Copenhague, Dinamarca. La sueca Greta Thunberg, que en septiembre de 2018 inició una protesta para reclamar acciones contra el cambio climático, cumple el domingo 18 años manteniendo su rol de referente de un movimiento global que ha inspirado a millones de jóvenes.
Con un discurso que apela a la ciencia sin rehuir el componente emocional, la adolescente de gesto serio se ha convertido en uno de los mayores fenómenos mundiales de los últimos tiempos, apoyada por una legión de admiradores y adorada por los medios de comunicación.
Personaje del año para la revista Time y nominada dos veces al Nobel de la Paz, Thunberg se ha entrevistado con el Papa y los principales líderes mundiales y ha dado discursos ante la ONU y en las principales cumbres climáticas.
Su presencia continua en los medios le ha generado enemistades y ha protagonizado desencuentros públicos con figuras políticas de peso como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Y aunque la pandemia de coronavirus ha oscurecido algo su brillo, Thunberg, con 4,4 millones de seguidores en Twitter y más del doble en Instagram, conserva su papel de icono que se ha traducido en la aparición de alguna «Greta» en cualquier país del mundo.
SEPTIEMBRE DE 2018, INICIO DE LAS MOVILIZACIONES
La Greta original se sentó por primera vez un 20 de agosto de 2018, tres semanas antes de las elecciones legislativas de su país, delante del Parlamento sueco para iniciar una huelga diaria hasta que el Gobierno cumpliese con el compromiso de recorte de emisiones del Acuerdo de París contra el cambio climático.
La huelga, que luego pasó a realizarse solo los viernes, recibió gran atención mediática, primero en Suecia, luego en otros países, y en unos meses, la joven había sido invitada estrella en la Cumbre del Clima de la ONU en Polonia, el Foro de Davos, Bruselas y el Palacio del Elíseo de París.
Thunberg, que por razones climáticas solo viaja en tren y autobús y nunca en avión, encabezaba manifestaciones juveniles por toda Europa y se convirtió en imagen del movimiento «FridaysForFuture» (Viernes por el Futuro) y de huelgas escolares en todo el mundo.
La adolescente sueca se tomó un año sabático, luego alterado por la pandemia, para viajar por el continente americano, al que llegó en un velero movido por paneles solares y turbinas subacuáticas y propiedad de Pierre Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco.
«Me han robado mis sueños, mi infancia con sus palabras vacías», dijo en septiembre del año pasado en la ONU en un célebre discurso en el que reprochó a los líderes atreverse a «mirar para otro lado» mientras la evidencia científica alerta de un escenario preocupante.
Esas palabras dieron origen a un comentario irónico de Trump, que luego tuvo varias polémicas en redes sociales con Thunberg, al igual que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que la llamó «mocosa».
Las protestas sociales en Chile provocaron la suspensión de la cumbre del clima de la ONU y su traslado a Madrid, adonde llegó después de cruzar de forma apresurada el Atlántico en un camatarán de unos youtuber australianos y seguida por una caravana mediática desde Lisboa a la capital española.
La rebautizada como la «GretaCOP», en un juego de palabras con las siglas en inglés de la cumbre, fue uno de los puntos álgidos de Thunberg, sobre quien la BBC británica ha anunciado una serie y objeto de un documental que fue estrenado en la Mostra de Venecia.
Según asegura ella misma en «Scener ur hjärtat» (Escenas desde el corazón), escrito conjuntamente con sus padres y su hermana menor a modo de terapia, fue a los once años cuando empezó a interesarse por los efectos del cambio climático, lo que le provocó una crisis personal que se extendió a toda la familia.
Fue entonces cuando a ella y a su hermana Beata les diagnosticaron el síndrome de Asperger, condición que ella misma resalta en su perfil en Twitter, y otros transtornos menores.
«Padecer este mal hace que vea el mundo de otra forma, o blanco o negro, y la cuestión del clima es una de ellas», decía en una entrevista Thunberg, que hasta entonces había pasado una infancia llena de viajes por los compromisos laborales de su madre, la mezzosoprano Malena Ernman, que representó a Suecia en Eurovision.
Ernman, el actor Svante Thunberg (su pareja y compañero de Greta en sus viajes) y las niñas superaron la crisis con un compromiso colectivo: dejaron de viajar en avión y adoptaron una dieta vegana, además de limitar el consumo, según cuentan.
Ernman se convirtió en polemista activa en medios suecos y redes sociales, y Greta siguió su ejemplo escribiendo en el conservador Svenska Dagbladet tres meses antes de comenzar su huelga.
UN FENÓMENO MEDIÁTICO CONTROVERTIDO
Que el libro sobre la crisis familiar saliera publicado un par de días después de que Greta comenzase las movilizaciones levantó suspicacias, aunque la familia desligó los dos hechos y aseguró que los ingresos por venta se destinaron a una organización benéfica.
Su presencia mediática continua y su discurso elaborado también han generado sospechas y denuncias de una posible manipulación de una joven que sus críticos consideran debería estar en el instituto, al que ha regresado en los últimos meses para retomar sus estudios, aunque sin abandonar su activismo medioambiental.
Thunberg, que se vio envuelta en una polémica por el uso de su nombre por una fundación climática sueca para atraer inversores, ha decidido blindar este y el de «FridaysForFuture» como marcas comerciales dentro de la Unión Europea.
«Esto es demasiado para mí, demasiada responsabilidad», afirma entre lágrimas en el viaje en barco a Nueva York, según su puede ver en el documental que lleva su nombre, en uno de los pocos momentos en que la joven sueca ha mostrado en público sus sentimientos.
Icono artístico en murales y grafitis en todo el mundo, pero también objeto recurrente de memes, Thunberg -a la que Dagens Nyheter, principal diario sueco, convirtió hace poco en redactora jefa por un día- ha visto reducida su actividad por el coronavirus, aunque sigue ejerciendo en redes sociales como azote de negacionistas y estandarte de la lucha climática.
EFE noticias
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