Bogotá.- Durante más de 40 años Gustavo Petro buscó llegar al poder para cambiar a Colombia y este 7 de agosto será investido como presidente, una responsabilidad que asumirá con las luchas sociales de la izquierda como bandera.

La lucha por el poder la comenzó como guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19), aunque nunca se ha considerado combatiente sino más bien «revolucionario» porque es así como se ha sentido siempre y como lleva, por primera vez, a la izquierda al poder en Colombia.

Sin embargo, Petro ha tenido que apelar a un pragmatismo inédito en su carrera política y el gabinete con el que empezará su mandato de cuatro años está compuesto por personas de diferentes vertientes políticas: de derecha, de centro y lógicamente, de izquierda, con las que buscará sacar adelante grandes reformas.

HABILIDAD DISCURSIVA

Nacido en 1960 en Ciénaga de Oro, en el departamento caribeño de Córdoba, Petro creció y estudió en el interior del país, en Zipaquirá, un pueblo andino cercano a Bogotá.

Es el mayor de tres hermanos, de familia de clase media, con padre costeño y madre del interior.

Esa mezcla también pervive en su carácter: tímido, callado y ufano en lo personal, como se le describe, pero un gran orador y cómodo cuando sube al escenario de las repletas plazas públicas, donde encandila a sus oyentes con frases grandilocuentes y discursos cautivadores.

Tanto así que cuando fue alcalde de Bogotá, entre 2012 y 2015, una de sus principales estrategias políticas era pronunciar discursos para las mutitudes desde el balcón del Palacio de Liévano, sede de la Alcaldía que está ubicada en la Plaza de Bolívar, donde el domingo jurará como presidente de Colombia.

ETAPA EN EL M-19

«Una vida, muchas vidas», la autobiografía que publicó pocos meses antes de la campaña, da cuenta de que siempre se ha sentido fuera de lugar, solitario, dejado de lado, y también de cierta arrogancia con la que se ha sobrepuesto a muchas situaciones de su vida.

En el colegio La Salle de Zipaquirá, el mismo por donde pasó Gabriel García Márquez, contestaba a los curas con altanería y allá comenzó su militancia, leyendo a intelectuales marxistas, hasta que en 1978, con 18 años, entró a la guerrilla del M-19, donde hizo sobre todo labores de enlace urbano y no tanto de lucha armada, hasta su desarme en 1990.

De esos doce años que vivió en las filas del «eme» bajo el nombre de «Aureliano», como el personaje de «Cien años de soledad», tres los pasó en la clandestinidad y otros dos en prisión. Lo capturaron en 1985 en Bolívar 83, el barrio popular de Zipaquirá que ayudó a fundar, y lo torturaron como a tantos miembros de la guerrilla en aquella época.

«Yo no sentí el dolor de la tortura hasta cuando llegué a la cárcel. Durante los oscuros días de las golpizas, jamás me sentí doblegado físicamente, aunque sicológicamente fue difícil porque sentí que, de alguna manera, mi vida había cambiado», describe en su autobiografía.

CONGRESISTA EJEMPLAR, ALCALDE POLÉMICO

Al presidente electo lejos le quedan ya esos años y seguramente le pese más su etapa de parlamentario. Nunca se sintió cómodo con las armas, pero sí con las palabras, con las que se defendía en la Cámara de Representantes y en el Senado.

Allá se volvió «uno de los congresistas más brillantes que ha tenido Colombia», como se le define habitualmente, y ganó popularidad a principios de este siglo por sus denuncias de los nexos entre políticos y paramilitares, volviéndose también un dolor de cabeza para su némesis, el expresidente Álvaro Uribe, con lo cual consiguió el enjuiciamiento de varias personas.

Luego llegó a la Alcaldía y quienes trabajaron con él en esa época dicen que no es fácil de tratar, que no es muy dado a trabajar en equipo y que toma las decisiones solo. Eso provocó numerosas renuncias y el cambio de más de medio centenar de altos directivos en sus cuatro años de gestión.

La más sonada fue la de su primer secretario de Gobierno, Antonio Navarro Wolff, quien hizo parte de la dirección nacional del M-19 entre 1974 y 1990 y es uno de los políticos más reconocidos del país, pero renunció a trabajar con Petro en la Alcaldía apenas cuatro meses después de asumir el cargo.

«Petro es un poco (como el) Llanero Solitario», dijo en esa época Navarro al diario El Tiempo.

Casado con Verónica Alcocer y padre de seis hijos con diferentes mujeres, Petro llega a la Presidencia alejado de varios de sus grandes compañeros de viaje, y sin muchas de sus ideas «revolucionarias».

Lo hace ahora junto a unos compañeros de campaña más pragmáticos y polémicos y menos idealistas, como los senadores Roy Barreras y Armando Benedetti, que han pasado por distintos partidos y lo metieron en aprietos durante la campaña presidencial.

Sin embargo, su discurso ha marcado una ruptura con respecto a lo que suelen decir los presidentes de Colombia y ahora su espíritu revolucionario tendrá que combinarlo con el pragmatismo para sacar adelante sus planes de Gobierno y llevar al país al cambio por el que votaron más de 11 millones de ciudadanos.

Jorge Gil Ángel EFE

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