Montevideo.-La Agencia Efe difunde un nuevo artículo de Mario Benedetti, en esta ocasión «Los monumentos y la gente», que fue publicado con el título de «Toda ciudad siempre es algo más que varias colecciones de postales. Los monumentos y los hombres» en el diario uruguayo La Mañana el 25 de mayo de 1961.
Este es el octavo artículo de Mario Benedetti que publica Efe, por cesión de la Fundación Benedetti, y al que seguirán otros, el segundo sábado de cada mes, hasta septiembre de 2020, en que se cumplirá el centenario del nacimiento del escritor uruguayo.
«Los monumentos y la gente» – Mario Benedetti
Tanto le han repetido al montevideano que vive en una democracia perfecta, junto a playas magníficas; tanto le han enseñado que su fútbol es el primero «de América y del Mundo», y su churrasco el más sabroso del Universo y sus alrededores; tanto énfasis han puesto en hacerle admitir que esas virtudes son «todo» y lo demás no importa, que ahora, naturalmente, hay dos reconocimientos para los que el montevideano se siente inhibido: 1) que hay otros aspectos de la vida urbana que no son tan estupendos, y 2) que, incluso entre esos rasgos estupendos, hay alguno que fue pero que ya no es.
De ahí que el montevideano se aferre a una visión escolar de su propio medio, y siga considerando vigente un autorretrato de la ciudad, cuyos retoques ya huelen a viejo, a cosméticos pasados de moda. Si tomamos un texto geográfico de 1920 y encontramos una descripción oficial de Montevideo de entonces comprendemos de inmediato que se trata de un retrato de álbum, cuando no de un medallón de museo. Empero, no siempre tenemos esa misma lucidez para darnos cuenta de que muchas de nuestras actuales impresiones de «lo montevideano» han sido retiradas de circulación por la inexorable realidad. El Montevideo verdadero de 1961 no corresponde a nuestro Montevideo ideal, indatable y ajeno. Conste que no quiere decir, ni por asomo, que este Hoy sea peor que ningún ayer. Existe una zona en la que Manrique no tenía razón y es la zona de comunicación vital por parte del creador. En esa zona, al menos, todo tiempo presente es el mejor. Ni el lector ni el creador montevideanos pueden pretender que la ciudad de hoy aparezca viva y contradictoria como es, si se la está expresando o se la está leyendo (dos modos particulares de medirla y captarla) con los patrones mentales, con los prejuicios, favorecedores y desfavorecedores, del pasado vencido y sin vigencia.
Montevideo 1961 ni es ni mejor ni peor que un Montevideo 1920 o un Montevideo 1940. Sencillamente, es otro. Pero hay una absurda -quizá culpable- timidez en admitir que es otro. La realidad montevideana (no la de los monumentos que siguen siendo iguales, sino la de los hombres, que ya no son los mismos), se resiste a servir de garantía a una versión deformada, que exige que la ciudad siga siendo lo que seguramente ya no es ni podrá ser.
Raíces del estorbo
Se sobrentiende que el creador literario, trabajando a impulsos de imaginación, no puede -ni acaso quiera- evitar una distorsión de lo real. Eso es fácilmente admisible, y estaría menospreciando al lector si me pusiera a darle una explicación que rompe los ojos. Pero es en el momento previo a la creación cuando el escritor no debe mentirse a sí mismo, es entonces cuando debe partir del Montevideo esencial, y no del Montevideo escolar de tema fijo o del Montevideo turístico de las postales. Cuando aparece un poeta, un dramaturgo o un narrador que, antes de escribir, rompe las lindas postales de Kodak chrome y toma sus propias instantáneas para tener la fuerza de creer en ellas, cuando aparece ese escritor e imagina criaturas, metáforas o situaciones a partir de esa comunicación sincera con su medio, inevitablemente tiene que encontrar resistencia; no en la ciudad misma sino en cierto tipo de lector, no en aquellos colegas que también están tomando sus propias instantáneas, sino en aquellos críticos que se resisten a tirar su colección de postales.
Sin embargo, ese es el camino. Y si un lector encuentra algún día en cierta obra literaria un rincón montevideano, una esquina vulgar, un café conocido, y no tiene tiempo de ruborizarse, no tiene tiempo de ponerse los prejuiciosos anteojos que le hubieran llevado a encontrar ridícula esa mención de lo cotidiano, entonces sí estará echado el primer fundamento de aquella tradición literaria que reclamaba Martínez Moreno y que tiene lugar cuando una ciudad no estorba al creador. Doy por sentado que tanto al lector como al creador dejará de estorbarles la ciudad, en aquel preciso instante en que ya no le estorben sus respectivas conciencias ciudadanas.
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