Mineápolis (EE.UU.).- La calma llegó este viernes a Mineápolis (EE.UU.) tras días de disturbios al conocerse la detención del expolicía Derek Chauvin por el asesinato del afroamericano George Floyd, pero con la caída del sol, los saqueos, el fuego y el caos tomaron de nuevo el protagonismo.
A las 20.00, todavía con la luz del día en sus rostros, miles de manifestantes decidieron ignorar el toque de queda impuesto en la ciudad, un desafío que empezó frente a lo que queda de la comisaría de Policía a la que estaba asignado Chauvin, quemada y destruida la noche anterior.
La detención de Chauvin sabía a poco, también querían la de los otros tres agentes – ahora despedidos – implicados en la muerte de Floyd.
La imagen de control y blindaje de las calles que las autoridades habían mostrado a lo largo del día se desmoronó en minutos. La protesta se trasladó a otra comisaría de Policía cercana, creció en número, y todo empezó de nuevo.
Empezaron los destrozos, los saqueos y los incendios. Con la comisaría rodeada por la protesta y los policías encerrados en sus dominios incapaces de hacer cumplir el toque de queda, decenas de personas saquearon los negocios cercanos, uno a uno, excepto los marcados en las tapias de madera como «propiedad afroamericana».
«¿Quieres agua?», preguntaba una chica, que socializaba botellas recién sacadas de un supermercado. Las botellas de agua, de hecho, eran el único producto que era puesto en común por los saqueadores, que lo repartían entre el resto de manifestantes, periodistas y personal médico voluntario.
Dejaron para el final el blanco más ambicioso, la sucursal del banco Wells Fargo, justo delante de la comisaría, a la que terminaron por prender fuego al grito de «¡quemadlo, quemadlo!».
Cuando se acercaba la medianoche y la sensación en el ambiente era que esta sería otra noche sin ley en Mineápolis, por los altavoces de la Policía se avisó al tumulto de que estaba en violación del toque de queda y que lo mejor que podía hacer era retirarse.
En ese punto de la ciudad los saqueos dieron paso a barricadas y al lanzamiento de proyectiles caseros y fuegos artificiales contra las posiciones policiales, mientras que muchos, a pie o en vehículos, empezaron a dispersarse expandiendo el caos por otras calles y barrios.
«Oye, oye», le gritó el propietario de un pequeño supermercado a un joven que le acababa de destrozar el vidrio del escaparate con un rastrillo de jardinería; al verlo, el joven y sus cuatro amigos se retiraron sin mediar palabra con el hombre y en dirección contraria a los disturbios: «vamos a por otro».
En las calles residenciales cercanas, los vecinos, en su mayoría blancos, presenciaban desde las ventanas, porches o jardines de sus bonitas casas el ir y venir de vehículos y personas que usaban su barrio aparentemente tranquilo para esquivar o huir de los uniformados.
En una rueda de prensa bien entrada la madrugada, el gobernador de Minesota, Tim Walz, reconoció que esperaban que la protesta decayera con el toque de queda pero que, por lo contrario, creció: «son más que nosotros», dijo resignado a que las imágenes vistas en las últimas cuatro noches se sigan repitiendo.
Las imágenes, de hecho, que compartían pantalla con el gobernador en los directos de las televisiones eran las de sus helicópteros mostrando desde el cielo cómo ardían edificios por toda la ciudad mientras el mayor contingente policial y militar de la historia del estado es incapaz de aplacar los disturbios raciales.
EFE
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