Bogotá.- Latinoamérica es sinónimo de oportunidades para la industria farmacéutica, cuyo valor de mercado casi que se duplicó entre 2008 y 2016 hasta los 62.800 millones de dólares, no obstante, esta expansión no se ha traducido en beneficios para la población que aún padece el espiral de precios de los medicamentos.
Vacíos en regulaciones locales, falta de articulación entre países y precarios sistemas de información que permitan realizar un mejor control, son algunas de las causas que explican los altos costos que aún pagan los ciudadanos y sus sistemas públicos de salud por las medicinas.
En la medida en la que han aumentado los precios de los medicamentos también se ha evidenciado un mayor gasto público en los mismos, según un informe publicado en el blog «Ideas que cuentan» del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el que participan tanto empleados de la entidad como autores externos.
«El gasto en medicamentos ha aumentado aproximadamente un 12 % al año en la región de 2013 a 2017, es decir, cuatro veces más rápido que en América del Norte y seis veces más rápido que en Europa», señala.
El alto costo de las medicinas se ha convertido en un tema de discusión recurrente en los últimos años y de hecho en 2016 los Estados miembros de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) marcaron un precedente al adoptar una resolución en la materia.
Esta recoge «la preocupación con respecto al costo creciente de los medicamentos y el impacto que está teniendo en los países de la región», explicó a Efe la jefe de la unidad de Medicamentos y Tecnologías Sanitarias de la oficina de la OPS en Washington, la doctora Analía Porras.
Pero hoy esta discusión sigue sobre la mesa y pese a los esfuerzos los precios de las medicinas en años posteriores llegaron a subir por encima del índice de precios al consumidor en algunos países de la región, cuya demanda de medicamentos crece significativamente en el grupo de las enfermedades no transmisibles (ENT) como las cardiovasculares, el cáncer, la diabetes o las respiratorias crónicas.
Aunque el caso más preocupante sigue siendo el de los medicamentos para atender entre 6.000 y 7.000 enfermedades huérfanas que existen.
Estas afectan a la población más pobre e históricamente han estado desatendidas no solo por parte de los sistemas públicos de salud sino también por la industria farmacéutica que, pese a percibir ingresos equivalentes a miles de millones de dólares por la venta de estos medicamentos, no ha destinado la suficiente inversión en su desarrollo y democratización.
A continuación se describen algunas de las principales causas de esta creciente espiral y otras consideraciones al respecto.
1.Cuando la innovación se vuelve inalcanzable
Se estima que cerca de 2.000 millones de personas están excluidas de algunas innovaciones farmacéuticas por cuenta del sistema basado en patentes, en tanto que ni los pacientes ni los sistemas públicos logran pagarlas.
«La humanidad decidió hace un tiempo que quería incentivar la innovación farmacéutica vía la exclusividad de mercado, o sea otorgando unas patentes por 20 años. Los países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se acogieron a estas reglas de juego, pero esto ha comenzado a mostrar problemas», reconoció a Efe el exministro de Salud colombiano y decano de la Universidad de Los Andes de Bogotá, Alejandro Gaviria.
El también director del Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe (Cods) considera que el modelo ha creado distorsiones en el mercado, lo que se manifiesta en «precios muy altos y poco transparentes» de estos medicamentos como consecuencia de que «no hay información veraz sobre cuánto cuesta efectivamente innovar».
«La forma como hemos solucionado las fallas del mercado con propiedad intelectual en medicina está teniendo problemas y tiene atorada esta máquina de innovación», expuso Gaviria.
Y aunque es «difícil saber si hay brechas en los precios» de los diferentes tipos de medicamentos, según lo afirma a Efe el investigador del departamento de Economía de la Universidad de Chile Aldo González, calcula que «en promedio, y dependiendo del país, los (medicamentos) similares deben tener un precio alrededor de un 30 o 40 % más baratos que los innovadores, puede que haya casos en que sea más o menos (…)».
2.Lo más caro no es siempre lo mejor
A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, en donde más del 80 % del mercado de medicamentos medido por unidades lo componen los genéricos, en Latinoamérica sigue habiendo una preponderancia muy alta de medicinas innovadoras, aquellas que poseen marca y una patente original.
Asimismo, predominan los productos similares, que básicamente son copias de algún medicamento que originalmente tenía la patente y que se comercializan por cuestiones de mercadeo bajo una marca.
Mientras que las medicinas genéricas, que no tienen marca y se comercializan por denominación común internacional, están relegadas por culpa de la desinformación, que ha derivado en desconfianza, y la falta de incentivos para promocionar su adopción por parte de los Estados.
En Latinoamérica, tal y como lo explica la experta de la OPS, se sigue asociando la calidad de los productos a una marca, lo cual es relativo ya que los medicamentos innovadores tampoco «están exentos» de presentar «desviaciones de calidad».
Aldo González coincide al afirmar que «hay que dar un mayor énfasis en la posibilidad de que la población acceda a los medicamentos más baratos», para lo cual se requieren políticas de intercambiabilidad para certificar qué medicinas similares o genéricas son bioequivalentes para facilitar la sustitución.
«Eso quiere decir que los países dan una certificación de que los medicamentos que son copias tienen el mismo efecto de un medicamento original y que la gente podría usarlo tranquilamente y pagar menos respecto al que está usando siempre, es una política que ha demostrado en Europa y EE.UU. que ha tenido buen efecto», apuntó.
3.¿Corto circuito?
La desconexión, la falta de mecanismos de cooperación y la heterogeneidad en las políticas de control de precios han generado un corto circuito regional en la regulación de precios.
Gaviria sostiene que hay que «aprender de las lecciones de países como México, que tuvo una política de compras centralizadas que fue eficaz por mucho tiempo», o de Brasil y Argentina que «se distinguen por tener una industria farmacéutica nacional grande que actúa como regulador».
Alertó sobre el caso colombiano, en donde «una política explícita de desregular y acabar con los controles de precios de los medicamentos a mediados de la década pasada», sumado a la asignación de recursos para «pagar todos los medicamentos de alto costo a cualquier precio», por poco lleva a «la quiebra del sistema de salud».
La directora del Centro de Pensamiento, Medicamentos, Información y Poder de la Universidad Nacional de Colombia, Claudia Vaca, considera que «los esfuerzos de coordinación regionales formales como la Alianza del Pacífico, o como la misma Comunidad Andina (…) no incluyen dentro de sus prioridades la regulación farmacéutica o regulación de precios».
«Tal vez sí (incluyen) la estandarización de los procesos de aprobación de las agencias sanitarias en términos de las normas de calidad, que son las que favorecen el comercio», criticó la farmacoepidemióloga y docente en una entrevista con Efe.
4.Latinoamérica y Europa: ¿Dos universos
Latinoamérica es un universo aparte en la materia si se considera que hay una variabilidad enorme de precios de país a país, que no siempre las tendencias se mantienen en un mismo medicamento y que cada mercado está supeditado a la competencia que haya lugar.
Las diferencias que existen con Europa son claras, en países como España existe «un sistema de salud único» en el que la red pública es la «gran compradora», con lo cual puede «ejercer una presión en el mercado de medicamentos» y tener «un control más directo en la compra de estos y por ende en el precio», describe Analía Porras.
Dicha situación contrasta en gran medida con Latinoamérica, en donde predominan sistemas de salud segmentados y diversas fuentes de compra de medicamentos como por ejemplo las entidades de seguridad social, organismos que realizan labores humanitarias, el sector privado o inclusive el llamado «gasto de bolsillo».
5.Un mal negocio
Esa falta de articulación entre los países que describe Vaca se ha traducido en fallas en la manera en la que los Gobiernos negocian con la industria farmacéutica, que «dada la globalización tiene un poder corporativo» casi equiparable al de los Estados mismos.
«Ellos tienen una coordinación multinacional muy fuerte y los países actúan de manera individual aislados y eso dificulta mucho que tengan éxito las reformas o las propuestas de regulación», explica.
El exministro Gaviria considera que se requiere de «una política farmacéutica fuerte, con control de los precios de los medicamentos y estímulos a la competencia», lo cual «es necesario para garantizar el futuro financiero de todos los sistemas de salud en Latinoamérica».
6.El rol de las farmacéuticas
Pese al innegable aporte de la industria farmacéutica a la innovación en salud en Latinoamérica, es claro que su reputación ha sido cuestionada por el rol que ha desempeñado en la negociación de los precios de los medicamentos.
Claudia Vaca opina que la industria ha tenido «una actitud irresponsable con la sostenibilidad de los sistemas de salud».
«Está suficientemente documentado que las prácticas de las farmacéuticas se parecen a las de la industria tabacalera y otras industrias extractivas en sectores en los cuales uno no esperaría que hubiese similitud, porque en principio su función es loable y se esperaría que aporten y que ayuden aliviar el sufrimiento humano, pero lastimosamente sus prácticas son tan irresponsables que ponen en riesgo su propia reputación», sentenció.
El exministro de Salud colombiano, por su parte, afirma que las compañías farmacéuticas «han intentado algo positivo pero que no nos ha beneficiado» a todos, ya que en países de bajos ingresos «han decidido explícitamente bajar los precios de los medicamentos, pero otros quedan en la mitad, no se hacen esos esfuerzos de democratización».
Desde otra perspectiva, el investigador chileno cree que «las cadenas también se tienden a concentrar en los sectores que tienen capacidad de pago, y los lugares geográficos donde no hay poder adquisitivo a veces no tienen cobertura de farmacias, es un tema en el que los Estados deberán preocuparse».
7.El dilema del huevo o la gallina
Diferentes expertos y centros de investigación han tratado de definir en qué países están las medicinas más costosas o asequibles, no obstante, la tarea no es nada fácil pues según precisa la doctora Porras «el mercado de medicamentos a nivel mundial no es transparente».
«La política de la industria farmacéutica para precios en general está caracterizada por lo que se llama precios diferenciales, es decir, que según el país establecen precios», dice Analía Porras al explicar las dificultades que tienen los investigadores para tratar de estudiar y el porqué de la variabilidad que arrojan los estudios.
Por ejemplo, los investigadores Roberto Álvarez y Aldo González de la Universidad de Chile publicaron el Análisis Comparativo de Precios de Medicamentos en Latinoamérica, un informe en el que trabajaron varios años y abarcó «las seis principales economías» regionales.
El reporte concluye que el país más económico para comprar medicinas «a nivel agregado y en salida de farmacia» es Perú, seguido de México, Argentina, Chile, Colombia y por último Brasil, catalogado el más costoso.
En medicamentos innovadores, Argentina y luego Perú serían los países con menores precios. México y Argentina, a su vez, tienen los precios más asequibles de productos similares o genéricos de marca.
En el caso de los medicamentos denominados genéricos puros Perú y Chile «serían los más baratos».
«Nosotros lo que hicimos fue tomar una muestra que comprende medicamentos con receta, sin receta, de todo tipo. (…) Vimos una canasta a nivel nacional que prácticamente considera el 80 % de lo que se vende en un país», dijo a Efe Aldo González.
EFE
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