En la olvidada plazoleta de Villa Colombia, donde alguna vez resonaron risas y diálogos cálidos, el tiempo y el descuido han dejado una huella profunda, dicho lugar está en la parroquia Cachamay, Puerto Ordaz, cerca de la urbanización Villa Central.
Al frente de un apasionado proyecto de rescate, el profesor Miguel va más allá del arte y la enseñanza en el Plan Vacacional: sueña con devolver a esta plaza su antigua vida y dignidad.
El deterioro es un silencio que grita, los árboles, antaño guardianes del espacio, están infectados por el parásito conocido como “guate de pajarito”, una enredadera que estrangula ramas y ahoga lentamente los verdes pulmones del lugar. El suelo muestra cicatrices de años de abandono; botes de aguas blancas han ido desmoronando el piso, que ya no ofrece firmeza ni belleza.
A las grietas en el concreto se suman bancos saturados de hongos y manchas, víctimas de la falta de mantenimiento. La sombra no solo viene de las ramas caídas, sino también de los zamuros que, posados en las estructuras, convierten el sitio en un espacio putrefacto, dejándolo cubierto de excremento, para desesperación de quienes aún recuerdan su valor comunitario.
El reto de recuperar la comunidad
El profesor Miguel confiesa la dificultad de transformar esta realidad. La iniciativa de recuperar la plazoleta choca con la apatía y la desafección de una comunidad que no ha logrado ser incentivada a renacer ese sentido de pertenencia tan vital. Lo que fue un punto de encuentro y escenario de grandes tertulias con vecinos y protagonistas del sector, hoy es apenas una sombra de sí mismo.
Este proyecto no solo aspira a ser un plan de limpieza o restauración estética, es una llamada a la memoria colectiva, un desafío para devolverle a Villa Colombia un espacio donde el arte, la naturaleza y la convivencia puedan volver a coexistir con respeto y orgullo. En medio del abandono, el profesor Miguel siembra esperanza y desafíos, decidido a cambiar el paisaje y el ánimo de su comunidad.
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