Bruselas, Bélgica. Los monjes de la Abadía de Rochefort, un monasterio medieval de Valonia que desde 1952 comercializa brebajes de alta fermentación, han sorprendido a Bélgica y al mundo con su primera cerveza trapense en 65 años, elaborada por unos eclesiásticos cuyas bebidas protege la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
«En junio de 1920, la abadía de Saint-Remy produjo su primera cerveza fuerte destinada al público. Se elaboró hasta 1923. Se llamó la cerveza extra rubia Fuerte. Durante varios años, la cervecería había estado pensando en producir una cerveza triple como la ‘extra rubia’ de la época. Hemos optado por lanzarla en 2020, es decir, 100 años después», resumió a la prensa local el ingeniero responsable de la calidad de la planta cervecera, Gumer Santos.
La bebida «debería de empezar a llegar a los supermercados este fin de semana», explican desde la planta cervecera de la abadía, donde advierten que la producción inicial será limitada, a la espera de escuchar la opinión de los clientes y «hacer algunos ajustes eventuales, para mejorarla aún más».
En cualquier otro país del mundo, el acontecimiento habría pasado relativamente inadvertido, relegado quizá a las secciones de gastronomía de los medios o a la prensa especializada.
Pero en Bélgica, que presume de elaborar las mejores cervezas del mundo, la noticia ha llegado a la portada del primer diario francófono, Le Soir, en una semana informativamente intensa, con la inminente formación de un Gobierno tras casi dos años de bloqueo y mientras que el coronavirus sigue campando a sus anchas por el país de Tintin y Milou.
«El futuro dirá cuál habrá sido el mayor logro de este miércoles 30 de septiembre de 2020: la composición de un gobierno federal o el lanzamiento de una nueva cerveza trapense desde los muros de la Abadía de Rochefort», resumía por su parte la agencia pública de noticias Belga.
La nueva cerveza es una rubia de triple fermentación denominada Triple Extra con 8,1 grados de alcohol y chapa violeta, el color de la amistad. La marca incluye también el lema latino de la abadía «Curvata resurgo» (doblado, me pongo de pie).
Se suma a las tres célebres marcas del monasterio, comercializadas en botellas de 33 centilitros por entre 2 y 3 euros la unidad y conocidas con los números (6, 8 y 10), cuya producción conjunta llega a unos 56.000 hectolitros anuales y su graduación oscila entre los 7,5 y los 11,3 % grados de alcohol.
En Bélgica se encuentran seis de las catorce cerveceras trapistas del mundo, tres en el norte flamenco (Westvleteren, Achel y Westmalle) y tres en el sur valón (Chimay, Orval, Rochefort), un orgullo para ese país de 11,4 millones de habitantes y una de las grandes tradiciones gastronómicas belgas, junto a los bombones, los mejillones, los gofres o las patatas fritas.
Existen otras que también se llaman trapistas, como la que produce en el Monasterio de San Pedro Cerdeña de Burgos (España) desde 2016, pero que no cuentan con la homologación oficial de la Asociación Trapista Internacional.
La cerveza trapenses goza de una devoción tal en Bélgica que cuando un grupo de astrónomos belgas identificaron entre 2015 y 2017 un conjunto de exoplanetas con características similares a la Tierra y a «sólo» 39 años luz del planeta azul, lo denominaron sistema Trappist-1.
La elaboración de ese tipo de cerveza corre a cargo de miembros de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, llamada también Orden de la Trapa, una milenaria comunidad eclesiástica católica que respeta la regla de San Benito, un código popular en los monasterios medievales que se fija en particular en asuntos domésticos como los horarios, la meditación y el trabajo.
«Son verdaderos monjes, cuando viven del trabajo de sus propias manos», reza el capítulo 48 de las reglas benedictinas que propició que los monjes hayan hecho maestros de la producción alcohólica con agua, malta de cebada, azúcar, lúpulo y levadura, si bien el trabajo se ha adaptado a la digitalización y la robótica industria aplicada al arte de combinar.
«La abadía se adapta a las técnicas. Tenemos un material que ofrece mucho rendimiento. Nos mantenemos a la vanguardia a nivel de nuestros equipamientos», explica en la prensa local el ingeniero responsable de la calidad de la planta cervecera, Gumer Santos.
La abadía de Rochefort fue fundada en 1230 como morada de monjas cistercienses, vio nacer su primera fábrica de cerveza hacia 1595, ha conocido revoluciones, guerras e incendios y está habitada por monjes desde 1887.
«La especificidad de la vida monástica no puede existir sino en un clima de silencio y soledad. El monasterio, por tanto, no puede visitarse», explica la sobria página web del monasterio.
EFE noticias
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