Los cazadores, más movidos por el hambre que por la costumbre, acuden en grupos a la laguna -ubicada a unos 100 kilómetros de la frontera con Colombia- cargados con tirachinas para derribar y despellejar tantos flamencos como puedan cargar, pero también cuervos, patos o lo que la providencia depare.
Esta práctica, ilegal según ambientalistas, ha sido denunciada en el pasado debido a que los flamencos son consideradas especies protegidas y porque su consumo no está declarado apto por las instituciones sanitarias del país, entre otras razones, por la alimentación que reciben estos animales migratorios, que puede incluir sustancias tóxicas como mercurio y plomo.
LA CAZA INDISCRIMINADA
Raúl, nombre ficticio que protege una identidad real, asegura a EFE que caza flamencos desde hace 20 años, si bien aclara que estos animales solo están disponibles en algunas temporadas, cuando migran desde otros países hasta la Laguna de las Peonías, donde llegan a concentrarse hasta 4.000 piezas, según estimaciones de ONG.
«Nosotros salimos a cazar lo que encontremos, hoy le tocó a los flamencos (…) Esto es una tradición del pueblo, casi todo el pueblo caza, yo lo hago por tradición porque tampoco es algo fijo», relata, mientras descuartiza estas aves, el hombre de 31 años, habitante de un poblado pobre cercano al humedal.
Las cabezas de los flamencos cazados flotan muy cerca de la manada que sigue con vida en la laguna. Allí, frente a los animales, los cazadores despellejan sus presas y preparan alguna de ellas luego de una faena de cinco horas con las tirachinas.
«Las ponemos a cocinar dos o tres horas, les echamos coco, condimento, aliños. Lo hacemos frito, asado o guisado y sabe como a pescado», cuenta el cazador que alimenta a 10 personas con cuatro aves de esta especie y nadie, asegura, ha sufrido ninguna enfermedad por consumir esta carne.
Aunque el grupo de cazadores con los que EFE habló asegura acudir regularmente allí «por tradición» y «por necesidad», la ONG Mangle Venezuela, dedicada al estudio y preservación de flamencos, no tiene registros de este tipo de caza desde 2018, cuando detectaron un último caso que fue resuelto por intervención de las autoridades y campañas de concienciación.
ESPECIE EN JAQUE
El activista ambiental Lermith Torres, presidente de Mangle Venezuela, explicó a EFE que la reincidencia de estos cazadores pone en jaque la existencia de una «especie exótica muy hermosa», cuya privilegiada presencia en esta región petrolera, considera, pudiera utilizarse para la explotación turística.
«Es una zona que deberíamos aprovechar para, en vez de destruir, embellecer y poder llevar turistas de cualquier país», propone el investigador, sin dejar de mencionar la necesidad de cuidar la cantidad de personas que ingresen a la laguna y la distancia que se debe mantener con los flamencos.
El estado Zulia, señala Torres, que cuenta con la mayor reserva certificada de flamencos al norte y sur del mar Caribe, está llamado a liderar «una campaña de educación ambiental bien fuerte» para promover la preservación de estas aves y para que no sean usadas como mascotas o cazados para la ingesta o, como a veces ocurre, para usar su plumaje en vestimentas.
La región, en la que se calcula que viven más de 100.000 flamencos, lucha contra otras amenazas a esta especie que ya ha sufrido y perecido por derrames petroleros, una situación que EFE constató en octubre de 2022.
Cuando todavía se mantiene en ascenso la presencia y reproducción de estos animales, el activista cree que se deben prender las alarmas para crear conciencia y salvaguardar a estos «controladores biológicos» que, insiste, agregan «belleza» a esta zona.
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