Dice un dicho popular: “que después de la tempestad viene la calma”, y en razón de que la semana pasada escribía sobre el fuego abrasador que estaba haciendo estragos en nuestra región Latinoamericana, hoy he querido tratar el tema de la paz, porque también en Venezuela hay posiciones y sentimientos encontrados sobre ese tema.
Algunos dicen que esta paz silente que está sufriendo nuestra sociedad venezolana, no la aguanta nadie y que de un momento a otro pueden desbordarse y terminar de hacer estrago con lo poco que nos queda. Otros se ufanan al decir que Venezuela es el único país de Latinoamérica donde hay “estabilidad política, crecimiento económico y progreso social”.
Y precisamente esta última expresión fue la que me motivó a compartir con ustedes algunas líneas sobre el tema, por cuanto vino a mi memoria aquel hecho histórico donde el emperador Romano Octaviano, durante su mandato instauró la política de la “pax romana”, según el cual eran eliminados sistemáticamente todos los adversarios internos y externos.
El objetivo de Augusto, era el de aniquilar todos los focos de rebelión o de perturbación de “su orden”, para garantizar “la paz”, es decir la perpetuación de él y de su entorno en el poder.
Algunos pensarán que en Venezuela se ha estado estrenando como novedad esta “pax romana”, por la manera en que son silenciados y hasta asesinados los adversarios políticos que tienen la osadía de asumir la defensa de los más elementales derechos que le han sido cercenado a los ciudadanos.
Pero lamentablemente no es así, ya que, en diciembre de 1919, se publicó un controvertido texto de Laureano Vallenilla Lanz, cuyo título es: “Cesarismo democrático”, donde se expone la tesis del “gendarme necesario”, doctrina que sirvió para sustentar, intelectualmente, la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Ciertamente que los tiranos no se hacen de la noche a la mañana, sino más bien que se van encumbrando en el poder, producto de la insatisfacción de muchos sectores de la sociedad los cuales no se sienten asistidos por las políticas del estado, y defraudados por el germen de la corrupción presente en cualquier sistema de gobierno.
En esta simbiosis surge la necesidad de “un gendarme necesario” que logre restablecer el orden. Aunque la experiencia nos señala que justamente en los gobiernos presididos por gendarmes los males mencionados tienden a agudizarse, y lejos de constituir una transición hacia un período de crecimiento, suelen convertirse en etapas de verdadera oscuridad y decadencia.
Por eso es que como cristianos tenemos que hacer valedero lo que nos dice Jesús: “»La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo” (Jn 14,27). Porque tal como lo enseña la Palabra de Dios, la paz no es ausencia de guerra, sino más bien la instauración de la justicia. Y ese debe de ser nuestro norte seguir orando y luchando sin miedo, para obtener un régimen de libertad donde reine la Justicia y la paz de Dios.
Por Luis Ramón Perdomo Torres
Twitter: @lurapeto
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