí «son todos», árabes y judíos.
Desde hace décadas existen otras organizaciones por la paz integradas por israelíes y palestinos, como Standing Together, aunque la mayoría son ONG ya sea israelíes o palestinas, que luchan contra la ocupación y lo que consideran un régimen de apartheid.
Cultivar juntos
También en Jerusalén, pero del lado israelí del muro, el profesor de teatro Diego Rotman abrió un curso en la Universidad Hebrea para estudiantes árabes y judíos que temían que, al volver a clases, las hostilidades que se atizaron en las redes sociales a raíz de la escalada en Gaza se materializaran en los pasillos universitarios.
El rector tuvo que dar un permiso especial pues las aulas están cerradas a la espera del regreso de muchos estudiantes, reservistas del Ejército israelí, que fueron llamados a los combates.
Con más de cien postulantes, el taller busca crear una «biblioteca de plantas» que servirá para que los chicos cultiven un techo verde en la facultad de humanidades.
«Pedimos a los alumnos traer un brote y contar la historia de por qué lo eligieron: porque les recuerda el aroma de la casa de su abuela o de los condimentos de la casa materna», explica el profesor, un judío de origen argentino.
Esto genera un encuentro que, en el contexto actual, parece imposible: «estudiar juntos, plantar juntos, dialogar, entender que hay otra manera de ver las cosas», añade en medio del jardín, donde sus alumnos también practican yoga codo a codo.
¿Uno o dos Estados?
Avigail Quiroga, alumna de 26 años de la carrera de Estudios Hispánicos y Latinoamericanos, reconoce que llegó al curso con un «sentimiento de enojo, de no entender» lo que piensan sus compañeros árabes, «si están a favor o en contra» del ataque de Hamás que dejó unos 1.200 muertos y 240 secuestrados, y detonó la guerra el 7 de octubre.
El ataque «fue un error», zanja Malak abu Nijmeh, una estudiante árabe de Ciencias Sociales de 21 años, quien considera que las agresiones de los milicianos constituyen un «crimen contra la humanidad», al igual que la incesante ofensiva militar israelí, que ha creado una crisis humanitaria sin precedentes en el enclave palestino.
«No me siento cómoda diciendo que estoy del lado de los judíos o de los palestinos. Estoy del lado de la humanidad», asegura, después de haber plantado cebollas y al abogar por una solución al conflicto de un solo Estado.
Para Narkis Yefet, un estudiante de Ciencias Políticas de 28 años, las diferencias son demasiado profundas entre árabes y judíos, y aunque quiere la paz, aboga por los dos Estados.
«Queremos cosas diferentes, hasta en las cosas más básicas», considera, después de compartir una clase de yoga con compañeras palestinas.
A lo largo de su activismo, Shahin lo ha pensado mucho y tiene una perspectiva clara: «La solución de dos Estados también es separación», dice, al abogar por un sólo territorio para todos, con dos nacionalidades y un gobierno laico, «como en Europa».
«En vez de privarnos mutuamente de la mitad de nuestra propia tierra y cultura, podríamos compartirlo todo», concluye.
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