Barcelona (España).- Faruk, un revoltoso Yorkshire, no para quieto entre las manos de su dueña, Lolita Laporta, la exmodelo del diseñador español Cristóbal Balenciaga que intenta soplar las velas del pastel que marcan los 103 años que cumple este miércoles en su piso de Barcelona, donde aún se maneja sola.
«Se llama Faruk, como el rey de Egipto», explica sentada en el sofá, mientras acaricia al perrillo sobre sus piernas y posa para las fotos y la cámara de televisión, sonriente y un poco abrumada por la atención.
«No me he arreglado nada», advierte coqueta, y aunque hace cerca de sesenta años que dejó la profesión se nota que los objetivos no son algo nuevo para esta mujer, moderna entonces y ahora, que además de trabajar para Balenciaga lo hizo para otros grandes modistas y firmas y fue también modelo publicitaria.
Explica sin rastro de melancolía y con los detalles que le vienen a la mente las fotos colgadas por las paredes, en los estantes y en los álbumes que enseña -«ésta con bañador me la hice un 31 de diciembre que hacía muchísimo frío»- todas testimonio de una carrera que comenzó a principios de los años cuarenta, y se prolongó durante más de 25.
EL CARÁCTER GENEROSO DE BALENCIAGA
La memoria no le falla nada acerca del momento exacto en que conoció al diseñador español que le dio trabajo sin pensárselo.
«Una amiga mía era modelo de Balenciaga. Me la encuentro un día por la calle, y me comenta que dejaba el trabajo porque se iba a América. Me dijo: ‘ve allí inmediatamente porque necesitará una modelo’. Y me fui a su taller. Cuando llegué, me miró de arriba a abajo y me dijo: ‘Vente el lunes’. Y ya me quedé con él», recuerda.
Para el genial modisto, creador de una marca que en la actualidad es sinónimo de lujo extremo, Lolita trabajó tres años en sus establecimientos de Madrid, San Sebastián y Barcelona.
«Si hay una maravilla de hombre, ese era Balenciaga: maravilloso de carácter, de amabilidad, de educación, atento, cariñoso… Eso sí, poco sonriente, pero cuando lo hacía, era una delicia. Las clientas se lo rifaban. Era muy bueno», recuerda la exmodelo.
Como anécdota de este carácter generoso pero a la vez ensimismado, explica la vez que el maestro le estaba probando un vestido, le llamaron por teléfono y la dejó allí plantada, esperándole.
«Tardó muchísimo, y cuando volvió me dijo, ‘¿Oye son las cinco de la tarde?, ¿verdad que no hemos comido?’. Y pidió un par de bocatas y nos los comimos en el suelo», relata.
Sin embargo, en esa época, Lolita se echó un novio del que estaba muy enamorada y ya no le apetecía viajar tanto, por lo que dejó el trabajo en «maison» Balenciaga y empezó a trabajar «para otras casas maravillosas» sin tener que moverse de Barcelona.
UNA FAMILIA MODERNA
Lolita tuvo «suerte de tener unos padres muy modernos» para la época -«estaban divorciados, cada uno por su lado y yo hacía lo quería»-, que nunca pusieron grandes pegas a su carrera como modelo, una profesión que entonces, reconoce, no tenía nada que ver con el «star system» actual.
«Entonces, una modelo era una modelo. Se estaba en una casa de moda. Ahora, hay otra manera de pensar. Que hiciera de modelo no estaba muy bien visto. Pero yo era una persona normal y corriente. Y poco a poco la gente te iba cogiendo simpatías», rememora con un álbum entre las manos.
Montse, sobrina de Lolita y que se encarga de supervisar su día a día junto a sus dos hermanos, escucha atenta con una sonrisa todas las historias de su tía, que, sin duda, no serán nuevas para ella.
«Hay días en que se encuentra un poco regular pero estas cosas de hablar con la prensa le hacen mucha ilusión, la animan mucho», comenta la sobrina, de 69 años.
A pesar de que no tiene tono de nostalgia en su voz, Lolita sí que se lamenta haber perdido los vestidos que Balenciaga le regaló cada temporada que trabajó con él.
«Cuando me casé, me cambié de casa y dejé muchas cosas allí y ya no las volví a recoger porque no me las podía llevar», afirma con cierta cara de resignación y de estar pensando dónde estarán ahora aquellas joyas del diseño.
Sergio Andreu EFE
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