Por Luis Ramón Perdomo Torres ([email protected])
Nuestra comunidad cristiana ha heredado de los judíos el estar en un continuo acto oblativos o momentos donde se celebran hechos trascendentales que permitan recordar perennemente el actuar de DIOS en medio de la comunidad. Por eso celebramos como acontecimiento central de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Y junto a la Resurrección, unimos los acontecimientos de la Ascensión que celebramos hoy y que, es la vuelta a su estado Glorioso y Celestial junto al Padre y la fiesta de Pentecostés que celebraremos el próximo domingo.
Después de la muerte de JESÚS, sus discípulos estuvieron desorientados y acobardados, por eso es que el Señor, una vez que vence la muerte y Resucita se queda, animando y fortaleciendo a su comunidad, tal como está escrito en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “«se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándole del reino de Dios» (Hch 1, 3). Y a partir de allí la comunidad cristiana comenzó a compartir con el mundo esa Buena Noticia del Resucitado, de tal manera que creer y obrar, es la mejor sazón y razón para que esta Iglesia haya perdurado por más de dos mil años.
Al igual que los discípulos de la comunidad primitiva, los discípulos de hoy nos sentimos confundidos, dubitativas y muchas veces atemorizados, ante tanta violencia, tanta hambre, tanta injusticia, tantas muertes de niños que mueren a mengua, y de ancianos vejados por quienes deberían cuidarlos y atenderlos. Esa impotencia hace que muchos cristianos se refugien en algún movimiento espiritualista, sin tener en cuenta que, una fe que no sepa mirar hacia los hermanos, no es la fe de JESÚS, sino una ideología que entretiene y engaña.
JESÚS mismo nos saca de nuestros miedos y nuestras comodidades, alienta nuestra esperanza y nos invita a ser sus testigos en cada uno de los espacios donde nos desarrollemos, diciéndonos: “Animo, Yo estaré con ustedes en las buenas y en las malas, siempre”. Y con esa certeza de que Él camina con nosotros, lograremos vencer las dudas y las impotencias, teniendo tres premisas esenciales. La primera es la de tener una absoluta confianza en DIOS, cuyos planes desconocemos, pero cuya fuerza de vida hemos experimentados. La segunda es abandonándonos en las manos del Espíritu Santo, que es el más interesado en el desarrollo de la Evangelización. Y la tercera es la de saber que es en comunidad como podemos fortalecer y madurar nuestra fe.
Y esa comunidad de creyentes que, es la Iglesia, ha de continuar en la historia de la humanidad, haciendo posible todo aquello que JESÚS hizo. Porque este mundo que está urgido de DIOS, requiere de creyentes que anuncien el Evangelio con su testimonio de vida. Ya que, el mundo no espera de la Iglesia, en general y del creyente en particular, tanto dogmas y doctrinas, sino testimonio de personas que, a través del encuentro existencial con JESÚS, hayan tenido una transformación de sus vidas.
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