Teherán.- La prohibición, el miedo y la mentira pueden convertirse en un cóctel letal. En Irán, estos factores están fomentando la expansión de la venta ilegal de alcohol adulterado y unos niveles sin precedentes de fallecimientos por intoxicación.
Con más de 700 muertos y 3.000 intoxicados en menos de dos meses, el alcohol adulterado se ha convertido en un grave problema de salud pública en el país, donde el consumo y la venta de bebidas alcohólicas está prohibido desde hace cuatro décadas.
Las intoxicaciones no son una excepción pero no suelen causar tantos estragos. La Organización de la Medicina Forense de Irán informó esta semana de que desde el 20 de febrero habían perecido por esta razón 728 personas, mientras que en el mismo periodo de 2019 fueron 66.
¿Por qué se han disparado ahora los casos? La respuesta parece estar vinculada con la pandemia del coronavirus, que ha dejado hasta ahora en Irán más de 4.000 muertos y 60.000 contagiados.
Una supuesta cura
«Los rumores instigados en las redes sociales que apuntaban a la posibilidad de prevenir o curar la enfermedad (COVID-19) con alcohol tuvieron una gran influencia en la ampliación de este problema de salud», subrayó el portavoz del Ministerio de Salud, Kianush Yahanpur.
El portavoz achacó también esta situación a «la ignorancia» de una parte de la población que dio por válidas esas informaciones y lamentó que hay familias que incluso han suministrado bebidas alcohólicas a niños y adolescentes.
Los fallecidos por intoxicación, principalmente por el consumo de metanol, tenían entre 14 y 78 años, según el comunicado de la Medicina Forense, que indica asimismo que la mayoría son hombres: 627 del total.
Entre los intoxicados hay desde bebedores habituales a niños. Muchas de las víctimas siguen hospitalizadas, decenas de ellas en cuidados intensivos y algunas han sufrido daños como la ceguera.
La Medicina Forense tuvo que aclarar en su informe que «enjuagarse la boca con alcohol no es medida preventiva para el coronavirus» y las diferencias entre el alcohol etílico y el metílico.
El uso de metanol
Debido a la escasez de etanol, al aumentar su demanda como desinfectante a raíz del brote de COVID-19, algunos comerciantes optaron por manipular el metanol y decolorarlo, por ejemplo, con una gotas de lejía.
Las fuerzas de seguridad iraníes ya han decomisado miles de litros de alcohol adulterado y han efectuado arrestos de fabricantes y distribuidores, pero el problema parece no acabarse ya que abarca tanto a botes de etanol manipulado como a botellas de licores.
«Los especuladores han aprovechado para elaborar bebidas alcohólicas adulteradas y venderlas en botellas falsas bajo el nombre de marcas extranjeras que contienen una medida considerable de metanol», indicó el portavoz de Salud.
Esta venta es posible en Irán debido a que al estar el consumo de alcohol prohibido, este se destila localmente sin pasar controles sanitarios, como es el caso del popular «aragh», o se importa de contrabando.
El alcohol está prohibido en Irán desde el triunfo de la Revolución Islámica de 1979. Su ingesta está penada con 80 latigazos, y su venta y preparación con entre seis meses y dos años de cárcel.
Entre el mercado negro y la producción casera
Al peligro de estos castigos, se suma el de las intoxicaciones, ya que como se ha demostrado en esta ocasión incluso las bebidas que se venden como importadas pueden haber sido rellenadas con alcohol destilado localmente.
«Mi distribuidor de confianza falleció hace unos meses y ahora, más con esta situación, no me atrevo a recurrir a otro. Tengo miedo de que me venda veneno», comenta Maral, una vecina de Teherán de 45 años.
Esta mujer reconoce que la crisis actual y el confinamiento favorecen un aumento general del consumo de alcohol, al que se suma la falsa creencia de que puede curar el COVID-19: «Si no estuviera prohibido no ocurrirían estas desgracias», afirma.
Debido al temor a posibles intoxicaciones y a los elevados precios de las bebidas supuestamente importadas, son numerosos los iraníes que optan por producirlo ellos mismos en sus casas.
Es el caso del ingeniero Hamid, de 32 años, que elabora vino y aragh desde hace tres años. «Al hacerlo yo mismo sé que la bebida no tiene ningún elemento tóxico», subraya el joven, cuya producción es limitada y para consumo propio.
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