Caracas. La paciencia se agota, el tiempo se hace eterno y las esperanzas de volver a la normalidad se desvanecen tras medio año de interminable cuarentena. Una mezcla de pesimismo y resignación se ha apoderado de un país en el que, si para muchos ya es complicado sobrevivir, vencer al virus se antoja imposible.

«Horrible», es la palabra que utiliza el comerciante Pedro Velázquez para describir el momento que vive el país caribeño, al que la pandemia de COVID-19 sorprendió en medio de una profunda crisis económica, política y social, y sin recursos para hacer frente a una situación crítica e inesperada.

Si bien el virus no es patrimonio exclusivo de Venezuela y ha puesto en jaque a casi todo el planeta, a la nación sudamericana la pilló en una coyuntura extremadamente crítica, en la que miles de ciudadanos ni siquiera tienen acceso al agua corriente, recurso fundamental para prevenir contagios.

«VENTE A MI CASA, QUE YO ME VOY A LA TUYA»

Pedro Velázquez lo tiene claro. «Es muy fácil decir ‘quédate en casa’, pero…’quédate tú en mi casa’, le digo yo a alguien que tenga dinero, ‘y tú me permites que yo me quede en la tuya’. Los ricos están cómodos, pero para los que vivimos el día a día es algo difícil», manifestó a Efe el hombre de 62 años.

El comerciante considera que es fácil dictar normas para evitar la propagación del coronavirus, cuando se hace desde la «comodidad» y la «abundancia», sin importar si son seis meses o un año lo que se prolongue la pandemia. Pero su situación, igual que la de millones de venezolanos, es bien distinta.

«La gente no puede salir a trabajar, la gente tiene que estar en casa y eso difícil cuando la gente necesita (el dinero) en el día a día en casa, sobre todo los que tenemos familia. Es algo difícil», reitera entre la resignación y la rabia contenida.

Velázquez es el reflejo de quienes se han visto afectados por la pandemia en varios frentes. Él es el ciudadano que debe cuidarse para no contagiarse y, a su vez, no contagiar a su entorno. Pero también es el padre de familia que tiene que llevar a casa el sustento diario y el comerciante que no puede desempeñar su trabajo debido a las restricciones impuestas por el Gobierno.

Si no hay trabajo, «no hay mercado (compra)» y si no hay mercado, la familia no come. La historia de Pedro se repite en cada rincón de Venezuela.

UN «DESASTRE» SIN SOLUCIÓN A LA VISTA

Los últimos 6 meses también se han hecho eternos para Carmen Hernández, una pensionista de 58 años que, para incrementar un poco los escasos ingresos que le reporta su pensión, de apenas dos dólares mensuales, hace manualidades que luego vende en la calle.

«Es un desastre y aquí no están arreglando nada, no hay producción, no hay nada. Lo que hay es hambre y mucha delincuencia. Viendo la situación, estamos a la buena de Dios», dijo la mujer a EFE con tono de visible enfado.

En su opinión, el Gobierno de Nicolás Maduro «no ha hecho nada» en los seis meses de cuarentena por resolver la situación de los más vulnerables.

«El medio año de cuarentena es muy duro. No se ha podido trabajar, no hay producción, no hay nada, no hay cómo comprar, el dinero no alcanza. Este país devalúa hasta el dólar. Yo vivo de una pensión y a mí no me alcanza», reiteró Carmen, quien confiesa no saber qué hacer para afrontar el tiempo que queda de restricciones, un lapso incierto e indefinido que incrementa su ansiedad.

MÁS CUARENTENA, MÁS CONTAGIOS

Los seis meses de cuarentena que acumula Venezuela no lograron reducir los contagios, sino al contrario. En este medio año no se ha conseguido al punto de inflexión en el que se revierta, ni siquiera momentáneamente, la tendencia a la baja.

La progresión fue contenida entre marzo y julio, período en el que los casos de infectados se registraban a cuentagotas, al menos, según la información del Gobierno, puesta en duda desde el primer momento por la oposición y por la ciudadanía.

Lo mismo ocurría con las cifras de fallecimientos. A tenor de la información gubernamental, se registraron largos períodos sin ningún fallecido a causa del virus. Según datos del Gobierno, mientras en el resto del mundo, miles de personas perdían la vida a diario, Venezuela enlazó 35 días -del 20 de abril al 26 de mayo- sin decesos por COVID-19.

Este dato y los escasos contagios reportados levantaron elogios por un lado y desconfianza por otro. Unos admiraban la gestión de la pandemia por parte del Ejecutivo y otros criticaban la opacidad en la transmisión de información.

Pero las dudas finalizaron cuando, en el mes de julio, tanto el número de contagios como de fallecidos empezó a multiplicarse día tras día de manera exponencial.

Pese a todo, con o sin dudas, con más o menos certezas, la cuarentena continúa y la desesperación aumenta, pese al obligado incumplimiento de las normas por parte de los ciudadanos porque el hambre es más fuerte que el virus.

Ningún venezolano está dispuesto a dejar de llevar el sustento diario a casa por más órdenes que dé el presidente, así que toca incumplirlas, aunque no sin miedo a ser detenido o castigado. Pero la necesidad no da tregua y su salvoconducto más poderoso es el hambre.

EFE noticias

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