Pekín.- Son pequeños, y muchos no saben bien qué es el coronavirus, pero casi todos se dan cuenta de que ese «bicho» del que todo el mundo habla es el culpable de que lleven semanas encerrados en sus casas y ya no puedan ver a sus amigos, primos o abuelos, ni salir a jugar a los parques.
Son cerca de 300 millones en China y quizás sean los que más estén sufriendo este enclaustramiento, obligado o voluntario, que ha convertido las vibrantes ciudades del país en páramos desiertos.
Desde que el pasado 27 de enero el Ministerio de Educación ordenó aplazar indefinidamente el comienzo de las actividades en guarderías, colegios y todo tipo de centros educativos del país, los niños se han visto confinados, junto a sus padres, a las cuatro paredes de su vivienda.
Un encierro que, según advierten los psicólogos, puede tener consecuencias negativas sobre su desarrollo si los padres no consiguen manejar la situación de forma adecuada.
«En casa estoy muy aburrida»
«En casa estoy muy aburrida, no hay cosas que hacer, pero no podemos salir porque tengo miedo también a ese virus», dice en un perfecto español Mingmei Zúñiga Li, una niña que acaba de cumplir diez años, de madre china y padre peruano.
Como muchas otras de su edad, Mingmei no sale casi de casa desde hace semanas, como mucho algún breve paseo en el interior del complejo de viviendas en el que vive, porque «los doctores en la tele han dicho que no salgamos mucho».
«Quiero jugar con mis amigos u otras personas, solo quedarte en la casa tampoco está bien porque tienes que salir a respirar y no puedes quedarte todos los días encerrada», se lamenta esta pequeña, cuyos abuelos viven por suerte en el mismo recinto.
La falta de contacto físico con sus amigos es lo que más echan de menos casi todos los niños, que en la mayoría de los casos pasan estas semanas con la única compañía de sus padres, sin poder recibir siquiera la visita de parientes cercanos.
«El contacto con sus compañeros es fundamental», destaca la psicóloga española experta en terapia familiar Sandra Casio, que subraya que al estrés que genera una situación así en la que a los niños se les trastocan de repente sus rutinas se añade el que puedan sufrir sus padres, encerrados como ellos, y que se transmite de inmediato a los pequeños.
«Depende cómo la familia consiga manejar la situación, las habilidades que tenga. No es lo mismo una familia que se preocupe e intente darle un tiempo de calidad a sus hijos, que otra que la viva con mucho estrés», recalca.
Casio explica que las familias de un nivel sociocultural más bajo corren más riesgo de caer en ese «efecto bola de nieve» creado por una espiral de tensión que se retroalimenta entre los niños y padres confinados.
«Lo que mas echo de menos es ver a mis amigas»
Li Weng y Zhao Xaoli son una pareja china de jóvenes profesionales de telecomunicaciones con dos hijas de ocho y dos años. Todos tuvieron que cancelar el viaje que habían previsto por el Año Nuevo chino a la ciudad de Tianjin, de donde son originarios, una vez que el virus comenzó a propagarse rápidamente en esas fechas.
El padre acude desde esta semana a trabajar a la oficina, mientras que Zhao se queda en casa cuidando de los niños e intenta trabajar a distancia en los pocos momentos que le quedan libres.
La familia compra la comida por internet, algo a lo que muchos recurren ahora, y también mascarillas o desinfectantes, mientras la madre intenta ayudar a su hija con los materiales educativos que les envía el colegio.
«Espero que el virus pueda estar pronto bajo control. Mi hija mayor quiere salir de casa pero no es posible, si queremos hacer frente a la enfermedad», recalca Li.
Las familias de extranjeros viven la situación de forma similar a las chinas, con el inconveniente añadido de no poder entender, en muchos casos, las recomendaciones sanitarias o los avisos en relación con la epidemia.
Belén y Simón Toledo son dos hermanos chilenos de 10 y 12 años, hijos de diplomático, que llevan ya casi un mes sin salir de casa, aunque desde hace unos días siguen las clases por internet que les proporciona su colegio, el Liceo Francés de Pekín.
«Me pone un poco triste no poder ver a mis amigas, es lo que más echo de menos. Tres de ellas se han ido a Canadá y las otras tres no tengo idea de que están haciendo», dice Belén, que, como Simón, prefiere no salir siquiera al jardín del recinto residencial.
«Te aburres mucho acá, terminas tu tarea y entonces molesto a mi hermana», bromea Simón, que se divierte interrumpiendo a menudo a su hermana pequeña. «Lo peor es que algunos de mis libros se quedaron en el colegio», añade.
Pese a que no salen de su vivienda, Belén dice no estar «tan preocupada» porque sabe que «nada malo va a pasar»: «Estamos en China y los chinos son inteligentes», afirma.
La enseñanza por internet no sirve para los mas pequeños
El Gobierno chino anunció que las clases a través de internet en los colegios públicos comenzarían esta semana en todo el país, aunque el miércoles aún no habían empezado en varios centros.
Pero estos sistemas no sirven para los niños más pequeños, que necesitan todavía más el contacto físico con sus profesores y compañeros y no pueden pasarse el día pegados a una pantalla.
Es el caso de Mariña Vázquez, una niña española de tres años y medio, que al comienzo de la epidemia preguntaba a sus padres: «¿Cuándo se acaba el Año Nuevo chino?», extrañada por lo que se alargaban las vacaciones en su guardería.
Ahora, casi un mes después, ya ha entendido que hay «un bichito» en la calle que «no es bueno» y que hay que ponerse una mascarilla para salir, aunque sea al parque de la urbanización, o lavarse bien las manos al regresar a casa.
Mariña está contenta, de todos modos, por poder pasar tanto tiempo con sus padres, aunque reconoce que echa «mucho de menos» a sus compañeros de guardería, a quienes piensa volver a ver «cuando el bichito se vaya de una vez».
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