Ecuador.- Durante millones de años diferentes tipos de tortugas se adaptaron a vivir en unas islas volcánicas aisladas del continente americano donde evolucionaron hasta dominar sus hábitats. Hoy, es el ser humano el que trata de impedir su extinción en el famoso archipiélago al que dan nombre: Galápagos.
Conformado por trece islas grandes, seis menores y 42 islotes, el archipiélago situado a unos mil kilómetros de las costas continentales de Ecuador alberga más de 7.000 especies endémicas y nativas, entre las que tienen un papel destacado las tortugas terrestres.
«Es considerada el emblema, el símbolo de Galápagos», indica Fredy Villalba, guardaparque del Parque Nacional Galápagos (PNG), rodeado por decenas de ejemplares de algunos años que se preparan en un amplio espacio rocoso para ser liberadas.
Villalba es el responsable del Centro de Crianza Fausto Llerena, creado en 1965 en la isla de Santa Cruz, y se encarga a diario de supervisar las incubadoras, seguir el crecimiento de cientos de tortuguitas en sus corrales y espacios de entrenamiento, antes de ser insertadas en la naturaleza.
Doce especies autóctonas
En Galápagos se contabilizan en la actualidad doce especies de tortugas terrestres vivas y tres consideradas extintas originarias de las islas Santa Fe, Fernandina y Pinta, esta última lugar de procedencia del solitario George, el último individuo conocido de la especie gigante Chelonoidis abingdonii, fallecido en 2012.
Los esfuerzos de conservación de los quelonios se remontan a 1959, cuando un análisis de la situación de cada una de las islas arrojó que estas especies se veían amenazadas tanto por la depredación de animales introducidos en el siglo XIX, cuando las islas eran parada de bucaneros y balleneros, como por la propia acción del hombre.
El PNG y la Fundación Charles Darwin (FCD) vieron entonces urgente crear centros de cría hoy hay tres en las islas al objeto de repoblar las especies de tortugas que se encontraban en peligro.
El centro de crianza de Santa Cruz cuenta con capacidad para 1.300 ejemplares juveniles desde su nacimiento hasta que tienen cinco años y están listas para ser «repatriadas».
«Estamos trabajando al momento con cinco especies de cinco islas diferentes: Española, Floreana, Santa Cruz, Santiago y Pinzón», afirma el responsable de la entidad.
Su labor comprende la recolección de huevos en épocas de desove tanto en cautiverio como en estado natural, para su traslado a las incubadoras donde permanecen cuatro meses antes de eclosionar.
Las incubadoras artificiales pueden almacenar hasta 600 huevos previamente marcados, medidos, pesados y colocados sobre un sustrato.
«Podemos definir el sexo en base a la temperatura: a 29,5 grados en el incubador saldrán tortuguitas hembras y a 28 grados machos», precisa Villalba.
Las crías tardan de dos a tres días en deshacerse del cascarón y pasarán 30 días alimentándose exclusivamente de su saco vitelino.
Les espera un período de dos años en unos corrales de protección que impiden los ataques de ratas y gatos ferales, antes de ser soltadas a espacios más amplios de «preadaptación» y donde cumplirán los cuatro o cinco años, antes de estar listas para partir.
Las tortugas se diferencian por su morfotipo que responde a una adaptación al terreno de cada isla. Así, si son de islas altas, aquellas con elevaciones como volcanes, su carapacho es del tipo domo y suelen tener mayor envergadura, mientras que las de islas bajas suelen tenerlo de tipo montura.
Son animales muy longevos y pueden vivir hasta 150 años, y las especies gigantes llegar a pesar 300 kilos y tener un diámetro de caparazón de 1,80 metros.
Ingenieras de la naturaleza
Consideradas como «ingenieras de la naturaleza» por su capacidad de dispersar semillas que germinan de mejor manera una vez que atraviesan su tracto digestivo, su disminución ha tenido también impactos en la fauna de algunas islas.
Con base en monitoreos de campo, los científicos estiman que en este santuario mundial de tortugas se cuentan entre 30.000 y 40.000 ejemplares, de las que alrededor de 20.000 son especies gigantes.
«Estamos lejos de llegar a la cantidad de 200.000 individuos que existían antes», recalca el cuidador al referirse al estado previo a la conquista humana.
Jorge Carrión, científico principal del Programa de Ecología de Movimiento de Tortugas de Galápagos de la FCD, ha logrado determinar gracias al marcaje de individuos con dispositivos GPS, que las gigantes tienen un patrón migratorio estacional en las islas con elevaciones.
«Hay tortugas que pueden recorrer hasta 40 kilómetros. Es una migración porque utilizan las mismas rutas cada año», asegura al apuntar que los cambios de estaciones obligan a las hembras a moverse para anidar y a los machos a buscar vegetación más digerible.
Sobre las diversas hipótesis evolutivas de las especies, Carrión aclara que se tiene certeza de que sus ancestros corresponden a una especie de Sudamérica que habría llegado al archipiélago arrastrado por las mismas corrientes que hoy traen los plásticos a las islas ecuatorianas.
En este sentido, la labor de crianza y repoblación de las tortugas para el investigador, «no es una ayuda que está prestando el hombre a la biodiversidad», sino «una obligación, porque somos nosotros los que hemos causado este impacto».
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