Hollywood.-Luchaba contra un cáncer de pulmón después de toda una vida fumando, no solo tabaco, y ahora Peter Fonda ha perdido esa batalla a sus 79 años. De modo que el legendario actor estadounidense, hijo del mítico Henry Fonda, hermano de Jane Fonda y padre de Bridget Fonda, se reúne en el más allá con el asesino de la utopía que él encarnó en su película más famosa, “Easy rider”, es decir, con Charles Manson, fallecido en la cárcel hace casi dos años.

¿Legendario actor? Realmente, Peter era más bien mediocre ante las cámaras, pero la aureola le venía por estar en el meollo de Hollywood justo cuando echaba humo el número 10.050 de la Avenida Cielo Drive, donde Manson ordenó cometer los crímenes que sepultaron el sueño “hippie”. Y por personificar, bajo sus gafas de sol de macarra, el paradigma de la contracultura que retrató la ‘Generación Beat’, con Jack Kerouac y William S. Burroughs a la cabeza.

Por capricho del destino, su muerte se produce solo unas semanas después de cumplirse el 50 aniversario del estreno de “Easy rider” (14 de julio), de la barbarie perpetrada por el psicópata más mitificado de la Historia contra la actriz Sharon Tate y, sobre todo, del Festival de Woodstock.

Todos esos recuerdos le vinieron a la mente a Peter Fonda en los últimos días y se apagó en su casa de Los Ángeles con el pasado más presente que nunca.

De hecho, el mito de “Easy rider” no deja de crecer en pleno siglo XXI. La “road movie” por excelencia, la apología filmada de la vida en la carretera, la encarnación del sueño “hippie”… todo estaba en esos 95 minutos de película y leyenda con la batuta de Dennis Hopper, enterrado nueve años atrás.

Todo un delirio a mayor gloria del rock and roll, de los revolucionarios postulados sociales fraguados a golpe de guitarra, de la psicodelia como herramienta vital.

Los sueños y los fantasmas de los 60 otra vez en primer plano, mientras ya solo uno de sus protagonistas continúa en el reino de los vivos: Jack Nicholson, de 82 años.

También el mismísimo Phil Spector pululaba por la pantalla en un pequeño papel, y hoy se pudre en una cárcel californiana por el “homicidio imprudente” de una actriz de poca monta. Como si hubiera revivido la pesadilla diabólica de Charles Manson, revivida a golpe de su habitual efectismo por Quentin Tarantino y su “Érase una vez en Hollywood”, inspirada en el contexto del asesinato escenificado en la inmensa casa de Roman Polanski en aquel entonces (alquilada por el mismísimo Trent Reznor en los 90).

Los vientos de libertad y drogas de “Easy rider” antecedieron en solo un mes al Festival de Woodstock, que abría sus puertas una semana después de la orgía de sangre de Manson. Era exactamente el trecho entre la esperanza en los nuevos tiempos y el fin del optimismo “hippie”.

Ahí se inscribía la criatura de Dennis Hopper, plasmada justo cuando los entresijos del satanismo habían salido a la luz en forma de “La semilla del diablo”, obra maestra del primer Polanski.

Steppenwolf atronaba los oídos de los espectadores del momento con “Born to be wild”, la canción central de “Easy rider”, perfecta para desatarse a lomos de unas motos de gran cilindrada.

Agencia

 

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