Lima, Perú. A los 17 años escuchó que en la esgrima hay que morir con las botas puestas y, aunque hasta este jueves no ha sido necesario el sacrificio extremo, en estos ocho años que han pasado la arenga de su profesor le sirvió para no rendirse, ni cuando en la película de su vida se avistaba la palabra FIN.
«La gente no sabe por todo lo que pasé, ni las lágrimas que derramé al pensar que no lo iba a lograr», dijo a Efe Paola Gil Piñero, quien de ganar medallas en florete hasta 2013 en su natal Venezuela, desde mediados del año pasado ha trasladado su ilusión al enrolarse en el equipo de esgrima de Perú.
En Lima ha cumplido el sueño de participar en Juegos Panamericanos. Pero tiene más, eso sí, sin sacarse las botas, el plastrón y la chaquetilla, ni abandonar el guante y la careta.
«La vida no fue fácil para nosotras en Venezuela. Pasamos momentos muy difíciles, a veces no teníamos para comer. Tuvimos que guerrear y por eso, mientras mi madre salía a trabajar, yo cuidaba de mis cuatro hermanas», recordó la merideña.
Inculcó principios
María Piñero, la madre de Paola, inculcó a su hija mayor la pasión por este deporte como antídoto a la frustración de no haber tenido ella los recursos económicos para practicarlo.
El gusto lo tomó María viendo de niña la serie de televisión ‘El Zorro’, cuyos duelos épicos luego recreaba con su hermano empuñando pedazos de palo.
Paola no parecía tener la estructura física para infundir miedo a los rivales, pues todos los elementos del uniforme eran prestados y le quedaban grandes: las medias se le caían, el pantalón le quedaba muy holgado, debía arremangar la chaquetilla y la careta bailaba literalmente en su rostro. Por tanto desajuste le decían «perolita», en alusión al trasto de cocina.
Pero su fuerza venía de adentro y así se cansó de obtener medallas juveniles desde 2011.
Su éxito en la pista de catorce metros lo paseó por unos veinte países hasta que en 2014, con la situación del país deteriorada, sin recursos y con promesas oficiales incumplidas, como la de recibir una casa, decidió hacer una pausa.
Grave situación
Un año después nació su hija.
«A raíz de la situación económica tan grave que estamos viviendo, Paola salió en busca de un futuro mejor para su pequeña. Lo primero que metió en la maleta fue su uniforme de esgrima y salió hacia Ecuador», relató a Efe María Piñero, quien en noviembre llegó a Lima, donde también ya ha encontrado estabilidad y trabajo.
«Llegué con mi hermana y 20 dólares en el bolsillo. Trabajamos duro en los autobuses y los parques vendiendo fresas con crema, ensaladas y chocolates», relató Paola.
El largo tiempo de espera tentó a la joven a vender su uniforme. Estaba desesperada por reunirse con su hija y su esposo.
«Cuando me lo dijo, amenacé con ir hasta Quito y castigarla», dijo su madre. «Le dije que la esgrima es como la sangre que corre por las venas del guerrero, que su uniforme era un amuleto de fortaleza que no podía manchar».
Paola desistió de la idea al oír esas palabras de su madre y al poco tiempo sintió que muchas cosas cambiaron a favor. Se empleó durante un tiempo en un restaurante y luego pasó a trabajar en una lavandería. Entonces pudo traer a su familia pero ahora todos vivían la zozobra de ser deportados.
Ecuador a la vista
Aun así logró inscribirse en el Club Europeo de Quito, en el que pudo desempolvar su uniforme blanco, que ya no lo era tanto. Y aunque ya no estaba en su mejor momento, logró destacar.
Entonces decidió cambiar la mirada hacia Lima y pedir ayuda al club deportivo DKF en diciembre de 2017.
«Me respondieron en enero, me preguntaron si estaría dispuesta a hacer una prueba y les pedí dos semanas para vender mis cosas», dijo con visible alegría.
«En ese momento me dije: sea con la esgrima o no, igual tengo dos manos, mi esposo tiene dos. Si he hecho de todo en Quito, yo igual puedo llegar a Lima a trabajar. Así que agarré mi maleta, mi muchacha y mi esposo y nos fuimos», relató.
Renacimiento en Lima
El 20 de febrero se dio el renacimiento de Paola y su familia.
«Desde que llegamos a Perú todo ha sido totalmente diferente. Muchas cosas buenas, muchas bendiciones, personas hermosas en nuestras vidas», manifestó.
Debió correr contra el tiempo porque de Ecuador llegó «gordita» y en el club DKF se reencontró con su primer entrenador, Pablo La Cruz, el mismo que la marcó con la consigna del sacrificio.
Como extranjera ganó un torneo local en abril y en junio encaró un torneo nacional para el que ya estaba a punto de obtener la nacionalidad debido al origen de su padre.
A comienzos de diciembre lideró la clasificación nacional, recuperó la forma física con el preparador Giovanni Cafferata y fortaleció el aspecto mental con un destacado esgrimista de su país, Raúl Vargas, a quien le agradece ser «a veces cruel» con ella.
Así quedó despejado el camino para hacer parte de la selección que dirige otro venezolano, César Bru.
Competir sin guardarse nada por el país que le ha dado todo a ella y su familia es su misión, aunque admite que ha sido un choque «muy fuerte» cruzarse en las pistas con espadachines venezolanos.
Ya no es la «perolita», ya no la alientan al grito «¡Vamos, perol!». Se ha ganado la admiración por lo que ha hecho.
Ahora, tras sumar una gran experiencia con sus nuevas compatriotas en los Juegos Panamericanos de Lima, acaricia otro desafío para su vida y su carrera.
«Tengo este sueño desde que me enamoré de este hermoso deporte. Es un sueño que vive en mi corazón, llegar con mi equipo a los Juegos Olímpicos de Tokio», puntualizó la joven que no se rinde. Lo dice con las botas puestas.
EFE
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